MADRID / Anna Netrebko encabezó el ‘segundo reparto’ de ‘Aida’
Madrid. Teatro Real. 25-X-2022. Verdi: Aida. Anna Netrebko, Yusif Eyvazov, Ketevan Kemoklidze, Artur Ruciński, Jongmin Park, Deyan Vatchkov. Director musical: Nicola Luisotti. Director de escena: Hugo de Ana.
Es de agradecer, e incluso de alabar, que el Teatro Real siga manteniendo esta producción de Hugo de Ana puesta al día (o sea, enriquecida), cuyo mayor mérito es el del respeto a sus creadores y, en no menor medida, a buena parte del público, con sus virtudes, desaciertos, tópicos y el sempiterno tributo a la espectacularidad, menos justificada en los últimos actos, en los que los personajes quedan un tanto agobiados y, por ello, desdibujados.
En el segundo reparto (por cronología de las funciones) domina la presencia de una de las cantantes cimeras del actual panorama lírico internacional: Anna Netrebko. La soprano ruso-austriaca dispone con abundancia de las tres principales características vocales que exige el papel de Aida: riqueza tímbrica, potencia y extensión. No hay una sola nota, por peliaguda que sea, que parezca emitida con dificultad o desequilibrio. Netrebko añade además temperamento, tal como se comprobó en puntuales y necesarias situaciones, como el Ritorna vincitor, donde supo transmitir a la perfección las dudas que atormentan a la esclava. Sin embargo, en el acto tercero, en el que Aida dispone de las mayores oportunidades de lucimiento, dio la sensación de querer quitarse un poco de encima el O patria mia (pese a completarla de manera muy efectista, con unos pianissimi tenuti, incluido el Do agudo). Se entregó no obstante con plena intención en el dúo con Amonasro, y brilló en el que comparte con Radamès. Esta excelencia la mantuvo en la escena final, en la que contó con el apoyo de un Yusif Eyvazov cuya voz sonó algo fría en Celeste Aida, con dos agudos un tanto ‘huecos’, aunque fue capaz de rematar su Si bemol como está escrito (morendo) y de sacar el conveniente partido a las dos escenas con soprano y mezzosoprano. Su Radamès reflejó con claridad el heroísmo del guerrero y el sentimentalismo del enamorado, cuidando los pasajes líricos y fortaleciendo aquellos de mayor empuje.
Soprano y tenor se tomaron algunas fugaces libertades para hacer cómodo su canto. Ella vocalizó, más que deletreó, Sì, fuggian da queste mure; él, curiosamente, introdujo una nota de paso, una apoyatura en el salto de octava de Il ciel dei nostri amori (del Sol al Sol en pp). Pequeñas y nimias licencias.
Amneris encontró en Ketevan Kemoklidze una cantante dotada, aunque tal vez algo corta de sonoridad para determinados momentos (en el dúo con Aida, la opulencia vocal de la soprano la ninguneó un poco). Pero no le faltaron temperamento ni medios, sacando a flote su gran escena con la conveniencia necesaria. Artur Ruciński fue un Amonasro importante tanto por voz (de sonido algo más claro del que habitualmente se escucha) e intenciones. Potente la voz la de Jongmin Park y detallado su canto (diferenció con nitidez la plegaria Nume custode e vindice del recitativo previo), aunque a veces la emisión pareciera un poco brusca. Deyan Vatchkov brindó un rey egipcio más que suficiente. Como sacerdotisa y mensajero se unieron al conjunto, respectivamente, y sin ninguna dificultad, Marta Bauza y Fabián Lara.
Nicola Luisotti y Andrés Máspero, al frente de sus conjuntos, volvieron a demostrar su capacidad para traducir una Aida como Dios -y Verdi- manda.
Fernando Fraga
(Foto: Javier del Real)