MADRID / Barenboim, siempre con éxito
Madrid. Auditorio Nacional. 8-XI-2021. Temporada de Ibermúsica. Staatskapelle Berlín. Director: Daniel Barenboim. Obras de Schubert y Beethoven.
Tras el susto que todos nos dimos hace unos días, cuando la Staatskapelle Berlín tuvo que cancelar sus actuaciones en Milán por el positivo de uno de los músicos en Covid, la magnífica e histórica formación alemana se presentó nuevamente en Madrid con quien está a punto (lo hará en 2022) de cumplir tres décadas en los mandos: el argentino (aunque en realidad tiene también las nacionalidades española, israelí y palestina) Daniel Barenboim, a punto a su vez (también lo hará el año próximo) de convertirse en octogenario.
Lo hizo, con mascarillas pero con la posición habitual (esto es, sin distancia), tras la presentación habitual de Clara Sánchez, que anunció también la juiciosa decisión de aplazar la visita de la Filarmónica de San Petersburgo, con Yuri Temirkanov (prevista para el 23 del mes en curso), hasta el 23 de mayo de 2022, ante la situación, bastante grave, de la pandemia en Rusia, víctima de una ola de ciego negacionismo antivacunas que uno no termina de entender.
Caben pocas dudas del enorme carisma de Barenboim. En más de medio siglo de asistir a conciertos, he conocido a pocos artistas con un dominio tan absoluto de la escena como el suyo. Es capaz de meterse al público en el bolsillo desde que sale al escenario. Y lo tiene entregado de antemano. A ello contribuye también, sin duda, su carácter de personaje público de evidente impacto social, porque es de los que no se calla ni elude cuestiones comprometidas, sean estas políticas, sociales o culturales.
Su carrera como director es larga y ha estado ligada a grandes formaciones: Orquesta de París, Sinfónica de Chicago, Filarmónicas de Berlín y Viena, y la que le acompañó en esta (enésima, he evitado el recuento inacabable de las apariciones en España de Barenboim, que apareció por estos lares por vez primera… ¡en 1976!), la Staatskapelle Berlín (ahí sí que he contado, y si he contado bien, la de ayer fue la trigésimo tercera actuación de la orquesta con su titular en nuestro país, tras la primera en 1997).
La evolución del maestro argentino es palpable en muchísimos aspectos. Desde el gestual, ahora en extremo economizado. En muchos momentos el movimiento de brazos pareció apenas perceptible, cuando no por completo ausente. En otros, el brazo izquierdo permanecía quieto (como siguiendo aquella máxima de Richard Strauss, que básicamente venía a decir que la mano izquierda o indicaba matices o era mejor no moverla). En general, el gesto ahora parece inclinado a indicar dinámicas o líneas de expresión más que a marcar entradas, lo que resulta también lógico con una orquesta de este nivel que además conoce sobradamente a quien la comanda.
Discípulo de Markevitch, admirador decidido de Furtwängler y Celibidache, Barenboim evidencia en el podio muchas influencias de eso que podríamos llamar la gran tradición, una tradición impregnada de postwagnerianismo (por algo es un magnífico traductor de Wagner y Bruckner), pero que a algunos puede no parecerles la más adecuada para la traducción del Clasicismo y el primer Romanticismo. Sorprendió, y supongo que no fui el único, el gran contingente de cuerda desplegado para la Incompleta de Schubert y la Heroica de Beethoven, que componían el programa: 14/12/10/8/6. Si hacemos caso a Roland Jackson, la plantilla utilizada en 1805 (el estreno) fue 6/6/3/4/2. Cabe anotar, como el mismo Jackson señala (y Karajan, vilipendiado por muchos por esta razón, practicaba) que Beethoven defendía doblar las maderas cuando la plantilla de cuerda era abundante. Era este último caso ayer, pero la madera berlinesa no se duplicó.
Menciono el detalle porque es solo un reflejo de que el acercamiento de Barenboim a este repertorio se mantiene alejado de este (y algún otro) tipo de consideraciones, que sí han tenido en cuenta maestros como el último Abbado, Jansons, Rattle o hasta Salonen. Luego ya se entra en cuestiones de si tal planteamiento, muy habitual en los tiempos de los Furtwängler, Klemperer y compañía, es o no del gusto actual. Y ya se sabe que, para gustos, los colores.
Porque lo cierto es que Barenboim, músico de extraordinaria sensibilidad e inteligencia, es maestro a la hora de crear climas, construir transiciones, manejar agógicas con tremenda efectividad (lo que también hacía Furtwängler), administrar tensiones y elaborar clímax de gran intensidad. Consiguió extraer lo mejor de la exquisita cuerda berlinesa, capaz de ppp espeluznantes pero plenos, y logró un clima plausible de tensión en la Sinfonía schubertiana, que posiblemente pudo haber admitido algo más de estremecimiento y misterio, especialmente en el segundo movimiento.
Ha cambiado mucho con los años, a mejor, el Beethoven de Barenboim. Pude escuchar (hace ya cuarenta años, madre mía) su integral beethoveniana en Madrid con la Orquesta de París. Independientemente de que la orquesta alemana actual es muy superior a la francesa de entonces, el maestro consigue un acercamiento más sutil, mejor construido, más nítidamente expuesto y fluido. Los tempi son moderados (lo fue el Allegro con brio inicial, también el Scherzo y tanto la introducción del Allegro molto final como la coda, en ambos casos nada arrebatadas), los acentos más decididos que incisivos, aunque el contraste, con sf muy bien logrados, es bien perceptible. Es el suyo un Beethoven opulento, sin duda épico antes que de trepidante nervio o incisiva energía, facetas estas más perceptibles en algunas de las batutas antes mencionadas. El resultado, en todo caso, fue sobresaliente, sobre todo por una Marcha fúnebre dibujada con gran intensidad emotiva y matices en muchos momentos estremecedores.
La respuesta orquestal, salvo una perceptible pero mínima pifia del fagot en el segundo movimiento de la Incompleta, fue magnífica. Y el éxito, como siempre con Barenboim, fue extraordinario. La orquesta terminó retirándose (despejando cualquier duda sobre posible propina) en medio de grandes aplausos. Más allá de que el planteamiento ancle o no sus raíces en tradiciones o tendencias más actuales (post-harnoncourtianas, podríamos decir), la de ayer fue una muy buena velada sinfónica, y por tanto muy disfrutable, sin duda.
Rafael Ortega Basagoiti
(Foto: Rafa Martín – Ibermúsica)