MADRID / Amenos aires patrios
Madrid, Auditorio Nacional, 17-IX-2019: Obras de Baudot, Granados y Chueca. Coro y Orquesta de la Comunidad de Madrid. Director: Víctor Pablo Pérez.
Iniciaban los conjuntos comunitarios madrileños su temporada con un concierto muy bien planificado y construido, con tres obras infrecuentes de compositores españoles y con el basamento de la zarzuela Cádiz de Chueca y Valverde sobre libreto de Javier de Burgos, estrenada en el Apolo de Madrid en 1886. Fue archifamosa en su tiempo, no sólo por lo inspirado de su caudal melódico, la gracia de sus acentos y la solvente orquestación, sino por sus machas y cantos de signo patriótico, uno de los cuales hizo las veces de himno nacional durante algún tiempo.
Esta zarzuela está poco difundida, aunque conoció hace unos años un reverdecimiento merced a la producción dirigida por Gustavo Tambascio y a la grabación discográfica de 2008 (DG) llevada a cabo precisamente por el maestro que hoy se ha situado en el podio. Estamos ante un magnífico ejemplo de la inspiración de los compositores, con el gracejo, la donosura y la habilidad proverbial de Federico Chueca en primer plano, tan certero siempre para trasladar a la escena las costumbres, las vivencias, las maneras del pueblo. En el animado discurrir de sus obras, algunas a solo, otras, caso de la que hablamos, en colaboración con el más sesudo Joaquín Valverde, se acusa la combinación de valses y polkas –que llegaban de Viena- con aires que tenían su origen en otras regiones españolas –jotas, panaderos, seguidillas, pasacalles, marchas- o que habían cruzado el Atlántico –tangos, habaneras-, configurando un variado y colorista tejido que otorgaba solidez, fluidez e impulso a las tramas.
Ese lenguaje vivo y fresco fue representativo de un casticismo determinante y definitorio de un género, que en muchas ocasiones sentaba patrones y maneras de decir y de acentuar que eran después recogidos por el pueblo, con lo que se producía a veces un recorrido de ida y vuelta; hasta que llegaba a difuminarse su auténtica procedencia. El profesor Ramón Sobrino recoge esta opinión de Gras y Elías: “Chueca es el músico más ingenioso, más espontáneo y más original de los actuales maestros. Su melodía, siempre alegre y retozona, deleita, entusiasma. Es verdad que la instrumentación la descuida un tanto, pero a pesar de esto, la música se hace popular.”. Sin duda, Chueca era un músico de la calle, del barrio, un músico castizo y, en este sentido, puro, que trasegaba elementos populares y que hacía que de sus obras, apoyadas en letras de Ramos Carrión, Ricardo de la Vega, Arniches o, como en el caso que nos ocupa. De Burgos, entre otros, salieran rasgos que el pueblo incorporaba luego a su acontecer habitual, a sus costumbres y dichos.
Pedrell estableció equivocadamente en su día una comparación entre el madrileño y Wagner, que poco tienen que ver el uno con el otro. A este respecto, ironizaba Carmena y Millán: “¡Me gusta Wagner, lo que tiene es que me gusta más Chueca!” Y no podemos olvidar la contundente afirmación que hiciera Nietzsche, otrora gran wagneriano, que llegaba a manifestar que prefería la música del compositor español a la del autor de Tristán e Isolda. Los pentagramas de Chueca llegan fácilmente al público no ya por estar bañados en lo popular o en ciertos rasgos folklóricos finamente retocados y ensamblados –sobre todo en las obras en las que intervino Valverde-, sino por el empleo de un lenguaje muy cercano, claramente tonal, lleno de giros y de cadencias sencillas, sin especiales complejidades armónicas o contrapuntísticas.
Todo lo anterior viene a cuento de esta recuperación que hoy se nos ha ofrecido y que pone de manifiesto el cariño que Pérez tiene por este “Episodio nacional cómico lírico y dramático en dos actos y nueve cuadros”, que ya programó en La Coruña en 2012 con motivo de los 200 años de la “Pepa” y que ahora ha vuelto a colocar en sus atriles (sin los diálogos hablados por supuesto). Y a fe que ha puesto de manifiesto su conocimiento de la partitura y de los ritmos y aires que la pueblan y que ha sabido recrear con la buena y atenta colaboración de los conjuntos que gobierna. Así hemos podido degustar –y bailar internamente- desde el Preludio instrumental hasta el cierre pasando la Introducción y diana –con estupendo solo de trompeta, muy presente en toda la partitura- muy bien bailada, el del dúo de las sevillanas, la airosa Barcarola, el tan conocido Pasodoble que remata el primer acto, la Marcha de la constitución y la esplendorosa Jota final, en donde ha brillado el buen hacer del tenor Alejandro del Cerro, muy echao p’alante, con recursos y con técnica que hacen olvidar la relativa calidad del timbre.
Le ha secundado como solista la mezzo Ana Ibarra, bien centrada, con muy canónica emisión y lustrosos amónicos; más propios de una soprano –cuerda en la que empezó su carrera- que de una mezzo propiamente dicha. Gran idea la de hacer participar en cometidos secundarios a varios miembros del coro: dos féminas y cinco varones, que en general han dado buen juego. Destacamos la solidez del bajo Simón Andueza y el buen arte del bajo-barítono David Rubiera en la Canción del ciego, así como la conjunción de la soprano Victoria Marchante y la mezzo Isabel Egea. Todo ha sonado en su sitio y bien engarzado.
Previamente tuvimos ocasión de escuchar dos composiciones asimismo nada frecuentes. La primera el poema Dolora Sinfónica del madrileño afincado en Ferrol Gregorio Baudot (1884-1938), músico militar que en esta obra demostró con creces una importante solidez en la construcción y elaboración de un tejido sinfónico eminentemente tonal salpicado de estratégicas disonancias que parten de un meticuloso trabajo sobre un repetido diseño de una segunda menor. Dibujo en arco y poderosos tutti. Muy hermosas frases del corno inglés.
Víctor Pablo, que ya había dirigido la partitura en La Coruña en el año 1999, logró una ejecución limpia y meditativa. Buen trabajo también el ejercitado sobre el la música incidental Torrijos de Granados (1894), de escritura diáfana un tanto ingenua, que emplea texto de Periquet –el libretista de Goyescas y de las Tonadillas en estilo antiguo– y que describe una gesta a la que se incorpora la masa coral. Trompetería brillante y sentido narrativo a lo largo de cinco episodios. En el tercero reconocemos el compás binario y sencillote de las marchas de Semana Santa. Aplaudimos la labor de los delicados violines del comienzo del nº 1, Preludio y Coro, las frases del clarinete en el nº 2, el lirismo extraído extrañamente de la mencionada marcha, y, en general, la amenidad del discurso.
Arturo Reverter