LA RIOJA / En busca de las ‘raíces’
San Millán de la Cogolla / Santo Domingo de la Calzada. 14-16-V-2022. Festival de la Rioja. Conciertos en Logroño, Pablo Sainz-Villegas, guitarra. La Orden de la Terraza. Director: Carlos Blanco. Concierto de órgano por Daniel Oyarzabal. Gala lírica por Serena Sáenz y Pablo García López. Piano: Maciej Pikulski.
Este nuevo festival es un proyecto acariciado durante años por uno de los artistas más importantes que han salido de la tierra riojana: el guitarrista: Pablo Sáinz-Villegas, de técnica muy depurada y de propuestas siempre novedosas y distintas. Esta primera edición cuenta con patrocinios públicos (Comunidad en primer término) y privados (Bodegas Vivanco particularmente). Hay conciertos, clases magistrales, conferencias, encuentros y actividades educativas en un totum nada revolutum y bien orientado.
Una de las señas de identidad del certamen es la diversidad de escenarios, una forma de fomentar el conocimiento de la tierra, fórmula que otros festivales como el de los Pirineos o el Bal y Gay también desarrollan. Todo queda abrazado dentro de un concepto: Raíces; un término que define bien los propósitos de la muestra. Bajo ese paraguas hemos podido asistir a tres conciertos bien diferentes. El primero, en Logroño, ha contado con el protagonismo del propio organizador —que se sirve de un pequeño pero eficaz equipo— y de la ya muy veterana orquesta de plectro La Orden de la Terraza.
La sesión, bastante larga contando con bises y las acostumbradas, didácticas y bien matizadas palabras de Sainz-Villegas, ha servido para comprobar la probidad y buen espectro sonoro del conjunto de bandurrias y guitarras que dirige con soltura y buen criterio Carlos Blanco, siempre muy atento en este caso a las evoluciones de la guitarra protagonista. Después del conocido Zapateado del logroñés Mateo Albéniz, tocado con ajuste relativo y no mucha gracia, escuchamos un arreglo del Concierto en Re mayor para laúd RV 93 de Vivaldi.
Puede que a falta de una mayor chispa, el conjunto, gobernado por Blanco, cortejó las evoluciones bien dibujadas de Sainz-Villegas en esa música tan alegre y movediza, tan profundamente veneciana. Buen contraste con el regalo del guitarrista: esos Recuerdos de la Alhambra de Tárrega, de los que hace una original creación. Siguieron una hermosa versión de Cantos andaluces (Aires de mi tierra) de Ángel Barrios, una más bien pálida Oración del torero de Turina y una pieza muy divertida de Ricardo Sandoval, que casaba el joropo y la bulería.
La segunda parte se inició con una composición para plectro del italiano S. Squarzina, C. P. O. Rhapsody, que sonó con especial plenitud y que nos hizo bailar por dentro con su tercera y última parte, Samba di mezzanotte. Después, de nuevo en solitario, Sainz-Villegas bordó, con su original modo de tratar la materia y el ritmo, Andaluza de Granados y Torre Bermeja de Albéniz. El cierre se hizo con Asturias del propio compositor de Camprodón, en una versión con el conjunto de plectros que no mejora la original transcripción del piano a la guitarra. Sesión amena, variada e instructiva con la sala de Rioja Fórum abarrotada.
También había mucha gente en la hermosa iglesia del Monasterio de Yuso de San Millán de la Cogolla para escuchar el concierto de órgano del multidisciplinar Daniel Oyarzabal, siempre vivaz, seguro, fantasioso, virtudes que volvió a mostrar en este caso con piezas de Larrañaga, Storace, Sweelinck, Domenico Scarlatti (hasta aquí el Preludio), Albero, Aguilera de Heredia y Valente (Postludio). La Romanesca de este último fue un brillante colofón. Sucedió que, en medio y casi por sorpresa, se intercaló una llamada Misa Musical con piezas de Haendel, Schubert, Garner, Marcello, Saint-Saëns y Corro y Azagra a cargo de un innominado coro.
El curso previsto en principio de la sesión, centrada en el buen órgano del Monasterio se vio de esta manera truncado; máxime cuando la pequeña masa coral, de unas 30 personas de cierta edad —como el mismo director— no mostró ni ajuste ni afinación. Y Oyarzabal hubo de estar muy atento para que aquello no se desmandase; y pagar con ello una inesperada e injusta penitencia.
Menos mal que por la tarde, en el Teatro Avenida de Santo Domingo de la Calzada, pudimos degustar un agradable concierto lírico protagonizado por la soprano Serena Sáenz y el tenor Pablo García López presidido desde el piano por el severo, ajustado, preciso y equilibrado pianista polaco Maciej Pikulski, catedrático de Musikene en San Sebastián. Una buena base contar con él para cantar seguro. Sáenz es una lírico-ligera de timbre penetrante, casi agresivo a veces. Domina la coloratura, los saltos de octava, las escaladas al sobreagudo, Mi bemol incluido, sabe apianar y filar, trina aceptablemente y presenta algunas, pocas, irregularidades emisoras en la zona grave. Su espectro pierde calidad en ciertos sonidos nasales.
Pero se lució ya desde el comienzo en las fantasiosas variaciones de Tornami a vagheggiar de Alcina de Haendel. Pulcra pero no intensa en Regnaba nel silenzio de Lucia di Lammermoor. El tenor, un lírico-ligero, más lo segundo que lo primero, expuso con finura la famosa Furtiva lagrima. No le sobra metal, su squillo es relativo, pero frasea, mide, expresa con gusto y hasta delectación. No parece conocer la zona de pasaje y emite por derecho de forma abierta pero no destemplada, alcanzando en ocasiones una sorprendente suavidad. Estuvieron los dos muy expresivos y graciosos en el dúo de L’elisir. Curiosas las diferencias de modos, de timbres, de actitudes de los dos artistas que, sin embargo, congeniaron.
La segunda parte reveló la excelente dicción de Sáenz y un reconocible gracejo en los Tres sonetos de Turina. Muy ameno y bien actuado el dúo de Doña Francisquita, cantada con sentido, a falta de mayor brillo, la famosa Bella enamorada de El último romántico por García López. Sáenz se lució a conciencia en Me llaman la primorosa de El barbero de Giménez y ambos dialogaron con inteligencia en Torero quiero ser de El gato montés de Penella, donde al tenor le faltó algo de cuerpo. Un bonito regalo como cierre: el dúo de La viuda alegre de Lehar. Pikulski, buen colaborador, atacó en un interregno, con elegancia, seguridad y buen toque, dos valses de Chopin, expuestos quizá demasiado presurosamente. El escaso público aplaudió y vitoreó.
Arturo Reverter
(Foto: Rafa Lafuente – Festival de La Rioja)
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