MADRID / Bálsamo napolitano
Madrid. Teatro de la Zarzuela. 1-XI-2020. La Ritirata. Director: Josetxu Obregón. Obras de Pandolfi Mealli, Falconieri, Domenico Gabrielli, Jacchini, De Murcia, Selma y Salaverde, Ortiz y Sanz.
El Teatro di San Cassiano de Venecia, inaugurado en 1673, fue el primero del mundo que instituyó cobrar por asistir a un espectáculo musical (la idea se le ocurrió al compositor Domenico Mazzochi, metido a empresario). Hasta ese momento, los teatros italianos —principalmente, los venecianos— pertenecían a familias aristocráticas, y solo los miembros de estas o sus invitados gozaban del privilegio de oír música. Esos aristócratas también organizaban veladas aún más íntimas en otras dependencias de sus palacios; el pueblo llano, si quería música, tenía que conformarse con acudir a la iglesia —por supuesto, a oír música sacra— o con escuchar sones populares en alguna taberna o en plena calle.
Una serata de música profana en aquella Italia del Seicento no debía de diferir mucho de lo ayer se vivió en el ambigú del Teatro de la Zarzuela, gracias (o, más bien, por culpa) del coronavirus. Solo una veintena de afortunados pudieron asistir al concierto de La Ritirata, convertida esta vez en su más mínima expresión organológica: el violonchelo de Josextu Obregón, las flautas de pico de Tamar Lalo, y la tiorba y la guitarra de Josep Maria Martí Duran. Si no fuera por las dramáticas circunstancias que nos rodean, diríase que vivir así la música tiene un encanto especial y que uno hasta se puede sentir como se sentían aquellos privilegiados aristócratas venecianos.
El programa escogido se titulaba Il spiritillo brando, en alusión a una obra de Andrea Falconieri, compositor napolitano que sirvió prácticamente toda su vida a los virreyes españoles —llegó a ser maestro de capilla en Nápoles— y que gozó en su tiempo de gran fama, tanto en su Italia natal, como en España, donde residió varios años a partir de 1621. Un spiritillo era, en aquella Italia, una especie de duende creado por la fantasía popular, que vagaba desde tiempos inmemoriales por las calles de Nápoles, que iba de casa en casa y que servía para justificar los defectos humanos. Con el mismo título de este concierto, La Ritirata grabó hace ocho años en el sello Glossa un disco al que debe en buena medida el bien merecido prestigio y la no menos bien merecida fama de que hoy goza.
Música chispeante, de danza, nada profunda, lo ideal para pasar una velada entretenida y sin preocupaciones, evadidos del ambiente lúgubre que se ha apoderado de nuestra sociedad. Obregón ha aprovechado esta versión revisada de Il spiritillo brando par incluir algunas piezas —de Domenico Gabrielli y Giuseppe Maria Jacchini— que suponen el nacimiento del violonchelo como instrumento protagónico. Tanto él como sus dos acompañantes tuvieron momentos para el lucimiento individual: Lalo, con la Recercada sobre la canción “Doulce Memoire” de Diego Ortiz o con La suave melodía de Falconieri, y Martí Duran con el Fandango de Santiago de Murcia y con los Canarios de Gaspar Sanz. Un concierto, en suma, balsámico para el espíritu de quienes tuvimos la dicha de asistir a él.
Eduardo Torrico