MADRID / Apoteosis vocal a cargo de Jone Martínez y Ana Vieira Leite para cerrar el FIAS
Madrid. Iglesia de Santa Bárbara. 30-III-2023. Festival Internacional de Arte Sacro de la Comunidad de Madrid (FIAS). Jone Martínez y Ana Vieira Leite (sopranos). Il Fervore. Obras de Feo, Giacomelli y Corselli.
La crítica musical es por naturaleza tendente a la hipérbole. Con el ánimo de resaltar la calidad de las obras –sobre todo si se trata de estrenos o recuperaciones históricas– o las prestaciones de los intérpretes de un concierto, el crítico bienintencionado tiende con cierta frecuencia a enfatizar, exagerar, sublimar y ensalzar las virtudes y a perdonar, mitigar o directamente olvidar los defectos. Quien esto escribe, aunque es consciente de todo ello, no escapa a esta debilidad. Y sin embargo, créanme, lo vivido el pasado jueves en el FIAS sólo se presta al elogio más entusiasta; quienes estuvieron presentes no podrán si no darme la razón. Las protagonistas del concierto, Jone Martínez y Ana Vieira Leite, demostraron que hoy por hoy es difícil encontrar sopranos que canten con tanto gusto, rigor, tanta sensibilidad y tal dominio técnico el repertorio barroco.
Es indudable que ambas cantantes mantienen un idilio con el FIAS. No en vano, Jone Martínez dio uno de sus primeros conciertos –si no el primero– hace cuatro años con el Impetus Ensemble que dirigía Yago Mahúgo en un memorable concierto dedicado al barroco francés. Desde entonces su carrera ha sido meteórica, cantando con los mejores grupos nacionales e internacionales, sin dejar de acudir fielmente a su cita con el FIAS cada año. Por su parte, la portuguesa Ana Vieira Leite, también jovencísima, nos encandiló hace justo un año junto al Concerto 1700 de Daniel Pinteño en un maravilloso programa dedicado a las cantatas de Domenico Scarlatti. En este lapso de tiempo ha vuelto varias veces por Madrid para cantar un Nebra en el Auditorio Nacional con Miguelez Rouco y la Belinda del Dido y Eneas de Purcell junto a William Christie en los Teatros del Canal. Su progresión es fulgurante y, como en el caso de Jone Martínez, parece una intérprete llamada a marcar una época en el terreno de la música antigua.
Si ya es un placer siempre poder escuchar a alguna de estas cantantes por separado, tenerlas juntas en un mismo concierto es algo así como una conjunción interestelar que se debe en este caso a Pepé Mompeán, director del FIAS, al musicólogo de Ars Hispana Toni Pons y al conjunto Il Fervore que lidera Jesús Merino. Toni Pons es quien ha realizado la edición de las partituras y la asesoría musicológica de un programa constituido casi íntegramente por estrenos en tiempos modernos de obras de Francesco Feo, Geminiano Giacomelli y Francesco Corselli. Además de la época y el estilo, lo que une a estos tres compositores en el programa es la figura del infante Carlos, que antes de convertirse en Carlos III de España tuvo una larguísima estancia italiana. En 1732, tras pasar unos meses en Florencia, llegó al ducado de Parma, de cuya corte fueron maestros de capilla Giacomelli (en dos periodos, de 1719 a 1727 y de 1732 a 1737) y Corselli (de 1727 a 1732). El primero fue un compositor de enorme éxito: sus óperas se estrenaron en los mejores teatros del norte de Italia, incluyendo los de la prestigiosa Venecia, por entonces meca de la ópera en Europa, y algunos de sus títulos fueron cantados por el mismísimo Farinelli. Su fama llegó también a la corte de Viena, donde la ópera italiana hacía estragos. En cuanto a Corselli, posiblemente alumno de Giacomelli, tras sustituir a éste como maestro de capilla durante unos años, viajó en 1733 a España, seguramente alentado por el nuevo duque de Parma, y en nuestro país se convertirá en maestro de la Real Capilla en 1738, puesto en el que se mantuvo durante más de treinta años.
