MADRID / Anna Netrebko, en compañía
Madrid. Teatro Real. 25-VII-2022. Anna Netrebko, Yusif Eyvazov, Elchin Azizov, Gemma Coma-Alabert. Orquesta Titular del Teatro Real. Director: Michelangelo Mazza. Arias y dúos de Donizetti, Verdi, Offenbach, Gounod, Bizet y Chaikovski.
Este aplazado recital, previsto inicialmente para el pasado septiembre, culminó con una sustanciosa velada en la que soprano Anna Netrebko y su esposo, el tenor Yusif Eyvazov, se vieron arropados por otros dos colegas, el barítono Elchin Azizov y la mezzosoprano Gemma Coma-Alabert, permitiendo un programa que fue algo más allá de una simple sucesión de arias y dúos. Sin embargo, la escena final de Anna Bolena se limitó a una simple sucesión de las tres partes en que se estructura al faltar el coro y los tres personajes que acompañan a la infeliz reina inglesa, cuando cabía esperar que los colegas del recital se encargaran de Percy (el tenor), Smeton (la mezzosoprano) y Rochefort (el barítono). No fue así, y todo quedó en manos de la soprano, en una auténtica exhibición de posibilidades canoras y expresivas. Netrebko enriqueció el variado recitativo, hizo un Al dolce guidami muy pendiente de la nota final, dio un valor repentino al conjunto y brilló en la dificultosa cabaletta, a pesar de que evitó algunas notas graves.
Tras esta apoteósica manifestación sopranil, con la voz en todo su esplendor de color y poder, Eyvazov tomó al toro por los cuernos con el aria y la cabaletta de Manrico de Il trovatore. En el adagio Ah sì, ben mio estuvo muy atento en la línea, aunque algo uniforme, centrándose en una valiente e impetuosa Di quella pira, pese a no quedarle del todo centrado su agudo conclusivo. Al cantante le gusta azuzar al loggione, ya que tanto en esta página como en las sucesivas tuvo una ligera, pero clara, tendencia a mantener ciertas notas un poco más allá de lo permitido. Su voz, si no muy hermosa, sí es robusta y extensa, y la prodiga con generosidad (repitió la Pira).
Siguiendo con la misma obra verdiana, el azerí Azizov, cual Conde de Luna, dio suficientes réplicas, cargadas de intensidad a la opulenta Leonora de Netrebko, que resolvió sin problemas —incluso las partes finales de agilidad— tan exigente dúo. La escena final de Aida (donde, como Amneris, colaboró Gemma Coma-Alabert) unió a la pareja soprano-tenor en una lectura notable, que fue ganando enteros tras los primeros compases y a partir de O, terra addio.
La segunda parte, con un repertorio que en principio parecía mayoritariamente francés, se quedó al final en minoritariamente galo al cambiarse el aria de Eleazar de La Juive de Halévy por el lamento del Edgardo donizettiano en Lucia di Lammeroor. Se inició con la barcarola de Los cuentos de Hoffmann, un tributo a la galería más popular. La Nicklausse de Coma-Alabert no se achicó ante el flujo sonoro de su compañera soprano. Fue lo menos interesante de la velada. No es aventurado pensar que el aria citada y suprimida de Eléazar permitiría a Eyvazov dar cuenta de su centro oscuro y sólido con mayores posibilidades de lucirse con la sustitución donizettiana. Sin embargo, este momento belcantista, expuesto con modales cuidadosos y a plena sonoridad casi siempre, no resultó especialmente memorable.
De la Juliette de Gounod, Netrebko eligió acertadamente el aria del ‘brebaje’. Juliette comienza siendo una lírico-ligera (Ah je veux vivre), continúa como una lírica en sus dúos con Roméo y acaba encontrándose con esta página de superior compromiso dramático, que algunas sopranos de antaño a veces evitaban. Netrebko comenzó un tanto chillona, pero acabó dominando todas las dificultades de peso, dejándose llevar seductora por las entreveradas expansiones repentinamente líricas tan típicas de Gounod. Otra concesión a la galería: el Votre toast de Ecamillo. Azizov soportó la tesitura incómoda, tanto para un barítono como es él (por las notas graves) como para un bajo (por las agudas), además de resultar siempre muy expresivo.
Para remate, una esperada y agradecible atención al Chaikovski de La dama de picas. Soprano y tenor se decantaron por el dúo que conforma la parte final del acto I, en lugar del siguiente, que tiene lugar en el último acto. Elección acertada, porque los dos tienen material suficiente para lucirse: Lisa disfruta de un aria al inicio y Hermann de un cantable bellísimo, Prosti niesbiesnoie sozdanie, muy bien aprovechado por Eyvazov. Pero lo más logrado fue el crescendo conseguido por la pareja al comunicar toda la fuerza y la intensidad que paulatinamente se van apoderando de los dos enamorados. Una inmensa muestra del talento chaikovskiano, excelentemente puesta a punto por los dos cantantes, llegando incluso a asumir complementarias y eficacísimas actitudes escénicas. Por cierto, que el tenor, al unísono con la soprano, dio la misma nota aguda en el encendido remate, aunque el compositor no se la haya exigido. Coma-Alabert intervino sin problemas en el párrafo (que procura un poco de remanso a la situación) de la vetusta Condesa, dándose el caso de ser la rara vez que este personaje, aunque solo sea brevemente, se escuche en una voz joven, ya que, recordemos, esta ex-Venus moscovita suele ser objeto de deseo de viejas glorias del canto femenino).
Un concierto así en grupo no proporciona fácilmente los inevitables bises. El cuarteto lo solucionó cantando a cuatro voces Non ti scordar dei me de Ernesto de Curtis. Pero antes Netrebko disfrutó (e hizo disfrutar) con Heia, in den Bergen de Sylvia en La princesa de las zardas de Emmerich Kálmán, que bailó algo menos que en otras ocasiones. Y Eyvazov eligió el que parece ya inevitable bis para un tenor, el Nessun dorma del Calaf pucciniano.
Mazza estuvo a la altura de lo esperado: acompañó a los solistas y sacó lo necesario a la la obertura de Nabucco, llena de brío, al igual que consiguió brillantez el preludio de Carmen (sin su segunda sección, la que expone el tema del destino).
Se repite: faltó el coro, que, según partituras, podría intervenir en muchas de las páginas programadas. Como en Aida: en el Triste canto Ê il tripudio dei sacerdoti, el coro que han de escuchar Aida y Radamès estuvo escandalosamente ausente.
Fernando Fraga