La orquesta de Arnold Bax: poética, color, riqueza

ARNOLD BAX:
Sinfonías completas [1-7]. Obras orquestales. Royal Scottish National Orchestra. Director: David Lloyd-Jones. Naxos (7 CD)
Tienen ya unos cuantos años estos registros de las sinfonías y otras obras orquestales de Arnold Bax (1883-1953). Por edad, le corresponde al sinfonista ir más allá de Brahms; por temperamento y por nacionalidad, acaso le corresponda evitar a Bruckner y a Mahler. Por sensibilidad, lo que le corresponde es tener muy en cuenta a los franceses. A Debussy, en especial. No para copiarlos, sino para crearle una rama al otro lado del Canal, y que esa rama crezca en obras tan de tempestades debussyanas como Nympholept (1915). Está en el cuarto CD, que contiene la insuperable Cuarta sinfonía, y también la Obertura para una comedia picaresca (1930), que es como su Till Eulenspiegel, un scherzo con agilidad y descripciones. Esa Francia evocada no es solo la potencia amiga que en 1915 se enfrenta a una Alemania que acaba de descubrir por vez primera su lado bárbaro (ya lo perfeccionará); es no tanto un modelo como un ejemplo. Y no olvidemos que la historia musical francesa es, en esos momentos, más rica que la británica, y que ésta se recuperaba gracias a nombres como los que evocaremos ahora.
Veamos otro de los CD. La Tercera sinfonía (1928) esbozaba paisajes, pero no consideró el compositor que hubiera que dibujarlos del todo: no tanto el color como el matiz, según diría el poeta francés. Ese CD se completa con El bosque feliz, que se permitía más precisión. Feliz acoplamiento.
Podríamos continuar con detalles de estas siete sinfonías, de estos diez poemas sinfónicos. Lo dicho hasta ahora, sin embargo, es suficiente para abrir el apetito del aficionado ante un álbum de excelente y generoso contenido. Las obras de Bax se recuperan aquí mediante interpretaciones tensas, sugerentes, nada explícitas, nada afirmativas, siempre insinuantes, de David Lloyd-Jones con la Royal Scottish National Orchestra.
Bax no está olvidado, ya hubo rescates importantes hace tiempo, y estos registros cumplieron su función. Ahora bien, la obra siempre recordada de Bax fue el poema sinfónico Tintagel (1917-1919); fue Bax quien propició su propio olvido, la presión moderna de antes y después de la segunda guerra (sobre todo después) era demasiado; mejor, callarse. Ahora echamos un vistazo a esta figura, si me permiten evocar cosas ya escritas en tiempos.
Al director de orquesta Douglas Boctock, que impulsaba un proyecto de grabaciones de la obra de Arnold Bax, le preguntaron por su interés por la obra de este compositor inglés, y respondió: “Tal vez se trata de fascinación y de curiosidad más que de gran conocimiento”. Una declaración así nos sitúa bastante bien en el caso Bax. No es un caso aislado o que no se parezca a otros. Es el caso del compositor que, perteneciendo a una generación de músicos que serán los renovadores de la composición del siglo XX (Bartók, Stravinski, Berg; Bax nace el mismo año que Webern), pertenece a un medio cultural, a un país y a una inspiración que hacen que su obra parezca de otro siglo, con fecha de caducidad, fuera del afán de renovación estética. Pero el Reino Unido no fue un nido de vanguardistas y ni siquiera dio grandes músicos antes, durante un siglo muy largo, precisamente el siglo de su gloria política, entre el XVIII y el XIX. En cambio, Bax pertenece a la generación inmediatamente posterior a Vaugham Williams y Holst, que a su vez pertenecían a una generación posterior a la de Elgar. El peso de estos nombres es enorme, pero también la mezcla de la pasión poética del joven Arnold Bax con dos escuelas opuestas, la de los nombres anteriores, postrománticos que aclimatan la herencia continental, y la de los sonidos que llegan de Francia, sobre todo los de Debussy, sin desdeñar los sonidos del viejo Fauré y los del joven Ravel. Quién sabe si desde Francia también inspiraron los franckianos, a través de las partituras que llegaran al otro del Canal desde la escuela capitaneada ya por d’Indy, músicos acaso complementarios (desde nuestra perspectiva) o enfrentados (desde la de ellos) a la de los timbres nuevos y los motivos cambiantes de la poética musical de Debussy. Lo cierto es que, en vida, y sobre todo después de la segunda guerra, Bax comprendió que ya no estaba vigente, creyó que era una antigualla, y se resignó y se retiró. Se cumple con él, como con otros muchos, una especie de ley de hierro moderna, en virtud de la cual desde cierto momento del siglo XIX las clases privilegiadas son incapaces de dar un artista trascendente. Beecham es un intérprete, no lo olvidemos. La formación y el interés y curiosidad de Bax son enormes, y la fortuna familiar le permitió cultivar sus dotes, que fueron muchas. Su obra es bella, a veces hasta lo penetrante. Y aun así…
Bax fue poeta temprano, pero siempre fue músico. Como poeta se inventó un nombre irlandés, y es importante recordar que el amor de este londinense hacia Irlanda se produjo mediante un idilio con la tierra que ahora no podemos desarrollar. Los acontecimientos de 1916 fueron un duro golpe para él, que estaba al margen del odio mutuo de británicos e irlandeses, aquella herida abierta de imposible solución.
