MADRID / Bach revisado
Madrid. Auditorio Nacional. 5-II-2021. Ciclo Fronteras del CNDM. Antonio Serrano, armonia. Pablo Martín Caminero, contrabajo. Daniel Oyarzabal, clave, órgano positivo, clavinet y fender rhodes. Obras de Bach.
Hay quien sostiene que la música de Bach es tan extraordinaria que lo soporta todo. Bueno, relativamente. A Bach se le puede tocar de muchas maneras, es cierto… pero hay que hacerlo bien. La manera en que se interpretó anoche en la Sala de Cámara del Auditorio Nacional ofreció un nuevo enfoque para muchos. O, más bien, para todos, porque, hasta donde yo sé, nunca se le había tocado con armónica. En fin, que ya va quedando menos para el gran reto: que alguien toque unas Variaciones Goldberg con la botella de Anís del Mono, porque es lo único que falta.
El contrabajista Pablo Martín Caminero y el teclista (utilizo este término para no tener que dedicar varias líneas a toda la panoplia de instrumentos que toca) Daniel Oyarzabal se conocen desde que eran alumnos del Conservatorio de Vitoria y, desde entonces, llevan tocando juntos en los más diverso e inimaginables proyectos. Treinta años, más o menos. Música clásica, jazz, tango… En fin, de todo. Con Antonio Serrano, un genio de la armónica, han colaborado frecuentemente, pero nunca hasta ahora se habían metido en una empresa de calado tan hondo como es Bach. Y no un Bach cualquiera, sino ese Bach inasible del contrapunto más denso.
Tuvieron la buena ocurrencia de dividir el concierto en dos partes: una, absolutamente académica (si es que nos es permitido utilizar este adjetivo cuando en Bach se sustituye el violín por una armónica, instrumento que fue inventado setenta años después de la muerte del Kantor) y otra, más ‘gamberra’ (ese Bach revisado al que han rendido y se siguen rindiendo infinidad de jazzistas). Para que quedara bien definida esta dualidad, los tres intérpretes hicieron una pequeña pausa de tres minutos en la que aprovecharon para cambiaron de ropa: del negro riguroso de la música clásica, al jean y las zapatillas deportivas.
En la primera parte, tocaron la Sonata para violín y continuo en Sol mayor BWV 1021, el Contrapunctus I de El Arte de la Fuga y la Sonata para violín y clave en Mi mayor BWV 1016. Serrano, además, afrontó con su armónica la Allemande de la Partita para violín solo nº 2 en Re menor. No cambiaron ni una sola nota de las partituras, así que ya pueden ustedes calibrar lo que eso supone para un armonicista. Pero Serrano salió airoso del reto.
En la segunda parte escuchamos un Bach descocado, porque si algo caracteriza al jazz es precisamente el enfoque libertino. Serrano siguió con su armónica y Martín Caminero con su contrabajo, pero Oyarzabal cambió el clave y el órgano por el clavinet y el fender rhodes (en algunos momentos, tocados también por Serrano). Dividieron esta segunda mitad del concierto en cuatro apartados (“visiones”, por emplear el término escogido por ello), por las cuales fueron desfilando sus arreglos del Agnus Dei de la Missa en Si menor, del motete Jesu, meine Freude, el Allegro del Concierto para clave nº 1 en Re menor BWV 1052, el Andante del Concerto Italiano, el Allegro del Concierto de Brandemburgo nº 5 o, por supuesto, la inevitable Badinerie de la Suite orquestal nº 2 en Si menor.
Como propina, la sintonía del televisivo Barrio Sésano, con Serrano al teclado, Oyarzabal al contrabajo y Martín Caminero a la melódica. ¡Un auténtico desmadre! Ellos, los músicos se los pasaron en grande, y el público, también. En momentos tan negros y duros como los que sacuden a nuestra sociedad, espectáculos como este contribuyen a proporcionarnos un poco de felicidad. Los espectadores, que llenaban todo el aforo permitido de la sala, así lo entendieron y despidieron a los tres intérpretes como si de toreros en una tarde de triunfo se tratara.
Eduardo Torrico