Los ‘Concerti armonici’, una obra en busca de autor

Los Concerti armonici se publicaron en La Haya en 1740 sin que su editor, el violinista Carlo Ricciotti, revelara la identidad del autor. El éxito de la colección fue considerable, por lo que desde entonces se acumularon las hipótesis sobre su desconocido artífice. A principios del siglo XIX, el compositor polaco Franciszek Lessel propuso el nombre de Giovanni Battista Pergolesi debido al carácter italianizante de las piezas. Si bien el estilo de estos seis Concerti armonici no encajaba con el resto de la producción instrumental de Pergolesi, la atribución se mantuvo en pie durante mucho tiempo. En las quinielas figuraban también los más oscuros Fortunato Chelleri y Adam Birkenstock, y otro posible candidato era desde luego el propio Ricciotti, pese a que en su caso había indicios contradictorios. En la dedicatoria de la publicación, dirigida al conde de Bentinck, Ricciotti indicaba que los Concerti armonici eran obra de una “mano ilustre”. Salvo que quisiera jugar al despiste, ¿es posible que Ricciotti, un músico de escaso renombre, hablara de sí mismo en semejantes términos?
La alusión a la mano ilustre sirvió para añadir a la lista de candidatos otro nombre, el de Georg Friedrich Haendel. Pero había un detalle intrigante: la plantilla de los Concerti armonici requiere cuatro partes de violín, un rasgo típico de los conciertos de área romana (Mossi, Valentini, Locatelli). Este dato orientó la búsqueda hacia algún compositor italiano de formación romana residente en el norte de Europa. ¿Locatelli?
Todas las incógnitas quedaron despejadas 240 años después, en 1980, cuando el musicólogo Albert Dunning encontró en los archivos del castillo de Twickel un manuscrito de los Concerti armonici acompañado por una nota autógrafa del aristócrata Unico Wilhelm van Wassenaer (1692-1766). En ella, Wassenaer –un importante diplomático pero también músico diletante– no sólo reconocía la paternidad de la obra, sino que ofrecía más detalles sobre su origen. Los Concerti armonici fueron escritos entre 1725 y 1740 para unas academias que Wassenaer organizaba en su residencia de La Haya junto con su amigo, el conde de Bentinck. En la orquesta tocaba como violinista Carlo Ricciotti y fue precisamente éste quien insistió ante Wassenaer para editar sus piezas. Wassenaer se negó en un primer momento no sólo por su estatus social, sino también por considerar que la calidad de las obras era desigual. Finalmente accedió, pero a condición de que su nombre no apareciera en la publicación. La mano “ilustre” no aludía por lo tanto a la fama del compositor, sino a su condición aristocrática.
A continuación proponemos el Concerto armonico nº 2, que se compone de cuatro movimientos según el modelo de la sonata de iglesia. A un lírico Andante con imitaciones entre las partes superiores le sigue un Presto en forma de fuga. El Adagio affettuoso utiliza un ritmo de siciliana, mientras que el Allegro moderato final fue transcrito por Stravinsky en su ballet Pulcinella (bajo el título de “Tarantela”) cuando los Concerti armonici aún se consideraban obra de Pergolesi.