Lo que pasa en Bayreuth se queda en Bayreuth
Festival de Bayreuth. 25-VII-2019. Richard Wagner: Tannhäuser. Director musical: Valery Gergiev. Director de escena: Tobias Kratzer. Reparto: Stephen Gould (Tannhäuser), Lise Davidsen (Elisabeth), Elena Zhidkova (Venus), Markus Eiche (Wolfram von Eschenbach) y Jorge Rodríguez-Norton (Heinrich der Screiber).
En Cita con Venus Glenn Close interpreta a una diva estadounidense que tanto seduce como desespera a un director de orquesta húngaro durante los ensayos de una producción de Tannhäuser en París. El final de la película coincide con el colofón romántico de la soprano y el maestro momentos antes del estreno de la ópera, que es boicoteado por el sindicato de tramoyistas. Con la sala llena de autoridades, los operarios no consiguen elevar el pesado telón de acero, de modo que los cantantes se ven obligados a recitar en el proscenio mientras el coro de peregrinos desfila entre las butacas. La película se estrenó en 1991, recién caído el Muro, por lo que las referencias al «telón de acero» trascienden la extravagancia de un desenlace kitsch, en el que la batuta del maestro termina floreciendo como el báculo de Tannhäuser cuando recibe el perdón papal frente al cadáver de Elisabeth.
También Gergiev expió el jueves sus pecados con una versión electrizante de la leyenda del caballero Tannhäuser. El maestro ruso derribó el pesado telón de acero que lo separaba de la prosodia wagneriana desde las antípodas soviéticas en una producción que, como en la película de István Szabó, simula un boicot que obliga a los personajes a mezclarse entre el público. Hubo toques kitsch y también algo de «extra-vagancia»: se había especulado sobre la falta de dedicación de Gergiev en los ensayos después de que su jet privado no lograra aterrizar en el aeropuerto de Bayreuth y fuera desviado a Núremberg. Pero Gergiev salió airoso del juicio. No sólo no decepcionó durante su debut en la Colina Verde, sino que se resarció de sus desencuentros con el festival con una obertura soberbia. El moscovita se desenvolvió con soltura como mediador del conflicto entre el amor carnal y el espiritual, entre la exaltación del delirio orgiástico de los pasajes de cuerda y la templanza sinfónica durante la virginal serenidad del castillo de Wartburg. Lo que no evitó los abucheos de cierto sector del público tras el último telón.
El nuevo montaje de Tobias Kratzer fue un magistral derroche de ingenio. El regista bávaro renunció a la trama sexual del libreto pero ofreció a cambio un desnudo integral (tan desternillante como obscenamente crítico) de las sacrosantas tradiciones de Bayreuth. Para ello no dudó en convertir el coro de los peregrinos en un atajo de snobs que acuden emperifollados al estreno de Tannhäuser en un divertido y a ratos delirante juego metaoperístico. Aquí Venus es una delincuente con ínfulas hippies que deambula en una vieja furgoneta de los años 60 (un guiño a la época dorada de Wieland al frente del festival) como en una road movie que avanza a través del espacio y del tiempo: desde las proximidades del antiguo Castillo Wartburg hasta el remozado Festspielhaus donde se representa en directo la función de Tannhäuser. Mientras el público permanece sentado en el interior de la sala, Venus trata de reventar el estreno. Con ayuda de un enano y un travesti negro, descuelga de la fachada del teatro un cartel con un extracto del ensayo Arte y revolución de Wagner: «Libres en la voluntad, libres en la acción, libres en el gozo».
A través de una proyección paralela a la representación decimonónica de Tannhäuser, vemos a la anti-heroína recorrer las bambalinas del teatro con su troupe anarco-circense. El enano porta un tambor de hojalata (en explícita referencia al personaje de Günter Grass) mientras el travesti flirtea con el retrato de Christian Thielemann colgado en la «galería de los criminales», lo que provocó no pocas carcajadas en el graderío. Después Venus se cuela en el concurso de canto y, como en La rosa púrpura de El Cairo, obliga a Tannhäuser a cruzar la línea que separa la ficción de la vida real. Entonces una regidora (interpretada por la intendente y biznieta Katharina Wagner) llama a la policía, que se presenta en el Festspielhaus y toma el escenario por asalto como en una ópera bufa.
La canciller Angela Merkel no quiso perderse la ópera de Wagner menos representada en la historia de Bayreuth: sólo nueve montajes en 108 ediciones. El público se rindió a los pies de la soprano noruega Lise Davidsen (una Elisabeth que lo dio todo en una oración –Allmächt’ge Jungfrau – desprovista del fervor religioso del libreto original) y agasajó a la mezzo rusa Elena Zhidkova (Venus), que rindió vocalmente y cargó con todo el peso del artificio dramatúrgico. Aunque menos, tampoco escatimaron en bravos para el estadounidense Stephen Gould (un Tannhäuser meritorio y esmerado, a veces falto de voz) y el barítono alemán Markus Eiche (Wolfram von Eschenbach), que se lució en el aria O du, mein holder Abendstern. El tenor asturiano Jorge Rodríguez-Norton (Heinrich der Screiber) salió a saludar con evidentes síntomas de satisfacción: acababa de convertirse en el tercer español en cantar en Bayreuth, después de Victoria de los Ángeles y Plácido Domingo. Ya ha firmado su contrato para la reposición del montaje que se verá el verano que viene, coincidiendo en el cartel con el esperado Anillo de Valentin Schwarz y Pietari Inkinen.
Benjamín G. Rosado