La SMR de Cuenca: Tabula Rasa
Quien escribe esta crónica acudía a la 58ª Semana de Música Religiosa (SMR) de Cuenca por primera vez y con gran expectación y sin prejuicios. Después de seis días de conciertos y conferencias, resumo aquí lo allí vivido para animar a quienes nunca hayan acudido a este añejo festival de música a que lo hagan el próximo año en el que se cumplirán 59 ediciones desde su comienzo en 1962.
La SMR de 2019 ha estado marcada por la lluvia y por la poca afluencia de público a la mayor parte de conciertos programados en el Auditorio. No ocurrió lo mismo con los recitales celebrados en la Capilla del Espíritu Santo de la Catedral de Cuenca, en el Espacio Torner, en la Iglesia de Arcas o en la Iglesia de la Merced, que estuvieron concurridísimos. La programación fue un tanto irregular. Un buen modo de resumir la SMR es empleando la máxima latina tabula rasa, no ya porque ese sea el título de una de las obras de Arvo Pärt —compositor homenajeado durante el festival— que se interpretaron el primer día, sino porque así podría describirse el final de la travesía por el desierto que el director artístico de la SMR, Cristóbal Soler, ha tenido que atravesar durante los últimos tres años desde que asumió el cargo, un lapso de tiempo en el cualse ha tenido básicamente que dedicarse a sanear económicamente un festival que acumulaba una deuda millonaria. Solo quienes saben lo que supone gestionar un festival en esas circunstancias entenderán a qué me refiero —resulta muy difícil concentrarse en lo artístico— y, muy probablemente, si este año hemos podido disfrutar de la SMR haya sido gracias al empeño del director artístico y su equipo.
La SMR se inauguró el lunes 15 con un breve recital con obras de Haendel, Gounod y Bach en el vestíbulo del Auditorio interpretado por la joven soprano española Estíbaliz Martyn acompañada del clavecinista Ignasi Jordà. El plato fuerte del día era el concierto que la Kremerata Báltica, dirigida por su fundador y alma mater, el violinista Gidon Kremer, ofrecería en el Auditorio. El paso de la Kremerata por Cuenca fue de lo mejorcito del festival. Un conjunto de calidad indiscutible y control sonoro insuperable. Lástima que la sala estuviera algo menos que mediada el primer día y aún menos concurrida al día siguiente. Casualmente, el concierto en homenaje a Arvo Pärt —el compositor estonio no pudo viajar a Cuenca por enfermedad— de la Kremerata coincidió con el incendio en París de la Catedral de Notre Dame. La primera parte del programa estaba conformada por dos obras de Pärt: Fratres, para violín, orquesta de cuerda y percusión, con Kremer como solista, y Tabula rasa, en donde Tatiana Grindenko –que estuvo, por cierto, genial- se unió a Kremer como violín solista, y Reinut Tepp tocó el piano preparado. En la segunda parte del recital, la Kremerata Báltica interpretó sin director la Sinfonía n.º 2 para cuerdas op. 30 —”¡Menudo pedazo de obrón!”, exclamó el compositor conquense Manuel Millán de las Heras, sentado entre el público, al terminar la obra— de Mieczyslaw Weinberg. La Kremerata estuvo sublime. Al día siguiente, Gidon Kremer recibió el premio que le otorgaba la organización de la SMR a toda una trayectoria profesional. El recital de ese día, titulado Sonoridades místicas del siglo XX, lo conformaron, en la primera parte, el Concertino para violín y cuerdas op. 42 de Weinberg y Silent prayer para violín, violoncello, vibráfono y cuerdas de Giya Kancheli —la chelista Giedre Dirvanauskaite estuvo fantástica—; la segunda parte fue una adaptación para orquesta del Cuarteto n.º 15 en mi bemol menor, op. 144, de Shostakovich. La Kremerata Báltica volvió a demostrar un absoluto control del sonido.
En el programa del Miércoles Santo estaba la Missa Solemnis de Beethoven interpretada por la Orquesta Metropolitana de Lisboa y el Coro de la RTVE dirigidos por el portugués Pedro Amaral. El auditorio estuvo a un 80% de público. Los solistas fueron la soprano Miren Urbieta-Vega —demasiada potencia de voz, aunque bella, en relación al resto de solistas—, la mezzosoprano Lorena Valero —a quien le faltaba proyección en los registros bajos—, el tenor estonio Mati Turi, quien sustituyó a última hora al tenor Fabián Lara, y que fue de lo mejor esa noche, y el barítono André Henriques —a quien casi no se le oía—. En general, el coro estuvo demasiado potente y en algún momento de la obra Pedro Amaral parecía estar más pendiente del coro que de la orquesta, lo cual hizo que no hubiese demasiados contrastes. En cualquier caso, dada la enorme dificultad de la obra, todos salieron del paso y el público, quizás ajeno a cuestiones musicales aplaudió entusiasmado.
