MADRID / Armonía Concertada rinde el mejor homenaje posible a Des Prez en el 500º aniversario de su muerte
Madrid. Basílica Pontificia de San Miguel. 15-III-2021. Armonía Concertada. Obras arregladas de Des Prez.
Josquin des Prez es uno compositores más importantes de la historia. No ya solo por la calidad de su obra, sino por ser el gozne que hace girar la puerta que separa la música de la Edad Media de la del Renacimiento. Es, en otras palabras, el padre de la música renacentista, y justo en este año se conmemora el 500º aniversario de su muerte. Tanta es su transcendencia que se cuentan por centenares los compositores que lo tomaron por modelo o que se basaron en obras suyas para hacer otras nuevas. En España, por ejemplo, de los siete libros para vihuela que se publican a lo largo del siglo XVI, cinco contienen con profusión música de Des Prez arreglada tanto para diversas combinaciones instrumentales (siempre, obviamente, con presencia de la vihuela) como con acompañamiento de voz. Miguel de Fuenllana, en su Orphénica Lyra, incluye numerosos arreglos para vihuela de música del francoflamenco: toma obras originales para cinco y seis voces, y las adapta para que dos de ellas queden a cargo del tenor (es decir, del cantante que tiene la línea de canto, que de ahí viene la palabra ‘tenor’) y de la soprano, y el resto de las voces se le encomiendan a la vihuela en un auténtico alarde polifónico.
De entre las poquísimas cosas positivas que han tenido los últimos doce meses, entre confinamientos y toques de queda, podríamos incluir el descomunal trabajo realizado por Ariel Abramovich arreglando obras de Des Prez, siguiendo la manera de trabajar de aquellos vihuelistas españoles del siglo XVI, tan queridos por este músico argentino afincado desde hace años en nuestro país. El fruto de su trabajo pudo escucharse, por fin, el pasado lunes en la Basílica Pontificia de San Miguel, dentro del FIAS de la Comunidad de Madrid. Abramovich compareció junto a dos compatriotas suyos, la soprano María Cristina Kiehr (mítica para muchos de los que amamos la música antigua) y el tenor Alvarado (que también es laudista), con quienes ha formado el grupo Armonía Concertada. En el programa figuraban obras de Des Prez arregladas por Luys de Narváez (Los seis libros del Delfín de Música, de 1538) y por Enríquez de Valderrábano (Libro de música de vihuela intitulado Silva de Sirenas, 1547), así como varios de los arreglos de Abramovich realizados durante el confinamiento. A quien no esté demasiado familiarizado con la música para vihuela y voz, le resultaría casi imposible discernir cuáles son los arreglos de aquellos vihuelistas del XVI y cuáles son los de Abramovich, pues tal es su perfección.
No podían faltar en este programa josquiniano el Stabat Mater ni el Nymphes de Bois (homenaje fúnebre de Des Prez a quien fuera su maestro, Johannes Ockeghem, a quien admiró durante toda su vida), sin lugar a duda dos de las más bellas obras de la historia de la música occidental de todos los tiempos. Ni tampoco la célebre Mille regretz en el arreglo de Narváez, rebautizada como Canción del Emperador por ser la favorita de Carlos V, tañida aquí por Abramovich de forma admirable. Algunos de los arreglos de Abramovich, como el Kyrie de la Missa Fortuna Desperata o como la antífona O intemerata virgo, se revelaron majestuosos.
De María Cristina Kiehr se puede decir que cada día canta mejor. Conserva el bellísimo tono de su voz, la dulzura de siempre y la solidad técnica que le ha acompañado en todos estos años, pero la experiencia le ha dado un extra de hondura que realmente emociona a quien tiene el privilegio de escucharla. Y eso que en esta visita a Madrid arrastraba un ligero catarro, según se pudo apreciar por sus carraspeos entre pieza y pieza, que imagino que no le puso las cosas fáciles. Jonatan Alvarado posee una voz igualmente cautivadora y un exquisito gusto. Parece paladear cada nota que sale de su garganta, regodearse con cada sílaba que pronuncia… Los tres intérpretes arrobaron a los espectadores, en una de esas veladas mágicas (¡una más!) a los que ya nos tiene acostumbrados la Iglesia de San Miguel.
Eduardo Torrico