Las ambiciones políticas del infante Carlos le llevaron en 1734, aprovechando el contexto de la Guerra de Sucesión de Polonia, a convertirse en rey de Nápoles tras expulsar a los austriacos. Allí permaneció durante 25 años, antes de convertirse en rey de España tras la muerte de su hermano Fernando VI. Nápoles era por entonces, sin lugar a dudas, una de las capitales musicales de Europa. Seguramente no existía otro lugar en que la música estuviera más presente en todas las facetas de la vida humana, desde las celebraciones religiosas hasta la fiestas populares (en realidad, en Nápoles la frontera entre lo sagrado y lo popular era muy delgada, como lo sigue siendo a día de hoy). Allí, impulsados por la titánica actividad de sus conservatorios, surgiría una pléyade de compositores –algunos maestros de los propios conservatorios– y cantantes que marcarían la vida musical europea desde 1725, aproximadamente. Porpora, Leonardo Leo, Vinci o el sajón Hasse, que llegó a Nápoles en 1722 y se convirtió rápidamente en uno de los máximos representantes de esta escuela, fueron algunos de los primeros compositores que desarrollaron un estilo uniforme de pegadizas melodías y texturas aligeradas de contrapunto que se difundiría con extraordinaria rapidez por toda Europa.
Desde Venecia a San Petersburgo, de Viena a Londres, en los cincuenta siguientes años la vida musical europea, con su género estrella a la cabeza, la ópera, el “estilo napolitano” lograría un enorme éxito de la mano de sucesivos maestros entre los que abría que nombrar a Pergolesi, Terradellas, Jommelli, Piccini, Sacchini o Traetta. Incluso maestros felizmente arcaizantes como Vivaldi o Haendel, resistentes frente a la ola napolitana, en algunas de sus últimas óperas hicieron algunas concesiones al nuevo gusto. Es más, el gran bastión de la resistencia frente a las modas y el empuje de la música italiana, es decir Francia, padeció la famosa Querelle des buffons en 1752 a raíz del estreno en la capital francesa de algunas obras de Pergolesi y Latilla, otro napolitano de pro, dividiendo al mundo musical francés en dos bandos defensores de la música francesa o italiana, que encarnaba los nuevos aires frente al considerado por algunos apolillado gusto francés de la tragédie lyrique.
El nuevo estilo no se entendía sin los cantantes, pues ellos eran los auténticos protagonistas de esta música y todo se ponía a su servicio. Por ello, no puede extrañar que de los conservatorios napolitanos surgieran, casi como si se tratase de una cadena de montaje, masas de cantantes con una sólida educación y una no menor ambición por convertirse en estrellas del canto. Los casos más célebres son, evidentemente, los de los castrati, con los nombres de Farinelli y Caffarelli a la cabeza de la factoría napolitana. El desmesurado éxito de estos cantantes, que eran quienes llenaban los teatros de ópera, impondrá una tiranía bajo la cual los compositores jugaban un papel secundario, en algunos casos como meros suministradores de material para el lucimiento de los cantantes.
Pues bien, cuando llegó a la ciudad nuestro futuro Carlos III (Carlos VII como rey de Nápoles), entre los numerosísimos maestros se encontraba Francesco Feo, notable representante de esta escuela. No en vano parece que a Feo corresponde el honor de componer la primera ópera (Siface, 1723) sobre un texto de Pietro Metastasio, el mayor escritor de libretos del siglo XVIII y figura clave sin la cual no se entiende el desarrollo de la ópera de ese siglo, particularmente la escuela napolitana que nos ocupa; de hecho, parte de la uniformidad de la misma quizás tenga que ver con que muchos de los libretos de Metastasio fueron adaptados hasta la saciedad por diferentes compositores a lo largo de estas décadas. Feo llegó a ser maestro de algunos de los conservatorios napolitanos más importantes y su música fue demandada por distintas cortes europeas, entre ellas las de Dresde y Madrid, donde se estrenaron sus serenatas Oreste (1737) y Polinice (1738).
De estos tres maestros se seleccionaron para el concierto que nos ocupa una serie de arias y dúos de algunos de sus oratorios, música vocal que se interpretaba por primera en tiempos modernos y que corresponde fielmente a este estilo napolitano que tiene como otra de sus señas de identidad, y es pertinente decirlo, la casi nula diferencia entre música sacra y profana, pues la sucesión de recitativos y arias da capo se impuso como el molde al que se ajustaban los libretos en ambos géneros. Libretos que tratan sobre pasiones similares, el amor entre ellas; y es que bajo el subterfugio del amor divino se podía colar en los oratorios de esta época toda clase arrebatos libidinosos.
El concierto empezó precisamente con Francesco Feo, del que se interpretó la sinfonía de su oratorio Francesco de Sales y el largo dúo “Pater in reddo natum” de su oratorio Tobias sive justi consolatio. Y ya desde esta primera aparición de las dos sopranos el concierto se convirtió en una sucesión de deleites extraordinarios. Las voces brillaban en cada una de sus intervenciones, con sus bellísimos timbres, sucediéndose una a otra o entrelazándose de forma admirable. Los asistentes casi podíamos palpar el entendimiento y la complicidad entre Jone Martínez y Ana Vieira Leite.
