LAS ROZAS / Un ‘Dido y Eneas’ brillantemente multitudinario
Las Rozas. Auditorio Joaquín Rodrigo. 26-II-2022. Purcell, Dido y Eneas. Beatriz Oleaga, Víctor Cruz, Manon Chauvin, Elvira Padrino, Agnieszka Grzywacz y Marta Pilar Hernando, cantantes. Gonzala M. Sherman, actriz. Hippocampus. Coro Las Veredas. Escuela Municipal de Danza Pilar López. Directores musicales: Alberto Martínez Molina y Enrique Martín. Director de escena: Jaime Buhigas.
Si no lo reconocemos (y lo ensalzamos) nosotros, no lo va a hacer nadie: lo que lleva haciendo España desde hace dos años por mantener a flote la música clásica, contra viento y marea, en tiempos de pandemia y de la consiguiente crisis económica, no lo está haciendo nadie en ninguna parte del mundo. Sirva de ejemplo lo ocurrido ayer en la localidad madrileña de Las Rozas: dos funciones de ópera, una detrás de otras, con ochenta y cinco personas (que contara yo) sobre el escenario. Y con las localidades agotadas en ambas funciones.
Cierto que Dido and Aeneas de Henry Purcell, por su breve duración (poco más de 75 minutos), entraña menos dificultades de montaje que otros grandes títulos operísticos. Pero visto el despliegue de medios (la dirección escénica corría a cargo de Jaime Buhigas), esa relativa ‘facilidad’ queda relegada. Y mucho más, teniendo en cuenta las reducidas dimensiones del escenario (lo que obligó a situar a los músicos al fondo del mismo, sin que tuvieran contacto visual con los cantantes) y las trabas acústicas de un teatro que no está concebido para esta música (lo que obligó a amplificar electrónicamente el sonido). Tanto en lo musical como en lo escénico, el resultado fue de lo más satisfactorio: excelentes los cantantes en todos los aspectos (incluido el de la dicción inglesa, algo que no es tan frecuente por estos ni por otros pagos), el nutridísimo coro (no profesional), los ocho instrumentistas (todos ellos, nacionales, probados músicos de raza) y las jóvenes bailarinas de la Escuela Municipal de Danza Pilar López.
Tampoco es frecuente que dirijan al alimón dos directores musicales. Lo hicieron Alberto Martínez Molina (desde el clave) y el titular del coro, Enrique Martín (desde el proscenio). Todo fueron sorpresas, y todas fueron agradables. Incluida la de ver saltar a Martínez Molina del teclado a las tablas para cantar y bailar en una de las escenas de bullicio que depara esta genial ópera del no menos genial Purcell. No obstante, creo que el resultado habría sido aún mejor si no se hubiera recurrido a la amplificación del sonido. Hay amplificaciones y amplificaciones (hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad, como ya le decía Don Sebastián a Don Hilarión), pero en esta ocasión resultó demasiado estruendosa y poco natural, lo que opacó en ciertos momentos la excelente labor de cantantes e instrumentistas.
No voy a descubrir ahora el vergel en que, en lo vocal, se ha convertido la música antigua en España de un tiempo a esta parte. Proliferan jóvenes cantantes que, a las condiciones inherentes de sus voces, unen técnica y conocimiento estilístico. Sirvan de ejemplo los tres protagonistas de este Dido y Eneas: la mezzosoprano Beatriz Oleaga (Dido, reina de Cartago), la soprano Manon Chauvin (Belinda, hermana de Dido) y el barítono Víctor Cruz (Eneas, príncipe troyano enamorado de Dido), todos ellos colaboradores habituales últimamente de Jordi Savall (el dato que aporto creo que es elocuente). Y no solo cantaron bien, que eso no es, conociéndolos, ninguna novedad, sino que exhibieron unas fantásticas dotes actorales.
Ayudó a la comprensión del drama purcelliano la acertada idea de incluir a una actriz (Gonzala M. Sherman) para narrar los acontecimientos, de los que ella misma era protagonista, porque La Dama, como así figura en la puesta, no es otra que Belinda en estado de senectud y condenada a la hoguera por brujería, lo que condujo a la paradoja (usual, por otra parte, en el teatro) de que coincidieran sobre las tablas la Belinda joven y la Belinda anciana.
Eduardo Torrico
