Luis de Pablo, su última entrevista en Scherzo

Pese a una salud notoriamente desmejorada, a Luis de Pablo, en mayo de 2020, durante el confinamiento, la conversación le seguía apeteciendo, aunque para entonces estas debían ser forzosamente más breves. A cada cuestión una larga reflexión, y solo un hálito de tristeza al hablar de su ópera El abrecartas, guardada entonces en un cajón. Poco después conoció que el Teatro Real al fin la estrenaría, en febrero de 2022. Aunque sabía, porque lo sabía, que no llegaría a verla, la noticia reparaba la injusticia y debió sentirse reconfortado. Esta iba a ser también su última entrevista.
“He perdido diez años de mi vida en sacar adelante ‘El abrecartas’”
¿En qué estaba trabajando cuando explotó la crisis sanitaria del Covid-19?
El trabajo del compositor exige aislamiento, naturalmente. ¿Pero alguien puede creer que se puede componer, que se puede crear, siendo consciente de lo que sucede fuera? Ya le digo yo que no. Antes de que toda esta rocambolesca situación comenzara había estado trabajando en una nueva versión de mi concierto para saxofones Une couleur... (1989). Si en la versión original Daniel Kientzy se hacía cargo de todos los instrumentos implicados (saxo contrabajo, barítono, soprano y sopranino) ahora todos los instrumentos están repartidos entre los miembros del grupo Sigma Project, que me sugirió la adaptación. Iba a haberse estrenado en Musikaste pero se ha pospuesto. Al final quedarán en el catálogo dos posibilidades de Une couleur…, como si fueran sendas versiones de la misma novela. Que cada cual escoja una o otra. Y, bueno, cuando todo eso pase, si pasa, a lo mejor me pongo a componer. Ahora no es buen momento para casi nada.
¿En dónde se encuentra, en qué cajón más bien, su ópera El abrecartas, que le encargó Gerard Mortier para el Teatro Real y de la que nunca más se supo?
Eso tiene usted que preguntárselo al que teóricamente iba a estrenarla, el Teatro Real. Pero allí todo se mueve por caprichos y por tiras y aflojas. Y yo, que he compuesto la obra y que me parece que no está mal como para no presentarla al público, ya he perdido el interés en ella. Creo que El abrecartas es una ópera muy digna de ser estrenada pero yo a mi edad no estoy para aguantar la cantidad de cosas feas que me han hecho. Probablemente, y no le exagero, he perdido algo así como diez años de mi vida para intentar sacarla adelante. Y no lo he logrado. Creo que me rindo.
Hace unos meses el grupo vocal KEA recuperaba su partitura Zurezko Olerkia, de 1975, una obra escrita en su etapa canadiense y muy diferente de todo lo que usted ha hecho después. ¿Se reconoce por igual en todas las páginas de su catálogo?
He compuesto mucha música. Y le diré que me siento francamente contento de todo lo que he hecho, de todo lo que está en mi catálogo, aunque no sea más que por el esfuerzo, la dedicación y el cariño que he puesto en todas las partituras, desde luego también en la que cita. Así que le diré que sí, que sí me reconozco, soy yo en diversos momentos, a veces muy distintos.
A todas las obra las querrá por igual pero dígame una que se le venga ahora mismo a la mente y que le haga especial ilusión, por la razón que sea…
Pues La caída de Bilbao, que es una cantata para orquesta, violonchelo, solistas y coro que se estrenó en 2019. Es una obra muy grande que rememora la caída de mi ciudad a manos de las tropas franquistas en junio de 1937. Una composición importante que me haría mucha ilusión poder volver a escuchar.
Honestamente usted sabe que las posibilidades de que esto ocurra son escasas. ¿Comparte el juicio de que en España nunca se ha tocado menos música contemporánea como hoy?
Pero, ¡cómo no! Yo estoy muy cansado al respecto. ¿Que no se oye música contemporánea en mi país? Pues oiga, tal día hace un año. Estoy harto. Mi música casi siempre se estrena en Italia o, si no, en Francia. Pues eso es lo que hay, ¿qué otra cosa puedo hacer yo? Estoy muy cerca de cumplir los 100 años, ¿sabe lo que significa eso? Pues que he aguantado demasiados años como compositor en un país que no quiere la música. Yo he sido un tonto por no haberme ido nunca y este es el precio que tengo que pagar. Pude ser canadiense, se me ofreció la oportunidad. Pero como aquello pasó cuando Franco murió pues pensé que entonces podía hacer algo en mi país. ¡Qué iluso!
Usted se queja de lo suyo, como es habitual. ¿Pero a quién haría extensible el injusto manto del olvido?
Hay tres grandes que están tan olvidados como yo: Cristóbal Halffter, Carmelo Bernaola y Francisco Guerrero. Que a Paco [Guerrero] no lo toque nadie es una muestra de lo que pasa en la música. O mejor, de lo que no pasa. La música viva en España debería llamarse música muerta porque nadie la conoce.
Un asunto que le ha dado más de un quebradero de cabeza es su colección de instrumentos étnicos y todo su archivo. ¿Ha encontrado ya alguna institución que, en el futuro, quiera custodiarlo?
De momento no. Es verdad que tengo una colección, entre unas cosas y otras, creo que de interés. O de interés para algunas personas. Si salimos vivos y vencemos al virus este pues se lo daré todo a la Biblioteca Nacional y allí espero que se quede y se le dé buen fin. ¶
Ismael G. Cabral
[Foto: Rafa Martín]
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