En el siguiente bloque, dedicado a Giacomelli, se interpretaron la sinfonía de su oratorio La conversione di santa Margherita da Cortona, tripartita como en el caso de la de Feo, con un tiempo lento entre dos movimientos de gran viveza; y, del mismo oratorio, el dúo “É pur dolce a un amante”, cuya interpretación discurrió por los mismos niveles de excelencia que en el caso anterior, y el aria “Non ha più pace il cor afflitto”, donde Jone Martínez hizo gala de un canto exquisito, de emisión limpia, bien proyectada y articulación impecable, ilustrando las emociones del texto con una sabia contención. No se puede cantar con más gusto.
El concierto fue a más y lo mejor estaba por venir. Las piezas vocales elegidas de Francesco Corselli, extraidas de su oratorio Santa Clotilde, última de las obras que compuso en Parma antes de su viaje a España, resultaron ser las más bellas y vibrantes del concierto. Tras la breve obertura, Ana Vieira Leite acometió el recitativo “Alta cura d’imperio” seguido del aria “Mentre in mar che freme irato”, típico ejemplo de aria barroca en que se compara la zozobra de un navegante en medio de la tempestad con las tribulaciones de un amante. Quien estrenó esta obra, con toda seguridad un castrato soprano, debía ser un grandísimo virtuoso pues se trata de un auténtico ejercicio de pirotecnia vocal, que requiere una gran habilidad y un ámbito de gran amplitud. Una pieza, en definitiva, que podría figurar en cualquier antología de arias barrocas. Vieira Leite salvó todos los escollos con aparente facilidad, sin sacrificar la belleza del timbre ni afear el gesto, sin trampear en los graves, manteniendo una linea de canto firme, bien articulada y una muy buena dicción. Fue un momento memorable, de esos que se comentan todavía años después, que enardeció al público, y eso pese a estar en una iglesia; en un teatro o auditorio éste se hubiera venido abajo.
Terminaba el programa con un nuevo dúo, este entre Clodoveo y Santa Clotilde, personaje que debe su santidad a que consiguió que las huestes de su marido se convirtieran del arrianismo al catolicismo, lo que convirtió al reino franco en uno de los primeros con esta confesión. “Or posso dir che t’amo” es un dúo de amor en toda regla, seguramente el penúltimo número (faltaría el coro final de rigor, precedido seguramente de un recitativo) de un oratorio que por la calidad de estas muestras merecería una recuperación completa.
Si bien el protagonismo del concierto, como ocurre en el estilo napolitano, recayó en las dos cantantes, es de justicia destacar también la labor del grupo instrumental Il Fervore, formado por una nómina de músicos de una excepcional calidad que colaboran de forma habitual con las mejores conjuntos de música antigua y, muchos de ellos, visitantes habituales del FIAS con otras formaciones (entre ellos los violinistas Vadym Makarenko y Lorena Padrón, la violonchelista/gambista Amarilis Dueñas, Pablo Zapico o el ínclito Daniel Oyarzábal, que creo que ha derrotado por una comparecencia de ventaja a Ismael Campanero como el músico más prolífico de la actual edición del Festival). Il Fervore combinó energía y delicadeza en las sinfonías y fueron los acompañantes perfectos de Martínez y Vieira Leite en las partes vocales. Nos quedamos con ganas de que mostraran su talento en alguna pieza instrumental con mayor enjundia.
Para agradecer los insistentes aplausos del público las dos sopranos interpretaron el impetuoso dúo “Prevén rayos” de Júpiter y Calixto, obra atribuida al napolitano Giovanni Battista Mele (hispanizado como Juan Bautista Mele), uno de los muchos compositores italianos que recalaron en España en la década de 1730 y digno representante de la escuela de su ciudad natal.
Con este broche de oro finalizó una edición del Festival Internacional de Arte Sacro de la Comunidad de Madrid que podemos calificar de sensacional por la originalidad, cantidad y calidad de sus propuestas. Felicidades a Pepe Mompeán y demás equipo del Festival por el trabajo realizado.
Por último, no quiero cerrar estas crónicas del FIAS sin acordarme de mi querido compañero y, sobre todo, amigo Eduardo Torrico. Él fue el primero en hablarme de Ana Vieira Leite (como de tantos otros intérpretes de música barroca). En circunstancias normales a él hubiera correspondido realizar la mayor parte de las crónicas que he firmado. Serios problemas de salud se lo han impedido y deseamos –creo que puedo erigirme aquí en portavoz del pequeño mundo de la música antigua en España– que una pronta y completa recuperación le permita asumir de nuevo una tarea que realiza siempre con buen oficio, tesón, pasión y cariño. El mismo cariño y apoyo que queremos hacer llegar a su familia en estos difíciles momentos.
Imanol Temprano Lecuona