LONDRES / Memorable velada mahleriana

Londres. Royal Albert Hall. 24-VIII-2022. Louise Alder, soprano. Sarah Connolly, mezzosoprano. CBSO Chorus. London Symphony Chorus. Director del coro: Simon Halsey. London Symphony Orchestra. Director: Simon Rattle. Obras de Birtwistle y Mahler.
Casi veintitrés años después Simon Rattle volvía a dirigir la Segunda sinfonía de Mahler en los Proms, secundado esta vez por su querida London Symphony Orchestra. La expectación era máxima, por el interés que siempre despierta entre los aficionados, por su gran dispositivo y elementos requeridos, y por ser una de las obras fetiches del director inglés, quien la dirigió por primera vez a los 18 años. La cita se revistió además de una fuerte carga emotiva de inicio, cuando Rattle dedicó el concierto al compositor Harrison Birtwistle, fallecido el 18 de abril del presente año. Fruto de su estrecha relación es la pieza de 2018 Donum Simoni MMXVIII (Un regalo para Simon 2018), y esta obra fue precisamente la que abrió el concierto. Escrita para conjunto de maderas, metales y percusión, esta suerte de fanfarria refleja a la perfección la mordacidad, el carácter y el especial sentido del humor de Birtwistle. Así, las secciones de la London Symphony, que ya habían trabajado con el compositor, supieron desgranar todos sus destellos, ritmos, timbres y detalles, en una interpretación poliédrica y muy vivaz.
Llegó el turno de la Segunda sinfonía y desde el Allegro maestoso inicial se pudo constatar que la gran expectación era fundada y que sería sobradamente recompensada. No en vano, a lo largo de todo el movimiento Rattle supo transmitir a la orquesta su especial afinidad con la obra. En este sentido, la cuerda y las maderas abordaron los compases iniciales con gran decisión y precisión, muy cohesionados y alineados con el director, quien desde el inicio destacó la variedad dinámica y jerarquizó con inteligencia los planos sonoros, sin caer en la tentación y el efectismo fácil de anticipar el clímax sonoro. Eso lo guardaría para más adelante, como ya se verá. Entre tanto, y salvo alguna levísima imprecisión en los ataques de los metales en Wie zu Anfang, tras Im Tempo nachgeben, el movimiento transcurrió de forma muy orgánica, con todas las secciones entrelazadas con maestría, activando y desactivándose unas con otras en un fluir muy bien planificado. Todo el movimiento, eso sí, sirvió para constatar la enorme calidad que atesora la London Symphony Orchestra en cada una de sus secciones.
Tras la consabida pausa después del movimiento inicial, la orquesta londinense abordó el Andante moderato en los mismos términos que hasta entonces, sin sobresaltos y priorizando el legato; grazioso sí, pero no en demasía. La calidad y elegancia de la cuerda se hicieron patentes de nuevo en esos pasajes, en cada uno de los glissandi y en el control del pulso, siguiendo las indicaciones de Mahler, jamás apresurado, ni tan siquiera en los pizzicati en Wieder in’s Tempo zurückgehen. Tempo I. El control y la compenetración en esta sección fueron totales, de hecho. Rattle añadió interés musical a la interpretación destacando líneas (sobre todo en los violonchelos) que en otras lecturas suelen pasar desapercibidas. La elegancia de la cuerda se hizo extensiva entonces a las maderas, de manera muy especial en el final del movimiento, con un morendo bis zum Schluss sublime, cuyo efecto se acrecentó al quedar casi enlazado directamente con el tercer movimiento.
Proseguía Rattle con el mismo planteamiento y en In ruhig fliessender Bewegung el tempo fue contenido, con una amplia paleta de acentuaciones y con el legato reservado a las cuerdas y los staccati a la sección grave de las maderas. Todo ello en aras de un mayor contraste, preparado con un pianissimo cristalino y de ensueño por el flautín y la primera flauta en la modulación antes de Vorwärts, donde la orquesta dio rienda suelta a su entusiasmo, aunque fuese por poco tiempo, alternándose con las secciones solistas de la cuerda y los vientos. El punto culminante de Wieder unmerklich zurückhaltend, otra vez, no lo sería demasiado, ya que lo bueno, como bien saben Uds., se hace esperar. Así las cosas, el movimiento llegaba a su final con la misma redondez que todo lo anterior.
Sarah Connolly, que había emergido elegantemente del acceso situado bajo la orquesta al escenario en los compases finales del In ruhig fliessender Bewegung, abordó el Urlicht con titubeos —su nota inicial fue un Do natural en lugar de un Re bemol—, pero rápidamente, y con la elegancia que le caracteriza, corrigió su indecisión, de forma tan musical y natural que pareció un efecto deliberado. A partir de entonces la emoción se extendió por cada rincón del Royal Albert Hall, con un público subyugado a la atmósfera creada por la orquesta y a la calidad y musicalidad de la mezzo británica, cuyo canto fue un alarde de elegancia, de expresividad y de buen uso del vibrato en todos sus registros vocales.
Fue en Im Tempo des Scherzos cuando Rattle terminó de convencer a los asistentes con su sabio empleo del espacio disponible. El británico supo jugar con la acústica de la sala y emplazó los timbales y las 4 trompas de la banda interna en la galería superior, a sus espaldas. Las 4 trompetas y la caja, por su parte, se situaron en la misma galería, pero a la derecha del director, creando diferentes fuentes de sonido. La dificultad por la distancia fue solventada magistralmente por Rattle y la orquesta, con un dominio absoluto del pulso. El coral del contrafagot y los metales, magnífico por su empaste y colores diferentes en las dinámicas, sirvió de preparación para uno de los momentos inolvidables de la noche, cuando los redobles de la percusión, apoyados por la caja de la galería, hicieron temblar al público en un crescendo prolongado y grandioso. A partir de entonces todo se sucedió: las modulaciones de la orquesta, el solo de trombón, magníficamente interpretado (como el primero), hasta la tercera intervención de la banda interna, muy solvente como hasta entonces y en su interacción con la orquesta.
Y llegó el gran momento, en el que los casi trescientos cantores del City of Birmingham Symphony Orchestra Chorus y el London Symphony Chorus comenzaron su intervención sentados de inicio a ambos lados del imponente órgano Henry Willis (remodelado por Mander Organs), con un bellísimo sonido en pianississimo, manteniendo la dinámica durante la primera intervención, y cantando de memoria todo lo demás. Estupendamente preparados por Simon Halsey, los coros mostraron una cuidada afinación y un trabajo minucioso del texto, solo enturbiado muy levemente por alguna ese anticipada. Louise Alder, por su parte, se sumó desde la cercanía al coro con una voz de rica sonoridad, gran presencia y maleabilidad; fue el complemento idóneo a la de Connolly. A partir de ahí, las voces graves del coro lucieron su empaste y convicción, y el torrente emocional se desataría con el apoyo del monumental órgano. Y a pesar de la agitación, todos los ataques agudos en las cuerdas del coro sonaron limpios, claros y precisos. El final en forma de atronadora y prolongada ovación de un Royal Albert Hall lleno se la pueden ustedes imaginar. No era para menos, los asistentes acabábamos de presenciar un concierto memorable que será recordado por mucho tiempo.
Urko Sangroniz
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