Los amos del cotarro (I)
Tradicionalmente, la cuerda de tenor ha sido la estrella, la protagonista, la de los dimes y los diretes, la representada por los divos de cada época. Mucho más que la de los barítonos y más que la de las sopranos, que también tuvieron bastante que decir tanto por sus hazañas canoras cuanto por sus rencillas y sus disputas. La voz más aguda del hombre ha sido, sin embargo, la que ha dado más que hablar, aquella que, a partir de comienzos del siglo XIX, acudían a escuchar preferentemente en busca de esas proezas y esas notas estratosféricas. Las de un Rubini, un Mario, un Tamberlick, un Gayarre… En este trabajo queremos hacer un breve estudio de las voces y personalidades de los tenores que hoy parece que mandan en los ruedos operísticos, los más cotizados, cada uno con sus virtudes y sus defectos. Son ‘los amos del cotarro’.
PIOTR BECZALA
Empezaremos por el divo polaco, que se ha enseñoreado hoy del repertorio que podríamos denominar de lírico pleno. Podemos leer en su biografía que nació en una localidad del sur de Polonia de enrevesada pronunciación (Czechowize-Dziedzice) y que estudió primero en Katowice. En Viena recibió clases nada menos que de Sena Jurinac. Su debut tuvo lugar en Linz. Los muchos años perteneciendo al elenco de la Ópera de Zurich fueron muy importantes para su crecimiento vocal y técnico. En 2004 cantó el tenor de Der Rosenkavalier y Fausto en el Covent Garden. Poco a poco fue creciendo y en seguida saltó al charco debutando en el Met con Il Duca de Rigoletto.
Mucho ha evolucionado este cantante desde que, hace no tantos años, tuvimos ocasión de escucharlo en Zurich en una Flauta mágica de Mozart. Era en esa época un mozartiano espléndido, un lírico-ligero bien asentado de emisión bien regulada, muelle, de timbre argénteo, de color muy atractivo, no exento de ciertas penumbrosidades, de método de canto estricto y sólido; de expresión justa y de legato interesante. La voz, con el tiempo, ha ido creciendo y el artista, lógicamente, se ha ido embarcando en aventuras más enjundiosas, de contenido más dramático; en partes propias de los líricos plenos o, incluso, en la actualidad, de los lírico-spintos.
Beczala se nos revelado como un cantante honesto y trabajador, seguro y dominador, dueño de una técnica muy sólida y de una expresividad muy medida. La voz es de buena calidad: pastosa, timbrada, levemente gutural, bien emitida, extensa y de buen volumen. El cantante posee un magnífico control de las respiraciones, sabe apianar y atacar con general limpieza, bien que en ocasiones empleando algunos a veces poco preciables golpes de glotis, que dañan pasajeramente el fluir sonoro y emborronan el legato.
Son aspectos que podíamos apreciar con la escucha de su disco para Orfeo editado hace muy pocos años, pero grabado en 2011. Se ha ido metiendo poco a poco en partes de cierto fuste y en el Metropolitan de Nueva York ha probado con buena fortuna nuevos cometidos, como Rodolfo de Bohéme o varios Verdi; algunos de estos últimos estaban en ese compacto. No reconocemos ya en Beczala ese lustre juvenil, esa tersura de otrora cuando ha sobrepasado la cincuentena. Su canto es posible que se pueda hacer algo monótono, aunque se luzca, incluso con regodeo y facilidad, en los agudos, por lo común restallantes y vibrantes. Y que pudimos aprecia, por ejemplo, en la que fue su última aparición en el Real en el papel de Fausto.
El cantante luce unos graves a veces excesivamente apoyados. El pasaje se realiza correctamente con algún que otro estrangulamiento. No parece existir problema para ascender a la zona aguda y sobreaguda, con Si naturales 3 e incluso Do 4. No nos convencen en él algunos manierismos y una cierta tendencia a cantar casi todo en un forte o mezzoforte escasamente expresivo, aunque practica en ocasiones meritorias medias voces. Es capaz de aplicar interesantes sfumature, como la que gusta de brindar en el cierre de la primera exposición de Pourquoi me réveiller de Werther. Hace cuatro años tuvimos la ocasión de escuchar en Dresde su debut en una parte wagneriana, la de Lohengrin, con la que dio un curso de bien cantar y de decir con una corrección que es verdad que nos aleja de la emoción más auténtica, sin los resortes expresivos del blanquecino Vogt o la milimétrica —y engolada— aproximación de Kaufmann, pero que tiene su mérito toda vez que el sonido es hermoso, la homogeneidad indiscutible, la extensión suficiente, la proyección muy canónica y, eso es cierto, la potencia no siempre idónea, sobre todo en los grandes conjuntos. Adecuadamente matizado su monólogo final. Recurrió al falsete en una ocasión.
