Las arañas de Pogorelich
Ivo Pogorelich se dio a conocer en el Concurso Chopin de Varsovia de 1980, donde consiguió la singular hazaña de triunfar sin ganar. Cayó eliminado antes de la final y Martha Argerich abandonó el jurado en protesta por su exclusión, asegurando que Pogorelich era un genio y merecía el Primer Premio. Más tarde, el propio Pogorelich habló de un complot de los jurados rusos para hurtarle la victoria, pero no hacía falta invocar supuestas intrigas: cualquier crítico de gustos moderadamente tradicionales habría censurado sin reparos las interpretaciones de Pogorelich, quien escogía tempi extremos y se saltaba a la torera las indicaciones de la partitura. No sólo podía tocar staccato lo que era legato, o forte lo que estaba indicado como piano, sino que en la “Marcha fúnebre” de la Sonata nº 2 se permitía el lujo de omitir las repeticiones de la sección central, prescritas por Chopin.
Hay un vídeo de 1987 en donde Pogorelich interpreta el Preludio op. 28 nº 21 de Chopin. Estas imágenes siempre me producen una hipnótica atracción por el excéntrico movimiento de los dedos del pianista: índice y medio se levantan y se arquean de forma ostensible, la muñeca se tuerce hacia fuera, el pulgar se separa del resto de la mano… Hay en estos gestos algo que es al mismo tiempo artificial y cautivador. Es posible que haya también un punto de exhibición, porque Pogorelich sabe que la cámara enfoca sus manos, pero las imágenes sintetizan a la perfección el arte del pianista. Pogorelich habla el lenguaje de un manierista, de alguien que a través de la deformación y el artificio infringe las normas de lo natural y de lo espontáneo para conseguir unas cotas de expresividad fuera de lo habitual.
Siempre que observo este vídeo, las manos de Pogorelich me parecen dos arañas deslizándose lentamente sobre el teclado. Arañas venenosas, por supuesto. Las toxinas de algunos arácnidos no tienen como objetivo matar a la víctima, sino reducir al mínimo sus constantes vitales para mantenerla inmóvil pero viva. De manera similar, las arañas de Pogorelich hunden sus colmillos en la pieza de Chopin y producen una extenuada ralentización del discurso sonoro. Pocos pianistas acometen tan despacio el Preludio op. 28 nº 21.
La lectura de los Preludios op. 28 de Chopin es para mí la gran contribución de Pogorelich a la interpretación pianística junto a su Gaspard de la nuit (una de las versiones más góticas), la Sonata nº 6 de Prokofiev (en las antípodas del músculo soviético) y las sonatas de Scarlatti (muy coloreadas y a la par nitidísimas). Los Preludios op. 28 plantean a los pianistas la búsqueda de algún tipo de equilibrio y coherencia dentro de una colección en muchos aspectos heterogénea. La solución de Pogorelich es paradójica: lograr la unidad exasperando las diferencias. Pogorelich opta por tocar muy deprisa los preludios rápidos y muy despacio los preludios lentos. El resultado produce un claro desequilibrio a favor de estos últimos, que cobran un acentuado protagonismo, mientras que los primeros se convierten en transiciones fulgurantes y fantasmagóricas entre un preludio lento y otro.
Pogorelich nos transmite el retrato de un Chopin bipolar y la imagen global de sus Preludios op. 28 es la de un poema lunar, decadente, en donde predominan la ralentización y el estancamiento, atravesados por ráfagas nerviosas y fugaces. Se trata de una lectura inquietante y sombría, que acerca el opus 28 chopiniano a las atmósferas perturbadoras de Edgar Allan Poe y al sensualismo turbio y mortífero de Baudelaire. En este universo deformado y enfermizo, las arañas de Pogorelich se mueven a sus anchas.
Stefano Russomanno
(foto: Susesch Bayat / DG)