MADRID / Barenboim, con dos de sus favoritos
Madrid. Auditorio Nacional. 9-XI-2021. Temporada de Ibermúsica. Staatskapelle Berlin. Director: Daniel Barenboim. Obras de Schumann y Brahms.
El segundo concierto de la nueva visita de la Staatskapelle berlinesa con su titular, Daniel Barenboim, presentaba sinfonías de Schumann (Primera) y Brahms (Cuarta), compositores sin duda entre los favoritos del maestro, cuyas músicas ha transitado, desde el teclado y el podio, durante décadas. Ya es casualidad este emparejamiento cuando hace pocos meses, el maratón monográfico Solo música del CNDM presentó las cuatro sinfonías de ambos autores en una serie de cuatro conciertos dirigidos a diferentes orquestas por el norteamericano James Conlon. Las de Schumann, además, aparecen en los atriles de la Nacional durante esta temporada (hemos escuchado ya las dos últimas y la semana que viene está prevista la Segunda) y lo hicieron la temporada pasada en los de la Sinfónica de RTVE.
No se interprete lo anterior como queja por la repetición, primero porque el que suscribe no se cansa de escuchar las grandes obras y apreciar interpretaciones diferentes. Cuando quien está al frente (como es el caso) es un músico con mayúsculas, siempre aporta algo valioso. Y segundo porque probablemente no son muchos los que hayan coincidido en todos los eventos descritos. No me extenderé sobre los modos actuales de Barenboim en el podio, ya reseñados en mi comentario del primer concierto.
La Primera de Schumann, escrita en 1841 y subtitulada “Primavera” es, en efecto, una partitura luminosa, de efusiva exaltación y encendido lirismo, con vibrante impulso en muchos momentos de los movimientos extremos y también en el scherzo. Barenboim ha grabado el ciclo completo en dos ocasiones, con la Sinfónica de Chicago (en los setenta) y con la misma orquesta que nos visita estos días (principios del actual siglo). En ambas ocasiones, incluso más en la grabación posterior y en la interpretación ofrecida ayer, el maestro argentino despliega de nuevo el aroma furtwängleriano descrito en mi reseña anterior. Introducción solemne del primer movimiento (como el día anterior en la Heroica, planteado sin repetición de la exposición, al igual que el cuarto), tempi que tienden a lo expansivo (así el Allegro molto vivace de dicho movimiento, o el Allegro animato e grazioso final, con evidente énfasis en la segunda indicación, quedando más patente la primera en el final, adecuadamente acelerado; también algo contenido el Molto vivace del scherzo), sabias transiciones (estupenda la del Larghetto al Scherzo), cuidadísima creación de tensiones con clímax de gran efecto, muy bien edificados, y manejo flexible de inflexiones de tempo y carácter, no siempre prescritas en la letra de la partitura pero sí perfectamente plausibles en esa línea de expresión que Barenboim maneja a las mil maravillas y que tan característica era en el legendario director alemán.
El sonido, ya se dijo en la reseña previa, tiene una brillante y redonda opulencia apoyada en una cuerda extraordinaria, empastada y de bellísimo sonido en todas sus secciones (las violas magníficas toda la velada), con un metal rotundo pero no estridente, bien matizado cuando así se le requirió, y una madera en la que destacaron la espléndida solista de flauta (que se lució en su cadencia del cuarto movimiento, como más tarde en la duodécima variación del movimiento final de la sinfonía de Brahms).
Con tales ingredientes, esta interpretación, que por situar más en nuestros días se acerca más a Thielemann que a Rattle o Nézet-Séguin, por citar directores que han grabado el ciclo recientemente, resultó en todo caso excelente y, especialmente en su tramo final, brindó dosis generosas de esa luminosidad y vibración antes citadas.
Con las Sinfonías de Brahms y Barenboim el cuadro es paralelo a las de Schumann. Las grabó en Chicago (años noventa) y volvió sobre ellas con esta Staatskapelle berlinesa hace bien poco (2017). Barenboim ha sido un magnífico intérprete de Brahms desde el piano (no olvidemos su estupenda lectura de la op. 5 o de las Variaciones op. 24, pero sobre todo sus formidables recreaciones de los dos Conciertos para piano y orquesta). En lo sinfónico, como se ha repetido en estas dos reseñas, su acercamiento es nuevamente heredero de Furtwängler, con las características descritas anteriormente.
El resultado de la Cuarta del ciclo presenciada ayer es sin duda excelente, aunque el maestro argentino ofrece un comienzo muy personal, casi camerístico. Sin embargo, con su tempo moderado, el movimiento crece poco a poco hasta conseguir un clímax sumamente convincente, de una fuerza que no se adivina en ese casi íntimo inicio. Solemne, pero sin exceso grandilocuente el segundo movimiento, con espléndidas contribuciones de clarinete y fagot en el principio. Suficientemente vivo, aunque sin la electricidad que pudimos ver en Solti (con Chicago) hace años, el tercero, y bien elaborado el gran movimiento final, esa hermosa chacona cuyas variaciones dibujan tan variada paleta de atmósferas. El Più allegro final tuvo el nervio y trepidación deseables, culminando una excelente versión, acogida, como la de Schumann, con calor por el público que, de nuevo, llenó la sala. Dos estupendos conciertos más, en suma, que se añaden a la larga lista de aciertos de Ibermúsica en su modélico ciclo sinfónico.
Rafael Ortega Basagoiti
(Foto: Rafa Martín – Ibermúsica)
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