La voz autorizada de Aix-en-Provence
La incorporación de Pierre Audi como nuevo director general del Festival de Aix-en-Provence ha venido a perpetuar los objetivos programáticos marcados por su antecesor Bernard Foccroulle durante la última década. Siguen presentes los desafíos culturales asociados a la problemática mediterránea y migratoria a la que tan sensible es la región, además de atender al descubrimiento de nuevos valores ya sea desde la perspectiva creadora o interpretativa. Pero lo relevante de la edición 2019 no han sido las grandes ideas, sino su aplicación a un nivel superior al de algunas ediciones precedentes. Queda la excepción de Tosca, título inédito en la historia del festival y proyecto fallido según el consenso general. Lo defendió musicalmente Daniele Rustioni y escénicamente Christophe Honoré, quien ya contaba en su curriculum con algún sonado abucheo en Aix.
Apenas sin resquicio, el estreno de la escenificación del Requiem de Mozart, en versión musical de Raphaël Pichon sobre propuesta escénica de Romeo Castellucci, colocó al Théâtre L’Archevéché en una posición de privilegio. El sentido excesivo, inquietante, incluso críptico, que el director italiano otorga a su propuesta tiene valor como composición plástica pero es en relación con la música, incluyendo otras obras mozartianas y gregorianas, donde adquiere una condición superior. La fusión con Pichon y su formidable grupo vocal e instrumental Pigmalion significa la definición de una totalidad en la que toma un valor significante la presencia del cuerpo y la continuidad entrópicamente creciente de sucesos estéticamente contundentes. Por ejemplo, la actuación del niño Chandi Lazreq que pone a la obra en una posición límite por la fragilidad de la voz y la debilidad implícita del intérprete. O la muy rotunda de la contralto Sara Mingardo colaborando a un mensaje de esperanza frente a la tragedia apocalíptica.
La apuesta de Jacob Lenz parecía inevitable. La escenificación firmada por la veterana Andrea Breth recibió en su día el premio Fausto del teatro alemán. Por su parte, el director Ingo Metzmacher mantiene una relación muy próxima a la música de Wolfgang Rihm, perceptible en la sensación radical, limítrofe, que materializa el Ensemble Modern. Todo sumaba en esta producción protagonizada por Georg Nigl, buen degustador de estas músicas, y capaz de alcanzar lo esquizofrénico. La desquiciada historia de Lenz, tan cercano al “Sturm und Drang”, es una puerta hacia lo expresionista. Tiene mucha importancia que sonará con matiz, sofisticación, deducción sicológica.
A partir de aquí, la virtualidad efectiva y tecnológica terminó por convertirse en un gesto transversal. En el primer caso porque, en Aix, el fantasma crítico que llevó a Bertold Brecht y Kurt Weill a construir Mahagonny se ha restaurado gracias a Ivo van Hove con soporte en el foso de Esa-Pekka Salonen. Que Mahagonny no existe, lo revela el escenario vacío y la proyección sobre una pantalla de sucesos que se superponen a su propia escenificación en un supuesto estudio cinematográfico con reminiscencias de los veinte. Salonen toma muy en serio esta partitura, le otorga una unidad sobresaliente y, junto a él, la Philharmonia, Karita Mattila, Alan Oke y, el más veterano, de Williard White. Todos ellos son agentes en una ciudad que acaba muriendo tras sucumbir a la catástrofe porque, según parece señalar Van Hove, nunca tuvo vida, ni alma, ni realidad.
Y, una vez más, Aix cede sin rubor ante la más pujante actualidad. En este caso con presencia del muy afamado Michel Van der Aa, compositor holandés y multidisciplinar, dispuesto a romper los límites convencionales de la escena visual y sonora. Una curiosa instalación en el Château La Coste sirvió para su proyecto de realidad virtual Eight, mientras en el Conservatorio Darius Milhaud se reconstruía la ópera de cámara “con film en 3D”, “Blank Out”. A partir de la certeza tangible y teatral (generadora a su vez de imágenes aparentes) y de otra proyectada más quimérica, se genera el diálogo entre una madre y su hijo, ambos convencidos de la muerte del otro. La ambición constructiva de Van de Aa se mimetiza con una música que se nutre de estilos y repertorios muy diversos, en un todo orgánico y conversacional. La impresión es más benévola que la de otros espectáculos. Atractiva, aunque relativamente contagiosa, aun siendo parte esencial del modelo abierto, curioso y versátil que caracteriza a Aix.
Alberto González Lapuente
[Foto de cabecera: Requiem de Mozart. © Pascal Victor / Artcompress]