MADRID / Bach y De la Rubia: binomio perfecto
Madrid. Auditorio Nacional. 21-XI-2020. Ciclo Bach Vermut del CNDM. Juan de la Rubia, órgano. Obras de Bach y Mendelssohn.
Me decía el otro día un músico (organista, por cierto) que cualquier situación adversa, por muy mala que sea, puede siempre llevar aparejado algo bueno. En el caso de la actual pandemia, decía este organista que había descubierto dos grandes ventajas: la gente que va a los conciertos ya no tose y los conciertos duran poco más una hora. Tratándose del Bach Vermut de ayer, que suponía el inicio de una nueva temporada, tuve la posibilidad de descubrir otro gran provecho: nada tengo contra Christian Schmitt, del que doy por hecho que es un buen organista, pero su imposibilidad de viajar a Madrid a causa de las restricciones de desplazamiento impuestas por el Gobierno alemán significó que lo sustituyera a última hora Juan de la Rubia (¡y encima, con un programa dedicado casi en su totalidad a Bach!). Y, la verdad, poder escuchar (y ver, gracias a la pantalla gigante instalada en la sala sinfónica del Auditorio Nacional) a Juan de la Rubia es un privilegio impagable. Algún día, cuando los españoles seamos capaces de valorar lo que tenemos en casa, nos daremos cuenta de la magnitud musical del organista castellonense.
Sin vermut esta vez en el Auditorio, pero con una entrada de las de antes de la pandemia (mil personas, es decir, agotado todo el papel de ese 50 por ciento que permiten las medidas anti-Covid de la Comunidad de Madrid), la sola aparición de De la Rubia sobre el escenario ya presagiaba que íbamos a disfrutar de una de esas mañanas ‘inolvidables’. Y no nos equivocamos. De la Rubia eligió como primera pieza del programa la Toccata y fuga en Fa mayor BWV 540, a la que siguió el hipnótico coral Allein Gott in der Höh sei Ehr BWV 662 (en ambos, recurrió a las partituras, en una tableta electrónica).
Vino luego Contrapunctus XI de El arte de la fuga, desprendiéndose entonces del artilugio tecnológico, del que ya no echó mano en lo que restaba de concierto, y tocando todo de memoria. Fue aquí cuando afrontó, a modo de paréntesis, las Variations sérieuses op. 54 de Mendelssohn, en la transcripción de Reitze Smits, acaso como respiro en el inmenso aluvión contrapuntístico. Lo mejor estaba aún por llegar: el Adagio en La menor BWV 564 y la descomunal Passacaglia y fuga en Do menor BWV 582, interpretada como solo los elegidos de los dioses de la música son capaces de hacer. La ovación de los asistentes fue casi tan monumental como la interpretación de De la Rubia. No hizo falta propia alguna: cualquier cosa que hubiera sonado después de esa Passacaglia habría sido un innecesario riesgo de bajar tan estratosférico nivel.
(Foto: Elvira Megías)
Eduardo Torrico