MADRID / Apenas plato único
Madrid. Teatro Real. 1-XI-2019. Anna Netrebko, soprano. Yusif Eyvazov, tenor. Christopher Maltman, barítono. Orquesta Titular del Teatro Real.
Uno debe su primera pista sobre la gran soprano Anna Netrebko a su exmaestro de canto Francisco Gutiérrez, que la vio hace más de 12 años en la Staatsoper de Viena y confesó sin ambages que era la cantante que más le había encandilado de toda la temporada. Desde entonces ha llovido bastante, tanto en el mundo lírico como en la propia evolución de la hoy indiscutible artista rusa. Como ella misma recalca, y no se engaña del todo, como hacen otros cantantes, su voz ha evolucionado desde aquellos primeros roles inscritos en el inicial Romanticismo. En los últimos años, en especial, ha ido cuajando un centro hermoso y natural, con un desarrollo de la técnica más complejo, que hoy le permite aventurarse en la vocalidad spinta. Netrebko sólo había actuado aquí en Guerra y paz, con una compañía, pero fue casi en tiempos de Tolstoi.
Ahora bien, esa mayor anchura en los extremos del registro exige mayor tensión de la columna sonora, decapitando a veces algo de su asombrosa belleza original. Ocurrió en Tu che le vanità de Don Carlo, tan exigente en su gran frase inicial, nunca del todo acampanada. Compárese este pequeño déficit con fraseos más moldeados, antes de ese evocador Francia…! un poco filado para dar más realce a la fermata. Con esas maniobras —legales— la voz asciende hasta el vértice dental, resonando con independencia del volumen. Así sucedió también en el dúo de Otello, Già nella notte densa, dicho con expresiones de mujer rendida y amante de su marido nuevo. La Wally, que tanto le va, fue llevada de la mano palmo a palmo, con noble orfebrería; podría recuperarla, pero es obra que apenas se programa.
Por alusiones: su marido real, Eyvazov sí era nuevo en la plaza. Este tenor tiene los medios que tiene, ni dos gramos más de aliento, pero extrae partido de su grata voz, toda vez que cada día la controla mejor. No berrea casi nunca y contrasta fuerte y piano, sin aliviarse con falsetes. Sin necesidad de grandes expansiones, saca adelante arias centrales como el Adiós a la vida sin perder el resuello. Quizá su mujer lo esté refinando con nuevas capas de pintura y arreglos de chapa. Christopher Maltman, quien nos visitó sólo en unas funciones de Liebesverbot, sabe plantarse en escena, mas aportando una voz ceñuda y ademanes granguiñolescos. Cuando cantaba Nemico della patria se oyó un sonido estrídulo y tecnológico, que parecía amplificación. Desconcertado, el barítono dejó de cantar, y un poco después repitió lo repitió entero, más relajado (también perplejo, se supone). En resumen: que catamos un gran plato, pero sin gran condumio.
Joaquín Martín de Sagarmínaga
(Foto: Javier del Real – Teatro Real)