La ORCAM y el peligro
Ayer, martes 28 de mayo, dos días después de las elecciones autonómicas cuyos resultados pueden influir en lo que trato de contarles ahora, estuvimos en el auditorio nacional ante una orquesta de muy buen nivel, que ha trabajado en los últimos años, con sus maestros (Encinar y Víctor Pablo Pérez), con su Gerencia y su Administración, por un futuro que estaba claramente a su alcance.
El concierto dirigido por Pablo González fue bello, pero lo importante era encontrar al conjunto en tan buena forma. Y sin embargo atraviesa un momento que podría considerarse crítico, por razones ajenas a lo artístico. No hace dar detalles, después de todo funciona lo principal: la programación, aunque algo mermada; los programas paralelos, en especial el conjunto infantil que, repetimos, es único en España y que desconoce cualquier otra formación autonómica o nacional.
La dignidad de una Séptima de Dvorák; la austeridad deliberada del acompañamiento del Concierto juvenil de Bartók, descubierto tardíamente, escrito para Stefi, aquella joven violinista a la que amaba y adoctrinaba (lo intentaba, al menos); la hermosa secuencia a veces mahleriana de Eleusis, de Octavio Vázquez, con su dominio del color, del timbre, con sus contrastes entre tesituras extremas (esas maderas agudísimas, esos trombones graves), todo ello indicaba que estábamos ante una orquesta de primer orden que había alcanzado sus mejores objetivos.
Todo eso está ahora en duda. O eso creo. Y si no es así, discúlpenme ustedes, autoridades y trabajadores. Pero si es así les diré lo que todo el mundo sabe, en especial si ha pasado por una orquesta siquiera unos días. Que el escaso interés político y el amarillismo sindical suelen llevar este tipo de instituciones a la irrelevancia. No a la ruina: a la irrelevancia. La ruina viene después. Desinterés político es abdicar del deber de una política cultural. Sí, ya sabemos que no es la política cultural el fuerte de nuestras instituciones; más bien, un pasar, en el mejor de los casos. Pero los representantes del trabajador no han de pedir lo imposible o lo que, de conseguirse, llevaría a lo imposible.
¿Y usted cómo lo sabe?
Bueno, verán: no por diablo, sino por viejo, como dicen; y, sobre todo, porque en las orquestas se da mucho ese fenómeno de tantas organizaciones, el de la colusión impensada del administrador y el trabajador en contra de los objetivos “de la casa”. Lo curioso de todo esto es que, cuando acontece lo indeseado, nadie paga su gasto, su cuenta; nadie responde porque nadie es responsable.
Tener una orquesta y un proyecto así (insistamos en que el proyecto es más que la propia orquesta y coro) es tener una joyita que ha costado mucho hallarla, tallarla. Recordemos a Hermann Broch: “¡Ay del hombre que no se muestra a la altura de la gracia que le acaece!” Ay de quienes tienen algo como la ORCAM y no están a su altura para mantenerlo vivo.
En fin, no olvidemos a la solista Carole Petitdemange, virtuosa del Concierto de Bartók; hubiéramos preferido oírle el Segundo, el de siempre, uno de los dos o tres mayores del repertorio del siglo XX. Al final, ofreció un virtuosísimo, agilísimo arreglo de música klezmer. Disculpen esta nota crítica final. Es para no olvidar a Carole, espléndida artista, y es para terminar esta nota con una sonrisa.
Santiago Martín Bermúdez
1 comentarios para “La ORCAM y el peligro”
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