MADRID / A Bach le va el flamenco
Madrid. Auditorio Nacional (Sala de Cámara). 11-II-2020. Ciclo Fronteras del CNDM. Fahmi Alqhai, viola da gamba. Patricia guerrero, bailaora. Sara de Molina, actriz. Paraíso perdido: obras de Sanz, Monsieur de Sainte-Colombe, Biber, De Murcia y Bach.
Hermanar a dos compositores del Barroco español como Gaspar Sanz y Santiago de Murcia con el flamenco no parece, en principio, descabellado ni complicado, porque, a fin de cuentas, Sanz y De Murcia compusieron casi de forma exclusiva música popular (fandangos, jotas, marionas, canarios, españoletas, jácaras…) que acabó siendo absorbida por el flamenco en Andalucía a principios del siglo XIX. Más complicado se antoja relacionar a Johann Sebastian Bach, a Monsieur de Sainte-Colombe o a Heinrich Ignaz Franz von Biber con algo tan autóctonamente español como flamenco, pero, desde luego, si hay alguien capaz de hacerlo, ese no es otro que el violagambista sevillano Fahmi Alqhai, un apasionado tanto de lo uno como de lo otro.
Conviene, no obstante, precisar que en Paraíso perdido, su tercer proyecto para hermanar música antigua y flamenco (antes hizo Las idas y las vueltas con el cantaor Arcángel y Diálogos de viejos y nuevos sones con la cantaora Rocío Márquez) no se trata tanto de fusionar como de conjuntar. Me explico: las obras interpretadas permanecen en su estado primigenio (salvo por ciertos arreglos realizados por el propio Alqhai), mientras que el baile, a cargo de la bailaora y coreógrafa Patricia Guerrero (Premio Nacional de Danza 2021), se muestra también en su estado natural. Suena la Chacona bachiana de la Partita para violín nº 2 en la viola de Alqhai, y Guerrero hace que su cuerpo se exprese en la manera en que ella siente esta música. Son, por decirlo de una manera gráfica, líneas paralelas que no llegan en ningún momento a cruzarse. La música respeta a la danza, y la danza respeta a la música… Evidentemente, no es lo mismo que escuchar a Bach o a Biber en un recital al uso: el taconeo de la bailaora sobre el tablao es estruendoso, y un instrumento de sonido tan frágil y delicado como la viola necesita aquí de amplificación para hacer posible un cierto equilibrio sonoro.
El espectáculo no requiere de mayores oropeles. El músico permanece todo el tiempo en su puesto tañendo el instrumento y la bailaora va cambiándose de traje después de cada bloque, con la ayuda de una actriz (Sara de Molina). Sencillo, pero efectivo. Y, sobre todo, sugerente tanto para la vista como para el oído. Estamos ante dos artistas mayúsculos. Pero no artistas porque se dediquen a actividades relacionadas con el arte (cualquiera que se dedique a eso puede ser llamado artista), sino porque en sí mismos son capaces de crear arte, que es algo que no está al alcance de muchos. Y en el caso de Alqhai, no solo por tocar música, sino por sacarla de su hábitat natural (en esta ocasión, el violín) y para expandirla por otro universo (el de la viola de gamba). Su arreglo de la antes mencionada chacona de Bach es antológico, como antológico es su arreglo de la Passacaglia con que Biber cierra el que acaso sea el más colosal monumento violinístico de la historia: las Sonatas del Rosario.
Eduardo Torrico
(Foto: Elvira Megías – CNDM)