MADRID / Akamus: con la misma sapidez que el agua
Madrid. Auditorio Nacional (Sala de Cámara). 26-I-2022. Akademie für Alte Musik Berlin. Concertino: Georg Kallweit. Obras de Bertali, Uccelini, Caccini, Falconieri, Valentini, Pandolfi Mealli, Marini, Legrenzi, Ferraeri, Biber y Monteverdi.
Rara vez el título de un concierto responde tan poco a lo que luego se va a escuchar como en este ofrecido por la Akademie für Alte Musik Berlin, dentro de la programación del Ciclo Universo Barroco del CNDM. Claudio Monteverdi, el nacimiento de la música instrumental… Así se titulaba. Pero es harto discutible que Monteverdi tuviera que ver con ese nacimiento, porque, como atinadamente reflejaba en las notas del programa de mano Pablo V. Vayón, Monteverdi no compuso piezas instrumentales más allá de los preludios y ritonelli de sus óperas y de algunos de sus madrigales, y de la Sonata sopra Sancta Maria de las Vespro de la Beata Vergine.
Por otro lado, tampoco en el programa figuraba obra alguna de Monteverdi, salvo que demos por bueno que el pulpo es un animal de compañía: aparecía una improvisación sobre el dúo Pur ti miro con el que concluye L’incoronazione di Poppea, pero a estas alturas está más que demostrado que L’incoronazione no es una ópera de Monteverdi (o, mejor dicho, no es solo de Monteverdi, pues se trata de una obra de taller) y que Pur ti miro, en concreto, tiene todas las papeletas para ser atribuida a Benedetto Ferrari. Bueno, la cosa se pudo solventar en parte al final, cuando los miembros de la Akamus ofrecieron, como propina, un arreglo del Si dolce’ il tormento, scherzo musicale del que sí es indiscutible padre el genio de Cremona.
El programa, en mi opinión, tenía más que ver con el nacimiento del stylus phantasticus, que se produjo en el norte de Italia a principios del siglo XVII, gracias a compositores como Antonio Bertali o Giovanni Antonio Pandolfi Mealli. Bertali, que pasó los últimos años de su vida en tierras austriacas, fue asimismo uno de los principales difusores del stylus phantasticus más allá de los Alpes. Otros músicos incluidos en este programa (Giovanni Valentini —al que Bertali sustituyó como maestro de capilla de Fernando VII en la corte de Viena—, Biagio Marini o Marco Uccelini) deben ser considerado cuando menos próximos al stylus phantasticus, especialmente los dos últimos por el extraordinario virtuosismo que exhibieron con el violín.
El dato del stylus phantasticus es fundamental para reseñar qué acaeció en este concierto de la Akamus. Recurramos a una frase de Ton Koopman para describir lo que era este estilo: “El stylus phantasticus quiere mantener despierto el interés del oyente con efectos especiales, sorpresas, conducción irregular de las voces, disonancias, variaciones de ritmo y pasajes imitativos. Es un estilo de improvisación completamente libre, que lleva a la audiencia, llena de asombro, a preguntarse: ¿cómo es esto posible?”. Pues bien, nada de ello ocurrió aquí. No es cuestión de regatear a estas alturas a la Akamus ni un ápice de su probada categoría (más como orquesta grande que como camerística), pero está claro que no es la formación ideal para afrontar un programa de estas características. Reducida aquí a dos violines (el concertino Georg Kallweit y Kerstin Erben), dos violas, una viola da gamba, un violone y un arpa, más clave/ órgano (el incombustible Raphael Alpermann), sus integrantes dejaron constancia de esa solvencia técnica que se les supone, pero los efectos especiales, las sorpresas, las voces irregulares, las disonancias, las variaciones de ritmo o los pasajes imitativos brillaron por su ausencia. Tanto, que buena parte de las obras interpretadas tuvo la misma sapidez que el agua. Es decir, ninguna.
Ni siquiera en la Serenade à cinque “Der Nachtwächter” de Biber, que tanto se presta a esos florilegios, los miembros de la Akamus hicieron alarde de imaginación, y la única sorpresa estuvo en que el violagambista Jan Halfter ejerció de sereno (o sea, de Nachtwächter), al recitar-cantar con voz de barítono mientras era acompañado por los violines de Kallweit y Erben y las violas de Clemens-Maria Nuszbaumer y Stephan Sieben, todos ellos en pizzicatti. Una pena, sí, porque la selección de la música era de lo más acertada acertada. Pero una vez más se ha vuelto a demostrar que ese manido tópico de que la ‘luminosidad mediterránea’ de cierta música barroca es cosa de formaciones sureñas (entre las cuales hay que incluir a un buen número de españolas) y no de formaciones nórdicas o centroeuropeas es absolutamente cierto.
Eduardo Torrico
(Foto: Elvira Megías)
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