La odisea de viajar con un instrumento musical
Hace ya algún tiempo, los sesudos periodistas que se dedican a cubrir la información parlamentaria celebraban una comida cuando se aproximaban las ‘entrañables’ fiestas navideñas. Aprovechaban el sarao para elegir las que, a su juicio, habían sido las cinco propuestas más estúpidas del año presentadas en el Congreso de los Diputados. En una de esas votaciones, ganó por amplia mayoría una propuesta de la extinta coalición Convergència i Unió. CiU no había tenido mejor ocurrencia, según este sanedrín periodístico, que sugerir a sus señorías medidas para que Iberia facilitara volar a los músicos profesionales con sus instrumentos (los de tocar) en la cabina de los aviones. Que a los sesudos periodistas parlamentarios esta propuesta le pareciera una estupidez habla bien a las claras de su sensibilidad hacia todo lo que tiene que ver con la Cultura (otra cosa sería que la propuesta hubiera ido encaminada a financiar millonariamente alguna película española de esas que van a ver en salas comerciales un total de veinte o treinta personas). La sensibilidad de los ‘plumillas’ hacia lo Cultura no es, que conste, inferior a la de los propios políticos, que, obviamente, no hicieron el más mínimo caso a la propuesta de CiU.
Viajar en avión (o en tren) con un instrumento supone una odisea para la mayoría de los músicos profesionales. No basta con pagar un billete extra seat, pues se corre el riesgo de que, pasados todos los controles de seguridad en el aeropuerto, en la puerta del avión algún azafato se ponga farruco y diga que el instrumento tiene que ir en la bodega, porque de lo contrario no hay viaje que valga. Cuanto más grande sea el instrumento, mayores posibilidades hay de que el azafato se ponga farruco. Pero también los violinistas lo sufren en sus carnes. Sobre todo con la compañía Ryan Air.
Esto ha llevado a agudizar el ingenio. Un violinista sueco, que tiene un negocio de accesorios para instrumentos de cuerda en su país, ha inventado la Trinity Suitcase, que es una maleta con ruedas especialmente diseñada para llevar dentro violines o violas. La principal peculiaridad de la maleta es que el arco (que, al parecer, es lo que más nerviosos pone a determinadas tripulaciones de aerolíneas) va dentro del asa de la que tira el pasajero para arrastrarla. Durante algún tiempo, la Trinity Suitcase ha sido un salvoconducto para los violinistas y violistas que volaban con Ryan Air, pero parece que los de la compañía irlandesa ya han descubierto la añagaza.
Los especialistas en cuerda pulsada rezaban cuando subían a un avión para que su instrumento (especialmente, la tiorba) no excediera ni un milímetro el máximo permitido por cada compañía. Eso llevó a un par de lutieres a inventar un pequeño artilugio que sirve para plegar el mástil, de tal forma que una tiorba viene a ocupar más o menos lo que un violonchelo. El invento puede salir ya de fábrica o se puede reformar el instrumento por el módico precio de unos mil euros.
Algunos países, como Estados Unidos, se muestran extraordinariamente inflexibles con instrumentos que puedan llevar alguna pieza de marfil, dado que ese país declaró ilegal el tráfico de dicho material. Pero también de algunas maderas, como el granadillo, con la que se construyen flautas, clarinetes u oboes. Si el portador de un instrumento, al abandonar Estados Unidos, no puede demostrar la procedencia del marfil, corre el riesgo de que se lo requisen y, además, de ser fuertemente multado. De nada sirve contarle al aduanero de turno que ese violín es un Stradivarius o un Amati, que tiene más de trescientos años de antigüedad y que cuando fue construido el tráfico de marfil no estaba prohibido en ninguna parte del mundo. Pero vuelve aquí el ingenio: un lutier suizo ha fabricado un barniz especial para teñir de negro el marfil (quitarle la capa luego es relativamente sencillo). Así, burlar a los aduaneros estadounidenses resulta más sencillo, aunque siempre se corre el riesgo de que te toque uno avispado y te quedes sin instrumento.
