MADRID / Apoteosis haendeliana

Madrid. Auditorio Nacional. 12-XI-2020. Ciclo Universo Barroco (CNDM). L’Apothéose. Sonatas y sonatas en trío de Haendel.
Hasta donde alcanza mi memoria, no recuerdo por estos pagos ningún concierto monográfico con música de cámara de Haendel. Tampoco de Bach, que conste. A lo sumo, algún programa ‘gazpacho’ de esos en los que tienen cabida los compositores barrocos más célebres (y de algunos no tan célebres). Lo cual es una paradoja, porque son infinidad las grabaciones discográficas existentes con este repertorio. Puede que todo ello responda al resquemor que provoca esta música si se compara con las grandes producciones vocales de ambos compositores (óperas y oratorios, en el caso del sajón; pasiones, cantatas y misas, en el del turingio). Incluso, si se compara con sus obras orquestales (conciertos y suites). Y es una pena, porque tanto en el caso de Haendel como en el Bach, las sonatas y las sonatas en trío son oro molido. Haendel amaba este género hasta tal extremo de que nunca lo dejó de lado, ni siquiera cuando sus imperativas ocupaciones empresariales apenas le permitían respirar. Quizá halló en él una manera de evadirse de sus sonados fracasos en los teatros londinenses, de dejar volar su imaginación, de concentrar ahí el inconmensurable talento que poseía…
L’Apothéose es uno de los grupos de música antigua españoles a los que menos trabajo les ha costado hacerse con un hueco y con un prestigio. O, para ser más exactos, es uno de los grupos españoles que menos tiempo ha necesitado para llegar tan arriba. Desde que se fundara, hace poco más de cuatro años, no ha parado de ganar concursos internacionales (una docena, más o menos). Ni de dar conciertos, en España y fuera. Ni de crecer musicalmente. Pienso que buena parte de su indiscutible éxito se ha cimentado en un hecho infrecuente: en un sector donde impera el ‘freelancismo’, los componentes de L’Apothéose son siempre los mismos: Laura Quesada (traverso), Víctor Martínez (violín), Carla Sanfélix (violonchelo) y Asís Márquez (clave y órgano). A veces, si el programa lo demanda, aumenta el número de miembros, pero todo orbita alrededor de este cuarteto, que se desempeña, para que nos entendamos, como eso… como un auténtico cuarteto clásico.
Esa virtud ayer tuvo algo de inconveniente. Acostumbrados a trabajar como una formación cuartetística estable, al principio parecieron sentirse extraños sobre el escenario. Demasiada separación interpersonal, debido al decreto sanitario anti-COVID. Y, para colmo, tres de los miembros tocaron con mascarilla, lo que seguramente les impidió observar esos gestos fundamentales de complicidad que habitualmente les permiten saber por dónde tirar en cada trecho. Se notó en las dos primeras obras, la Sonata en trío en Fa mayor op. 2 nº 4 HWV 389 y la Sonata para violín en Re menor HWV 359a (en esta, con alguna desafinación por parte de Martínez). A partir de ahí, L’Apothéose enderezó el rumbo y brindó un magnífico concierto, con momentos auténticamente memorables, como el Larghetto de la Sonata en trío en La mayor op. 5 nº 1 HWV 396 o como el Largo de la Sonata en trío en Si menor op. 2 nº 1 HWV 396b, uno de los movimientos lentos más hermosos de todo el Barroco. Muy lucida, asimismo, la Sonata para violín en Re mayor op. 1 nº 13 HWV 371 en arreglo para flauta travesara.
Para cuando L’Apothéose encaró la última obra del programa (la Sonata en Re mayor op. 5 nº 2 HWV 397), la sala de cámara del Auditorio Nacional estaba incondicionalmente rendida a los encantos del grupo. Pero aún faltaba la guinda: ni más ni menos que el Modéré del sexto de los Cuartetos de París de Telemann (otro de los movimientos lentos más hermosos de todo el Barroco). ¡Cuánta belleza junta!
(Foto: Rafa Martín)
Eduardo Torrico