La hora del INAEM
A veces da la sensación de que el Ministerio de Cultura, ese que tan esencial resultara en la transición para los gobiernos de Adolfo Suárez y Felipe González, se ha convertido en una especie de premio de consolación o de cementerio de elefantes después de haber pasado por episodios esperpénticos como fue aquel del primer Gobierno Sánchez en el que la titularidad prevista se contó por días.
Quizá por eso vuelvan a aparecer recurrentemente temas que debieran haberse resuelto hace tiempo y que ninguno de los titulares implicados en ello fue capaz de desatascar. Se trata, claro está, de la Ley de Mecenazgo y de la reorganización del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música (INAEM). Si se llega al cargo sin saber nada de nada, como podría sucederle al breve Maxim Huerta —menos mal que tras él llegó José Guirao— o al leve José Manuel Rodríguez Uribes, la responsabilidad recae en buena proporción en aquel que los nombrara en un ejercicio de cierta dejadez frente a la materia. Pero si hablamos de Miquel Iceta, la cosa cambia, pues se trata de un político bregado en mil batallas y a quien, salvo para el más irreductible independentismo, acompañan respeto y prestigio. Iceta se ha encontrado con un Ministerio que luce poco, que permite pocos gestos —aunque haya algún exministro tremendamente sobreactuante—, cómodo en cierta manera pero también capaz de opacar a su titular si este aún tenía esperanzas de una brillante carrera política. En ese sentido, la maniobra que impidió que fuera presidente del Senado sirvió también para cortarle unas alas que hubieran podido, quién sabe, llevarle más lejos.
Afortunadamente, el Ministerio de Cultura se ha movido con celeridad a la hora de pactar con el de Trabajo medidas más justas con los profesionales sin horizonte temporal en sus empleos —actores, músicos, discontinuos— y que dependen de un mercado nada convencional. Para la Ley de Mecenazgo todo pasa por la voluntad del Ministerio de Hacienda —que tiene la sartén por el mango— y los dos siguen sin llegar a un acuerdo. Y la situación del INAEM se ha cobrado hace poco una nueva víctima, la que fuera su directora, Amaya de Miguel, quien seguía los pasos de su subdirector de Teatro, Fernando Cerón, que había hecho lo propio en febrero. Por cierto, De Miguel pasa profesionalmente a la gestión cultural privada en una institución del peso específico de la Fundación Montemadrid.
Se trata, sin duda, de uno de los asuntos pendientes más importantes que debiera tener entre manos el ministro Iceta, quien ha optado a la hora de sustituir a De Miguel por alguien de tan enorme experiencia en la materia como Joan Françesc Marco, quien conoce la realidad del Ministerio y de la gestión cultural como la palma de la mano y cuyo nombramiento no ha dejado de sorprender. Sería muy decepcionante que alguien de la experiencia de Marco, bajo la autoridad de un político de no menor bagaje como Iceta, no fueran capaces de coger el toro del INAEM por los cuernos. Y eso supone, antes de nada, reconocer el trabajo fundamental de dicho organismo para la vida cultural española y la importancia de las unidades que contiene y que sirven, entre otras cosas, para cumplir el mandato constitucional en la materia, lo que, en la música, incluye la ingente labor del Centro Nacional de Difusión Musical. Y una vez reconocidas tal importancia y tal necesidad, resolver la situación de su personal técnico en huelga, agilizar sus métodos de trabajo para que todo, desde pagar a proveedores hasta hacer programaciones, sea más fácil. Es decir, convertirlo en un organismo autónomo, lo que no significa incontrolado sino organizado y gestionado con transparencia en aras de un funcionamiento que no lo encorsete. Recordemos que el Grupo de Trabajo formado al efecto ya aprobó por unanimidad en 2018, con José Guirao como ministro, crear una ley propia para el INAEM, como las que rigen los museos del Prado y Reina Sofía o la Biblioteca Nacional, asunto que Rodríguez Uribes consideró prioritario para 2021. Así, pues, ya llevamos retraso. Es verdad que la pandemia paró todo lo que debía moverse pero, en cualquier caso, ya va siendo hora. Y hablando de moverse, ahí está el Consejo Estatal de las Artes Escénicas y de la Música: presidente, vicepresidente y ochenta y tres vocales. ¶
(Editorial publicado en el nº 384 de Scherzo, de mayo de 2022)