LA VALETA / Pirotecnias Genaux
La Valeta. Teatru Manoel. 10-I-2020. VIII Valletta Baroque Festival. Vivica Genaux, mezzosoprano. Les Musiciens du Louvre. Director: Thibault Noally. Arias de Haendel y Porpora.
En 1731, los caballeros de la Ordo Fratrum Hospitalis Sancti Ioannis Hierosolymitani (o sea, de la Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta) debían de estar más aburridos que una mona (recuérdese: habían hecho voto de castidad), por lo que decieron liar al gran maestre, a la sazón el portugués Antonio Manoel de Vilhena, para que les construyera un pequeño teatro donde dar rienda suelta a sus dotes de músicos amateurs. De Vilhena pensó que era mejor tenerlos entretenidos antes de que le montaran una asonada (ya saben: cuando el diablo no tiene qué hacer, mata moscas con el rabo), por lo que encargó finalmente el teatro, cuyo estreno tuvo lugar al año siguiente con la representación de La Merope, una tragedia de Scipione Maffei. El Teatru Manoel, que así se llama oficialmente, es en la actualidad el tercer teatro en uso más antiguo de Europa (y quien dice de Europa, dice del mundo).
Al mismo tiempo que los caballeros de Orden de Malta estaban como niños con su nuevo juguete en forma de teatro, Georg Friedrich Haendel puso en marcha (febrero de 1732, con el estreno de Sosarme) en otra isla, Inglaterra, su segundo proyecto de la Royal Academy of Music (el primero acabo en un auténtico desastre económico). Solo unos meses después, un grupo de nobles ingleses, encabezados por Federico, príncipe de Gales (que se llevaba a matar con su padre, Jorge II, a su vez principal mecenas de la compañía de Royal Academy of Music), impulsaron una segunda compañía para hacer la competencia de la de Haendel: The Opera of the Nobility. Aquello fue la guerra, en todos los sentidos, y acabo sin vencedores, pero con vencidos: las dos compañías quebraron (la Royal Academy, en 1734, y la Opera of the Nobility, en 1737) y la ópera italiana desapareció de tierras británicas hasta que llegaron los decimonónicos.
De aquel conflicto empresario-musical cualquier buen aficionado recuerda la enemistad entre los dos directores (y, a la vez, principales compositores) de estas dos compañías: el mencionado Haendel y el napolitano Antonio Porpora, que no solo le birló a Haendel sus grandes estrellas (el castrado Senesino, la soprano —más tarde, mezzo— Francesca Cuzzoni y el bajo Antonio Montagnana), sino que además se hizo con el gran divo de los escenarios europeos de aquel momento: el capón Farinelli.
Dados estos antecedentes, no se me ocurre mejor escenario que el Teatru Manoel para montar un programa que narre, a través de la música, aquella rivalidad entre Haendel y Porpora. Ha servido para la inauguración del VIII Valletta Baroque Festival, uno de los más importantes festivales de música antigua que se celebran anualmente en Europa. Y con un reparto de lujo (al menos, en teoría): la mezzosoprano Vivica Genaux y Les Musiciens du Louvre, dirigidos en esta ocasión por el violinista Thibault Noally.
Prácticamente sin solución de continuidad (solo un concerto grosso de Haendel y la sinfonía de apertura del oratorio Il verbo in carne de Porpora), Genaux tuvo que afrontar arias de extrema complejidad técnica, como las haendelianas Venti, turbini, prestate (Rinaldo) o Dopo notte (Ariodante) y las porporianas Como nave in ria tempesta (Semiramide, regina dell’Assiria) o Alto Giove (Polifemo). Pero si hay alguien capaz de enfrentarse a estos ‘miuras’ y no salir con una cornada grave, esa es precisamente Genaux, que, cuanto más difícil es el aria que tiene que cantar, tanto mejor mejor le sale. Crecida tras el éxito cosechado, no tuvo incoveniente en dar dos propinas de esas que también se las traen: Come nave in mezzo all’onde (del Viriate de su adorado Hasse) y Se bramate d’amar, chi vi sdegna (del Serse haendeliano).
Les Musiciens du Louvre (seis violines, dos violas, un violonchelo, un contrabajo, un fagot, una tiorba y un clave) se esforzaron a la hora de brindar un acompañamiento idóneo a la cantante. Cumplieron con su cometido, pero eso no evitó que dieran una cierta sensación de endeblez sonora, la misma que dieron hace un año cuando acompañaron a la mezzosoprano norteamericana en el madrileño Teatro de la Zarzuela (recital Farinelli). Evidentemente, el sonido actual de Les Musiciens du Louvre (por lo menos, cuando se presenta en este formato mediano) está a años luz del rutilante sonido que ofrecía cuando era una orquesta que encandilaba al mundo entero. En esto, evidentemente, tienen mucho que ver (casi todos) las secuelas de la pasada crisis económica, de las que no todos han sido capaces de recuperarse.
Eduardo Torrico
(Foto: Mark Zammit Cordina)
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