MADRID / ‘Acis y Galatea’, música para un cumpleaños regio
Madrid. Auditorio Nacional (Sala de cámara). 23-II-2023. Ciclo Universo Barroco del Centro Nacional de Música. Literes: Acis y Galatea. Aurora Peña, Lucía Caihuela, Èlia Casanova Víctor Cruz, Emilio Gavira. Concerto 1700. Director y violín: Daniel Pinteño.
No resulta fácil abordar en nuestros días una zarzuela barroca, que, como sucedía con las tragedias o las comedias líricas francesas del mismo periodo, era un espectáculo múltiple, en el cual la importancia de la música estaba a la par que la del drama o, incluso, la de la danza. Si solo hay música, la obra queda un tanto coja y no es ardua comprender. La zarzuela barroca no era un espectáculo musical, sino un espectáculo teatral al que se le añadía música para adornar la acción o para acentuar determinados lances del desarrollo dramático. Como esas zarzuelas eran por lo general muy largas, solían representarse en dos jornadas, lo cual en ocasiones requerían de dos días.
Este problema queda más de manifiesto en las zarzuelas de los autores del siglo XVII que los del XVIII. En el XVIII, cuyo máximo exponente fue José de Nebra, la música había ido ganando en importancia respecto al drama gracias a la influencia de los compositores italianos que empezaron a asentarse en España a partir de la década de los años 20. Una zarzuela de Nebra sin escenificación puede seguirse sin demasiados problemas (como se comprobó recientemente, cuando Alberto Miguélez y su grupo, Los Elementos, representaron en este mismo Auditorio Nacional Vendado es amor, no es ciego), pero no sucede lo mismo con otros (como se pudo comprobar hace dos años, cuando Eduardo López Banzo y su grupo, Al Ayre Español, representaron en este mismo Auditorio Nacional Júpiter y Semele de Antonio de Literes, o como cuando Luis Antonio González y su grupo, Los Músicos de su Alteza, representaron hace cuatro años, también en este escenario, Coronis de Sebastián Durón).
Daniel Pinteño ha traído ahora al Auditorio Nacional otra zarzuela de Literes, Acis y Galatea, estrenada en versión semiescenificada el 19 de diciembre de 1708 en el Real Coliseo del Buen Retiro de Madrid, con motivo del 25º cumpleaños del rey Felipe V. No ha habido tampoco esta vez escenificación ni semiescenificación (salvo una pequeña dramaturgia propuesta por Ignacio Garcia). Para ayudar a la comprensión de la trama, se ha recurrido a un actor (y, por momentos, cantante), Emilio Gavira, que narra en primera persona, metido en la piel de Polifemo (el cíclope que se enamora de la nereida Galatea y que asesina por celos al amante de esta, el pastor Acis, arrojándole un canto rodado), lo que va sucediendo. Lo demás es puramente música, aunque, eso sí, sin el más mínimo corte: la música que se ha podido escuchar ahora es exactamente la misma música que se escuchó en el Buen Retiro en 1708.
No negaré que la partitura tiene momentos brillantes, especialmente cuando llegan las seguidillas o cuando cantan a coro. Al margen de Polifemo, por la obra desfilan Galatea (la soprano Aurora Peña), Acis (la mezzosoprano Lucía Caihuela), Glauco / Tisbe (la soprano Èlia Casanova) y Momo, el gracioso que nunca puede faltar en una zarzuela barroca (el barítono Víctor Cruz). El problema de Literes es que no tiene la chispa de Nebra. Ni quizá la de Torres. No al menos el Literes que escribe música para la escena, porque, paradójicamente, el Literes de las cantatas sacras ya es otra cosa (también es verdad que entre Acis y Galatea y sus cantatas sacras más conocidas pasan al menos veinte años, los suficientes como para que el influjo italiano haya arraigado en el compositor balear).
Concerto 1700 apareció en formación camerística: dos violines (Fumiko Morie y el propio Pinteño), violonchelo (Ruth Verona), contrabajo (Silvia Jiménez), guitarra (Pablo Zapico), Alfonso Sebastián (clave) y percusión (Pere Olivé). Y sonó tan bien como de costumbre. Bien estuvieron, asimismo, los cuatro cantantes, con mención especial para las valencianas Peña y Casanova, extraordinariamente. Pero el buen hacer de cantantes e instrumentistas, a los que no se les puede poner el más mínimo inconveniente, me temo que no fue suficiente para poder captar la auténtica esencia de una zarzuela barroca. Quizá algún día se den en este país la sensibilidad y los medios económicos necesarios para hacer este tipo de espectáculos como merecen.
Eduardo Torrico
(Foto: Elvira Megías / CNDM)