Hace tiempo que Arnold Bax ya no es un desconocido en su propio país. Las salas de conciertos y, como de costumbre, la fonografía, han dado a conocer sus siete sinfonías y sus poemas sinfónicos. En fin, ya no es Tintagel (1919) la única obra conocida de Bax por el gran público británico. Lo que no quiere decir que Bax se haya instalado ya por completo en el repertorio. Ni que haya atravesado el Canal. No hay que compartir el fastidio que a algunos les produce la excesiva fama de Tintagel , que ha servido para que la llama de Bax no se apagara por completo. Entre paréntesis: la belleza de sus obras, el equilibrio entre la sensualidad y dimensión apolínea, la refinada tímbrica hacen poco comprensible el olvido, y acaso tenga más que ver con la complejidad de las propuestas del compositor (¿fue el siglo XX poco dado a complejidades y lo disimuló con permanentes muecas vanguardistas?) que con su permanente referencia tonal (con múltiples cromatismos, desde luego). Bax recuerda a veces el estreno del más joven Korngold, inventor de la música para el cine (Bax compuso partituras para el cine, como la de Oliver Twist, de David Lean). Tintagel y otras muchas obras suyas son más sugerentes que descriptivas, más poemas que narración. Una marina, con tempestades, acantilados, perspectivas del Océano, la plenitud de la naturaleza y la risa temible del mar desde el castillo, un escenario a la intemperie en que podría desarrollarse el amor de Tristán e Isolda (no para acogerlo, sino para darle escenario sensual y tormentoso). Es asombrosa esa partitura de quince minutos, bella con temáticas cambiantes a lo Debussy, mas con intensidades poco francesas y menos debussyanas.
Pues bien, estos registros de 1995 a 2002 permitirán al aficionado un acercamiento a las siete sinfonías de Arnold Bax y a diez piezas orquestales; tanto unas como otras, de carácter poemático, con esa red de sugerencias que es marca de fábrica: fábrica Bax. En el momento en que los artistas plásticos del grupo de Bloomsbury se acercaban a la pintura francesa contemporánea, en especial a los impresionistas, Bax empezaba su auténtica vida creativa y concluía su formación. Por edad, iba detrás de los caballeros de Bloomsbury, encabezados por Roger Fry, con ayuda de Clive Bell y Duncan Grant. No, no son el lado literario del grupo (Virginia Wolff, Lytton Strachey, E. M. Forster); ni el del pensamiento (Keynes, Wolf). Bax no agota la vocación francesa de los músicos de su país, como demuestran tantos viajes de compatriotas para aprender con Nadia Boulanger. Y, no es preciso insistir en ello, también la música de cámara, la coral, la canción de concierto ocupan buena parte de su nutrido catálogo. Incluso intentó un par de óperas, sin llegar muy lejos en su composición: Deirdre (supongo que a partir de Synge, Deirdre of the sorrows, dada la vocación irlandesa de nuestro músico) y la que habría de haberse titulado Alfred Owen.
Lo que queda de Deirdre se encuentra en el poema sinfónico Into the twilight, que se puede oír en el sexto CD de este álbum, con la impresionante Sexta sinfonía, una de las cuatro o cinco obras suyas que el propio Bax más apreciaba. Un álbum que merecería más detalle, y que merece sobre todo oírlo varias veces.
Santiago Martín Bermúdez