Se podría escribir un voluminoso libro con anécdotas protagonizadas por músicos profesionales en las aduanas. Por ejemplo, a un cornetista —cornetista renacentista/barroco, se entiende— español le exigió una vez un guardia civil que le explicara lo que llevaba en la bolsa. Le dijo que era una corneta, pero al escéptico agente aquel instrumento de madera le parecía cualquier cosa menos una de las cornetas que él había visto cuando hizo el servicio militar, así que le instó que tocara algo. “¿Y qué le apetece que toque?”, le espetó con sorna el cornetista. “Toque usted Quinto levanta, tira de la manta…”, le contestó. Desde aquella esperpéntica situación, el cornetista, cuando le preguntan por lo que lleva en la bolsa, nunca dice “una corneta”, sino “un corneto”, que parece más sofisticado.
Algo parecido, pero con mayor fortuna, le ocurrió a un conocido clavecinista holandés que, cada verano (años 80 y 90 de la pasada centuria), daba un curso en la Universidad de Salamanca. Como por ese entonces no había demasiados claves en España, el clavecinista optaba por llevar el suyo en el coche y conducir durante dos mil kilómetros. Pero uno de esos veranos (todavía no existía el Tratado de Schengen), tuvo la mala suerte de que en la frontera de Irún le parase la Guardia Civil, que le requirió los papeles del clave para comprobar que no se trataba de una antigüedad adquirida en España de manera ilegal. Como la cosa se empezaba a poner fea, los agentes de la Guardia Civil requirieron la presencia de su teniente, que inmediatamente pidió al clavecinista que descargara el clave y tocara algo para certificar que, en efecto, era músico profesional y no contrabandista. Todo esto, en mitad de la aduana, con vehículos pasando a uno y otro lado de donde transcurría el insólito incidente. El clavecinista se sentó en la banqueta y le preguntó al teniente que qué quería que tocase. Ante su asombro, el teniente le dijo que tocara las Barricadas misteriosas de Couperin. Cuando las hubo tocado, el melómano teniente de la Guardia Civil le felicitó y le dio un consejo: “No vuelva usted a hacer esto, porque si no estoy yo, podría haberse quedado sin el clave. La próxima vez que venga a España, me llama telefonea y yo le espero en la aduana”. No hay ni que decir que los dos son amigos desde aquel día.
La anterior anécdota demuestra que no se puede menospreciar a nadie por su aspecto. Un violagambista español fue detenido en el control de seguridad de un aeropuerto de Estados Unidos, tras pasar por el escáner, por un orondo policía de color, que, como no podía ser de otra forma, le preguntó por lo que llevaba dentro de la funda. Para no tener que dar muchas explicaciones, el músico se limitó a decir que llevaba “un violonchelo”. Sin embargo, el orondo policía de color no se lo tragó: “No me engañe usted, señor, que eso no es un violonchelo… Eso es una viola da gamba francesa de siete cuerdas. Y, si no me equivoco, modelo Colichon”.
Algo parecido le ocurrió a otro violonchelista y violagambista español en un autobús que iba repleto de pasajeros. Al fondo quedaban dos asientos, así que, no sin esfuerzos, consiguió llegar hasta ellos y acomodarse él y su viola da gamba. Cuando el autobús estaba a punto de arrancar, subió jadeando un operario con mono azul y con claro aspecto de ser ecuatoriano o boliviano. El operario, claro, le reclamó que quitara el instrumento para poder sentarse él, así que al músico no le quedó más remedio que ponerlo sobre sus piernas. Con el autobús ya en marcha, el operario preguntó: “Oiga, maestro, ¿qué instrumento es el que lleva dentro de la funda?”. Y, como en la anécdota anterior, para evitarse tener que explicar lo que es una viola da gamba, el músico le replicó: “Un violonchelo”. El operario se encogió de hombros y dijo: “¡Qué lástima, a mí lo que realmente me gusta es la viola da gamba! Habré visto más de veinte veces la película Todas las mañanas del mundo…”.
Eduardo Torrico
(En la foto, viola del siglo XVII valorada en más de 200.000 euros, destrozada tras prohibírsele a su dueño que viajara con ella en la cabina del avión y tener que depositarla en la bodega)