El Jueves Santo hubo doble sesión de conciertos. A medio día, en la Capilla del Espíritu Santo de la Catedral de Cuenca, el trompetista Manuel Blanco y el organista Pablo Márquez la Capella ofrecieron un recital que titularon The Trumpet Shall Sound con obras de Haendel, Martini, Bach, Böhm, Reinken, Mozart y el estreno absoluto de Hunc praeclarum calicem, compuesta por el propio organista Pablo Márquez Carballo para el festival. Para quienes asistimos a todos los conciertos de la SMR, este fue uno de los conciertos a destacar. Manuel Blanco estuvo fantástico. Por la tarde, la Capella Cracoviensis dirigida por Jorge Jiménez visitó el Auditorio con obras de Antonio Caldara, Alessandro Scarlatti, y Vivaldi. Lo más esperado del programa fue el Stabat Mater de Vivaldi. El contratenor Xavier Sabata estuvo correcto e hizo lo que sabía hacer.
En el Viernes Santo llegó la redención con Bach. Por la mañana en el Espacio Torner, Lina Tur Bonet interpretó la Partita n.º 3 para violín y la Sonata n.º 2 de Bach. Tur Bonet estuvo un tanto irregular, atravesando por dificultades en algunos pasajes, sobre todo en la fuga de la Sonata n.º 2. Por la tarde, en el Auditorio, llegó la Pasión según San Marcos de Bach —cuya música es reconstruida— interpretada por el Conductus Ensemble dirigido por Adoni Sierra. Este fue otro de los momentos memorables. El Conductus Ensemble demostró su calidad, con la que ya había sorprendido el año anterior, y parte del público se puso en pie para aplaudir.
El Sábado de Gloria hubo cuádruple sesión de conciertos. A medio día, en la Iglesia de la Natividad de Nuestra Señora de Arcas, un programa de canciones renacentistas francesas interpretadas por el tenor Vivien Simon y el laudista Ariel Abramovich. El cantante gustó más que el laudista, a quien se oía más bien poco. A las 18:00, en la Sala 2 (pequeña) del Auditorio, obras de Messiaen con la soprano Carole Sidney Louis y la pianista Isabel Puente. Recital poco concurrido. A las 19:30 en la sala de concierto del Auditorio, llegó el momento de la música nueva. Comenzó el concierto con una alteración en el orden del programa por razones logísticas. La primera obra que se interpretó fue Landschaft mit Regenbogen de Richard Dünser, luego le llegó el turno a L’èclat des ténèbres del ruso Alexander Radvilovich. El PluralEnsemble, fantásticamente dirigido por Nacho de Paz, hizo una primera parte extraordinaria. Shoa de Radvilovich abrió la segunda parte, que tampoco defraudó, y luego llegó el momento más esperado con el estreno absoluto de Meister Eckhart: Mystical Song de Fabián Panisello. La obra fue muy aplaudida. El poco público deslució la calidad de las obras y de los músicos, que han sido de lo mejor que ha pasado por el auditorio este año junto con la Kremerata Báltica. La soprano Anna Davidson montó las obras en apenas dos semanas, y la verdad es que lo hizo muy bien. He aquí una prueba más de que a la SMR todavía le queda por hacer una importante labor pedagógica y de comunicación. La noche se cerró con un bellísimo concierto en la Iglesia de la Merced a cargo de la Academia del Piacere con obras de Marin Marais, Charles Dieupart, François Couperin y Johann Sebastian Bach. El conjunto estuvo excepcional y Miguel Rincón se marcó unas improvisaciones con el archilaúd maravillosas, nada que ver con el laúd que escuchamos en la iglesia de Arcas por la mañana ese mismo día.
En definitiva, hagamos tabla rasa —con o sin Arvo Pärt— y confiemos en el acierto de Cristóbal Soler para el próximo año. Sería una lástima que solo pasara a la historia de la SMR como el salvador y saneador de las finanzas. Su aguante ante la adversidad ha quedado más que demostrado; esperemos que su entusiasmo haga el resto junto con el apoyo de quienes creemos en la música y en su difusión de manera honesta e independiente.
Michael Thallium