JAVIER CAMARENA
El gran atractivo o reclamo de las pasadas representaciones en el Teatro Real de L’elisir d’amore de Donizetti fue el nombre de este tenor mexicano, que solo intervino en una de las funciones y que fue justamente aclamado por un público que lo quiere y admira, pues ya se ha convertido —después de sus pasadas intervenciones en La fille du régiment, La favorite y Lucia di Lammermoor del mismo Donizetti y de I puritani de Bellini— en un claro predilecto del público de la capital. La verdad es que este artista de 43 años da motivos justificados para ello. Entre sus virtudes está la del riguroso control respiratorio, la habilidad para la sfumatura y el filado. A la voz, la de un lírico—ligero, agradable, cada vez más próxima a la de un lírico de poco peso a secas, bien esmaltada, no le falta cuerpo para Nemorino ni solidez y llega estupendamente por la frescura de un timbre que en algunas notas puede recordarnos al del joven Di Stefano. Es muy extensa —y lo demostró aquí en un inesperado re bemol sobreagudo— y posee un centro cada vez más carnoso y presente y un grave de momento suficiente. Maneja con habilidad el viejo truco del portamento di soto y controla sin problemas las agilidades, en las que, después de todo, su particella no es demasiado abundante, como prototipo de escritura vocal neobelcantista.
Su Furtiva lagrima fue modélica por expresión —no exultante, lo que sería lógico frente a las habituales versiones lloriqueantes—, sino soñadora o, por mejor decir, ensoñada, la propia del enamorado que de pronto descubre que su hasta entonces arisca pretendida también lo ama. La interpretación fue cuidada en la línea, depurada en el fraseo, afinada en la entonación. En ella Camarena mostró sus credenciales con ataques certeros, messe di voce, medias voces, filados (en la frase lo vedo), buen legato, silencios estratégicos, La naturales agudos fulminantes —no escritos, pero impuestos por la tradición—, volata postrera bien dibujada y cierre en un hilo. El público se entusiasmó y solicitó un bis, que el tenor concedió. El tercero que regala en el mismo escenario tras los de La fille (A mes amis) y Lucia (como integrante del Sexteto).
El tenor, nacido en Xalapa, estado de Veracruz, en 1976, fue flautista en sus comienzos y estudiante de ingeniería después. Finalmente, se decidió por el canto y recibió enseñanzas de Armando Mora y María Eugenia Sutti. Tardó bastante en sacar la cabeza. Su primer espaldarazo tuvo lugar en el Met neoyorkino en 2011, donde interpretó el Almaviva de El barbero rossiniano, una parte escrita, como se sabe, para un baritenore (Manuel García) y que tradicionalmente han cantado en tiempos modernos tenores ligeros o lírico-ligeros. La voz es timbrada y bien coloreada, tiene extensión y metal. En los últimos años se ha venido especializando en una parte nada fácil cual es la de Tonio de La fille du régiment de Donizetti, que ya comentábamos más arriba, con la que ha triunfado en distintos escenarios.
Posteriormente, en el mismo escenario, nos ofreció un Arturo de Puritani seguro, de buen control respiratorio, hábil en la sfumatura y en el filado. Como otros tenores de sus características, Flórez es el ejemplo, ha decidido pasarse ya, con armas y bagajes, a un papel como el del Duca de Rigoletto, con el que debutó meses atrás en el Liceu. Nos parece que a la voz del tenor le falta aún algo de cuerpo y robustez para un cometido que precisa de un lírico o lírico—ligero de mayor amplitud. Aunque recursos técnicos, fuelle y sentido musical tiene el mexicano. Será muy interesante seguir su evolución.
Arturo Reverter