Lucia Ronchetti: “La música coral puede ser una medicina para el alma”
La compositora Lucia Ronchetti, como ocurre con muchos autores italianos, es más apreciada y conocida en el extranjero que en Italia. Ahora es la nueva directora de la Bienal de Música de Venecia. Por primera vez, una mujer ocupa este cargo. Y no precisdamente por la ‘cuota rosa’. Ronchetti es una mujer sincera y de carácter fuerte, no tiene pelos en la lengua y está tan familiarizada con las notas y los pentagramas como con los guantes de boxeo, que colgó hace tiempo, pero es capaz de lanzar ganchos retóricos que van directamente al grano.
¿Maestro o maestra?
Maestro, sin duda. Porque si no nunca se asociaría con un director de orquesta o un compositor. ¡Lo de maestra te hace pensar en la escuela!
Como mujer, ¿ha sido difícil convertirse en compositora?
En Italia, llegar a ser compositor es difícil en general. Es tan difícil que la diferencia de género es prácticamente inexistente. No hay apoyo, no hay futuro… Al compositor se le puede entrevistar o reseñar una obra, pero no se ven declaraciones de compositores en los periódicos. ¡El compositor es un parásito! No tiene estatus porque la música contemporánea se considera algo superfluo. Es más, ¡no aporta un beneficio económico! Este pensamiento involutivo es el resultado de la televisión comercial de Berlusconi y no ha cambiado con la alternancia de la izquierda. En cambio, en Europa, entre los compositores italianos, hay tres mujeres: Clara Iannotta, Francesca Veronelli y Marta Gentilucci.
¿Qué significa para usted que le hayan pedido dirigir la Bienal de Música?
Cuando el presidente Cicchitto me propuso la dirección de la Bienal, fue un momento importante, pues se trata de un reconocimiento que nunca se había otorgado a una mujer. Siempre habían sido compositores: Francesconi, Battistelli e Ivan Fedele, todos los cuales tienen importantes carreras internacionales.
Italia ha visto nacer la ópera y, sin embargo, existe hoy una desconexión entre la sociedad y este lenguaje, ¿por qué?
La música es un lenguaje absoluto, no verbalizable: hay que conocerla para entenderla. Por eso, la enseñanza en la escuela es fundamental: hay que hacer música para entenderla. La tradición italiana de los coros de niños, que existe un poco en todas partes, nació a nivel culto en San Marcos cuando Willaert se convirtió en maestro di cappella en 1527. Así nació la Escuela de San Marcos. Siempre estaba el coro de niños y el de adultos. En el primero estaban el pequeño Monteverdi, el pequeño Cavalli… El coro se cerró a principios del siglo XX. Ahora existe el Coro de la Capilla Marciana, el más antiguo del mundo.
De hecho, la música coral ha figurado en el programa de su primera Bienal.
Sí, he centrado mi primera Bienal en la música coral, en partituras para conjunto vocal: el cantar juntos y la construcción dramatúrgica que surge de la superposición de voces sin acompañamiento. He decidido, y soy el primer director de la Bienal en hacerlo, implicar a la Cappella Marciana. Pedí a Christina Kubisch, una artista sonora alemana muy inteligente y respetuosa, que colaborara con Marco Gemmani, director de la Cappella Marciana, especializado en la música veneciana del siglo XVI. El resultado es una instalación sonora basada en las actuaciones del coro, porque creo que es importante reconstruir unos puentes que se han roto. Si en toda Italia todos los niños cantaran juntos, bajo la guía de un profesor por supuesto, se crearía automáticamente un público.
¿Cuál es la situación de la música contemporánea en Italia?
Creo que en Italia, demasiadas veces, se han interpretado partituras escritas mal, con prisas (por no ser fruto de un encargo) e interpretadas por músicos no remunerados. Toda esta penuria ha generado mucha fealdad en la música contemporánea. Para trabajar bien, un compositor o intérprete debe gozar de condiciones de trabajo óptimas: estabilidad y continuidad. En Italia, todo es ocasional. Sucede que un compositor puede escribir una ópera o una pieza para una gran orquesta. Pero siempre es una vez: no hay continuidad. El público se siente muy decepcionado por la música contemporánea porque ha escuchado demasiadas obras que no funcionan.
¿Qué piensa hacer para aumentar el interés por la música contemporánea?
Mi primera tarea será asegurarme de que sólo se escuche música de calidad. En segundo lugar, todas las piezas programadas deben ser para el gran público: no piezas sencillas, sino piezas capaces de interaccionar con un público no competente o simplemente no interesado en la música. Después de dos años de pandemia, he querido programar en esta Bienal piezas que, aunque son extraordinarias, no son demasiado agresivas. Creo que el público necesita otra cosa en este momento. No quiero hacer un festival relajante, sino reconfortante: la música coral puede ser una medicina para el alma. Puede dar consuelo y belleza. He intentado ir en esta dirección.
La Bienal es un reconocimiento, pero también un gran reto. ¿Cuál es su idea de la Bienal?
Coros y conjuntos vocales del más alto nivel que estudian con seriedad y ofrecen actuaciones realmente bien preparadas. Y luego he tomado la decisión histórica a nivel europeo –al menos, eso creo– de no hacer programas con muchas piezas pequeñas, porque juntar muchas composiciones de 5, 8, 10 minutos, como es habitual en todos los eventos de música contemporánea, es perjudicial para el oyente. Escuchar tantos estilos diferentes distrae y cansa. En mis programas hay grandes piezas de 50 minutos o dos piezas de 25-30 minutos. Los conciertos son relativamente cortos.
¿La programación tiene en cuenta la realidad local?
He decidido tender un puente con la historia musical de Venecia –de la que, al fin y al cabo, la Bienal es la prolongación–, salir del Arsenale, que se había convertido en el gueto de la música contemporánea, y utilizar muchos otros espacios históricos de la ciudad. En esta reciente edición ha habido dos conciertos en San Marcos, conciertos en La Fenice, en el Teatro Malibran, en la Fundación Cini… También he retomado el contacto con el Conservatorio Benedetto Marcello (uno de los conservatorios punteros en Italia), que se encuentra en uno de los más bellos palacios venecianos y cuenta con numerosos espacios: patios, salas… Espero conseguir que la Bienal de Música vuelva a tener público y que tenga una resonancia europea: que lo que hacemos aquí se compare con otros festivales europeos. Este es mi sueño para los próximos cuatro años.
Franco Soda