MADRID / Accademia Bizantina y Delphine Galou, o cómo alegrarle la vida a uno

Madrid. Auditorio Nacional (Sala de cámara). 19-V-2022. Ciclo Universo Barroco del CNDM. Delphine Galou, contralto. Accademia Bizantina. Director y clave: Ottavio Dantone. Obras de Vivaldi, Jommelli, Porpora y Caffaro.
Vivaldi sacro e profano es seguramente el programa más paseado por la Accademia Bizantina y, quizá, uno de los que más éxito ha tenido. Aunque, claro, lo primero tiene que ser a la fuerza consecuencia de lo segundo. Anoche llegó a Madrid, hoy se escuchará en Úbeda y este próximo domingo aterrizará en Santa Cruz de Tenerife. Como su propio nombre indica, Antonio Vivaldi cultivó casi con el mismo denuedo la música sacra que la profana. “Normal”, dirán ustedes, ya que Vivaldi era sacerdote y ahí está el dato de que se tiró treinta años empleado por una institución religiosa, el veneciano Ospedale della Pietà. Pero si repasamos su catálogo, comprobaremos que en esos treinta años casi compuso más obras de carácter profano (principalmente, conciertos para violín) que de carácter sacro, aunque en este terreno cultivase numerosos géneros: misas, salmos, magníficat, antífonas, himnos, motetes y cuatro oratorios, de los que solo ha sobrevivido uno: Juditha Triumphans).
Puestos a especular, parece no haber duda de que a Vivaldi le atraía más el teatro que la iglesia. Y, también, que le iba mucho más lo de perseguir faldas que lo de llevar hábito, como indica su larga relación con la contralto Anna Girò, por mucho que él negara categóricamente tal extremo en una carta enviada a su patrón, el marqués Bentivoglio, a finales de noviembre de 1737, apenas tres años antes de su muerte. Pero que Girò cuidara abnegadamente de él durante esos últimos y dramáticos años de existencia (el músico se vio abocado a la indigencia más absoluta) certifica que el amor entre ambos existió. Y que hubo algo más que amor espiritual entre ambos.
Girò era contralto, aunque en aquel tiempo las auténticas contraltos iban a parar al mismo saco que las cantantes que hoy denominamos mezzosopranos (tampoco había distinción entre bajos y barítonos: los cantantes que tenían voz grave iban a parar al saco de los bajos). Lo más probable es que hubiera muchas más de las segundas que de las primeras, aunque no creo que semejante desequilibrio se pudiera comparar al de hoy. Encontrar en la actualidad una verdadera contralto es como encontrar una aguja en un pajar. Y que encima esa contralto cante bien se parece mucho a un milagro. No me requeriría demasiado espacio enunciar una lista de contraltos hoy, pero evitaré dar nombres para no herir susceptibilidades. En cambio, no tengo el más mínimo inconveniente en mantener que una de las más cualificadas, especialmente para el repertorio barroco (que es el que ahora nos ocupa,) es Delphine Galou.
Volvió Galou a demostrarlo anoche en una Sala de cámara del Auditorio Nacional a rebosar, con un público rendido que no dudó en empezar a lanzarle bravos apenas concluyó su primera intervención, la primera de las dos introduzioni (Filiae maestae Jerusalem RV 638) que escribió Vivaldi para ser cantatas antes del Miserere. Galou no posee lo que entendemos por una voz voluminosa, pero todo lo demás en ella son virtudes, empezando por una técnica solidísima y por una exquisita musicalidad. La carnosidad de esa voz es lo que la hace irremediablemente atractiva. Y aquí sí que da igual que cante obras sacras que profanas, porque si brilló en la mencionada introduzione y en el motete de Nicola Porpora In procella sine stella, otro tanto acaeció cuando abordó la última obra del programa, la cantata secular Cessate, omai cessate RV 648 y el aria Agitata infidu flatu, que, sí, pertenece al oratorio antes mencionado, pero es que Juditha Triumphans tiene mucho más de ópera que de oratorio. Preciosa, asimismo, el aria Prigionier che fa ritorno, de otro oratorio igual de operístico, Betulia liberata, aunque este no es debido a Vivaldi, sino a Niccolò Jommelli. Sin embargo, creo que donde más refulgió la contralto francesa fue en las dos arias ofrecidas, fuera de programa, al final del concierto: Sovvente il sole (de la ópera Andromeda liberata, cuya paternidad se adjudica a Vivaldi) y Terribile aspetto, esta aria debida al pullés Pasquale Caffaro, que si no saben quien era, quizás les valga de pista el nombre del castrato Caffarelli.
Y ya que estamos con un pullés, saltemos a otro, aunque entre ellos haya 250 años de distancia: Ottavio Dantone. El director titular y artístico de la Accademia Bizantina es un músico inmenso. Lo ha sido toda su vida (primero, como clavecinista, faceta que nunca ha dejado de cultivar, y luego cuando se ha puesto al frente de una orquesta), pero hoy lo es más que nunca gracias a ese poso de experiencia que va dejando el correr de los años. No es de los directores-clavecinistas (o clavecinistas-directores) que se limitan a marcar alguna que otra indicación durante el concierto; el dirige con los brazos bien extendidos (salvo cuando tiene las manos sobre las teclas) y da órdenes muy precisas a cada momento, sin que se le escape el más mínimo detalle. Por eso ha conseguido convertir a la Accademia Bizantina en una de las mejores orquestas historicistas. Y desde hace ya mucho tiempo. Es admirable la compenetración de esta gente, su sonido tan empastado y cristalino, su corpulencia sonora (otras, con el doble de efectivos, no suenan ni mitad de voluminosas)… Una joya, vamos.
Dejamos para el final al concertino, Alessandro Tampieri, quien sigue la estela de otros grandes violinistas barrocos italianos: Enrico Onofri, Fabio Biondi, Stefano Montanari, Giuliano Carmignola… (no estoy muy seguro de que Carmignola sea violinista barroco, pero lo que él hace con un violín barroco hay pocos que sean capaces de hacerlo). Tampieri ayer dio una lección magistral de cómo tocar el violín. Primero con Concierto para violín en Mi menor RV 273 (una de las últimas obras que escribió vivaldi, en el año 1740; por eso, en no pocos pasajes suena más tartiniano que vivaldiano), luego con el Concierto para cuerdas en Si bemol mayor RV 167 y, como remate, el Concierto para cuerdas en Fa mayor RV 138. No es de extrañar que, alla fine, Tampieri cosechara tantas ovaciones como la propia Galou. En resumidas cuentas, la Accademia Bizantina brindó unas de esas actuaciones que alegran un poco la vida de quienes tienen la bendita fortuna de presenciarlas.
Eduardo Torrico
(Foto: Elvira Megías – CDNM)
2 comentarios para “MADRID / Accademia Bizantina y Delphine Galou, o cómo alegrarle la vida a uno”
<strong>… [Trackback]</strong>
[…] Read More Information here to that Topic: scherzo.es/madrid-accademia-bizantina-y-delphine-galou/ […]
<strong>… [Trackback]</strong>
[…] Find More to that Topic: scherzo.es/madrid-accademia-bizantina-y-delphine-galou/ […]
Los comentarios están cerrados.