Las tres muertes de José Buenagu (1935-2023)
Coincidimos por primera vez en un estudio de grabación. Nos había convocado un amigo común, Carlos Cruz de Castro. Salía yo de grabar cuando entraba él. Me extrañó que dirigiese una grabación Buenagu, de quien yo había oído hablar sólo como realizador de televisión. Por aquél entonces, yo joven recién casado, él tenía aspecto de rompecorazones maduro. Fue hace casi cincuenta años. En la distancia, se formó una idea sobre mí no muy favorecedora. Me lo dijo él mismo muchos años después. Había cambiado diametralmente el concepto que tenía de mí. Desde entonces mantuvimos una relación estrecha, una amistad de corazón, pues era la única manera de comportarse con José Buenagu, porque era la suya, con una rara intensidad que trascendía a cualquiera que hablase con él. Conocí entonces su historia.
De formación musical integral, había iniciado su carrera como director con una titularidad menor en Francia. Alguien habló a José Iturbi del joven y notable director y el veterano maestro, entonces titular de la orquesta de Valencia, mantuvo una entrevista con José. Tras tres preguntas hoy políticamente incorrectísimas, Iturbi le citó en Valencia donde tenía la intención de nombrarle su ayudante. Buenagu, recién regresado de Francia, se dirigió a la ciudad del Turia en coche con tres acompañantes. Los tres fallecieron en el accidente de tráfico que mantuvo al joven director en el hospital, al borde de la muerte, durante varios meses. Allí, como para llenar las dolorosas jornadas de convalecencia, recibió el encargo del cineasta Mur Oti, amigo paterno, de componer la banda sonora de su recién terminada película, Milagro a los cobardes. El año siguiente, 1962, tras su paso por el Festival de San Sebastián, recibió el premio especial del Sindicato del Espectáculo y el premio a la mejor banda sonora. Después de aquel encargo hubo otros y otros premios. Un día Buenagu decidió abandonar la seguridad y atender a su verdadera vocación. Alguien le invitó a dirigir en Bogotá y allí se quedó una década, elegido por aclamación como director titular. De la casi nada creó la Orquesta Filarmónica de Bogotá con la que realizó innumerables conciertos, actividades sociales, grabaciones… Un día le diagnosticaron leucemia terminal; le aconsejaron que regresara a España para morir en familia. Volvió, y mediante un tratamiento no convencional fue pasando el tiempo y Buenagu recuperando paulatinamente la salud. Decidió reinventarse. Entró a trabajar en RTVE y revolucionó la forma de realizar la retransmisión de conciertos. Tanto que, hasta ayer, colaboradores de la casa músicos como él, le llamaban “maestro” igual que antes lo hacían en Colombia. José Angel Vayá, Carlos Usillos, Angel Luis Ramírez, han mantenido su respeto y amistad hasta su tercera y definitiva muerte.
Tuve el honor de que José me requiriese como director para el montaje de su ópera de cámara Pensares de Rocinante. Es imposible encontrar palabras para dar una idea de la humildad, la generosidad, la bondad, que hacían de él una persona verdaderamente única. Creo que todos los que compartimos su música en aquella ocasión quedamos prendados de su manera de ser, de otro mundo, quizá el que hoy le acoge. Cecilia, su esposa, verdadero sostén en los últimos durísimos años junto a Román, su hijo, decía ayer una gran verdad: fue una vida plena en todos los sentidos. Sus ochenta y ocho años fueron tres vidas completas y estoy convencido de que aquellas dos primeras “muertes” fueron un crisol en el que la humanidad innata de Buenagu se fue sublimando hasta llegar a ser el que era. Descansa, José. Tus vidas han sido un regalo para las nuestras.
José Ramón Encinar