La revolución y sus jacobinos
De no ser por sus violines, flautas, violonchelos y clavecines, los miembros de Musica Antiqua Köln habrían podido confundirse fácilmente con los integrantes de tantos grupos de rock que pululaban en la década de los setenta. Las primeras fotos del conjunto (fundado en 1973 e internacionalmente conocido a partir de 1979, cuando empezó a publicar discos en el sello Archiv) retrataban a unos chicos con barba, pelo largo, gafas a lo John Lennon, aspecto desaliñado y ropa que parecía comprada en el mercadillo del barrio. Unos frikis, que diríamos hoy.
Se suele afirmar que el hábito no hace al monje, pero lo cierto es que aquellos jóvenes daban la impresión de tocar exactamente como vestían. Recuerdo todavía el shock que me produjo, a principios de los ochenta, su versión del Canon de Pachelbel. Ahí donde hasta hace poco Munchinger, Leppard, Paillard y Marriner habían transitado por los plácidos caminos de la contemplación, Musica Antiqua Köln daba una exhibición de puro nervio: velocidades de vértigo, acentuaciones marcadas, ritmos implacables, fraseos entrecortados… Al escuchar su lectura, uno intuía que nada sería ya como antes. La revolución había venido para quedarse y los de Musica Antiqua Köln eran sus jacobinos.
El estilo arisco y vehemente de MAK, soportado por un virtuosismo técnico de primer orden, marcó nuevos parámetros en el ámbito de la interpretación historicista y tuvo una influencia acusada en muchos conjuntos surgidos en los ochenta y los noventa. Lo que de extremo había en sus interpretaciones no era, sin embargo, el producto de un talante caprichoso o iconoclasta. Los discos de Musica Antiqua Köln iban acompañados puntualmente por los comentarios eruditos del violinista Reinhard Goebel, fundador y director del grupo, que justificaba las decisiones estilísticas desde un meticuloso trabajo de investigación y analizaba los pormenores de las músicas con un apabullante conocimiento de la materia.
La piedra de toque para medir el enfoque de Musica Antiqua Köln podría ser su versión de los Conciertos de Brandeburgo de Bach, grabada en 1986. Goebel veía en estas partituras las huellas de un lenguaje “áspero, brusco, sorprendente y a veces inaudito, grandioso y chocante”, es decir, a años luz de la imagen cortesana que la tradición asignaba a esta colección. El resultado está a la vista: sonoridades agrestes, contrastes abruptos, acentos afilados, velocidades impetuosas y una pizca de alegre brutalidad. Los metales barrocos nunca habían sonado con tan singular personalidad en los Conciertos nº 1 y 2 (y pocas veces lo harán después) aunque, puestos a elegir, entre los momentos más emblemáticos cabría destacar su exaltado movimiento conclusivo del Concierto nº 3. Los 3’50” de Goebel marcan aquí todo un récord con respecto a los tempi de otros directores historicistas en los mismos años: Pinnock (4’43”), Hogwood (4’38”) y Koopman (4’41”).
En realidad, el Bach de Musica Antiqua Köln es hijo tanto del barroco como del presente. Al mismo tiempo que bebe de las fuentes originales, comparte la afición a la velocidad propia de nuestra época así como el gusto por los ritmos bárbaros de Bartók y del rock. Una vez desligada del utópico propósito de ofrecer la música antigua tal como se tocaba en su época, la práctica historicista se antoja acaso como una herramienta liberadora, un trampolín para la imaginación, para romper con una visión bucólica e idealizada del pasado.
Stefano Russomanno
(Nota: En la foto que ilustra esta noticia aparecen, de izquierda a derecha, el violinista Reinhard Goebel, el flautista Wilbert Hazelzet, la violonchelista Phoebe Carrai, el clavecinista Andreas Staier y el violinista y violista Hajo Bäss)