LA CORUÑA / Vasili Petrenko y la OSG honran a Byron y a Chaikovski
La Coruña. Palacio de la Ópera. 26-IV-2024. Sergei Dogadin, violín. Orquesta Sinfónica de Galicia. Director: Vasili Petrenko. Obras de Glazunov y Chaikovski.
Además de leyéndolo no está mal celebrar el segundo centenario de la muerte de Lord Byron escuchando la música a que dieron lugar algunas de sus mejores obras. Por ejemplo, la —no numerada— Sinfonía “Manfred” que Chaikovski escribió entre la Cuarta y la Quinta, excesiva como su propio pretexto, capaz de parecerle a su autor una de sus obras maestras pero, más tarde, también una suerte de fracaso creador. La misma ambivalencia ha sufrido en la recepción posterior, con maestros que la aborrecían —Bernstein— y otros capaces de dar con ella lo mejor de sí —Muti en su superlativa grabación con la Philharmonia en 1981, aparecida al año siguiente. Uno de esos directores que aman la obra es, sin duda, Vasili Petrenko, que la grabara con la que fue su orquesta, la Royal Liverpool Philharmonic, allá por 2007 encaramándose a los puestos más altos de la discografía de la misma. Y por lo escuchado en La Coruña, a fe que el petersburgués la sigue llevando en el corazón.
Petrenko ha planteado Manfred desde el conocimiento profundo de su escritura, de sus puntos de fuerza, de los que pareciendo menores no lo son, teniendo en cuenta las idas y venidas temáticas y mostrando una técnica de primera magnitud. Así los planos se diferenciaban diáfanos, las dinámicas aparecían como el lógico énfasis en el relato y todo se beneficiaba de una muy lúcida unidad conceptual. En realidad, tal y como la propia partitura —de la que este crítico es partidario— propone. Y si se acepta esa proposición ha de ser con todas las consecuencias, como aquí sucedió. Se vieron claras algunas de sus costuras, pero también esos puntos de genialidad que atesora el estro chaikovskiano y que aquí son saltan a la vista. Empezando por el tema de arranque de la obra con los fagotes —extraordinarios toda la velada— y la cuerda grave en ese clima ominoso que marca un camino que tendrá sus cumbres y sus valles. Entre estos un Vivace con spirito magníficamente planteado y estupendamente respondido por las maderas a solo, a dos y hasta a tres —bravo por el flautín— y resuelto con virtuosismo de la mejor ley por los violines primeros a su conclusión. David Villa expuso maravillosamente el tema principal del oboe en el Andante con moto, como hizo con el suyo el trompa Nicolás Gómez Naval. Formidables, en el Allegro con fuoco, los trombones capitaneados por Jon Etterbeek, las arpas de Celine Landelle e Iván Bragado y el órgano —que en la partitura aparece como ad libitum pero que da una expresividad muy especial, y nada bombástica si se sabe modular— de Alicia González Permuy. Toda, toda la orquesta hizo una demostración de clase, de lo que sabe dar cuando hay un maestro como Petrenko, es decir, que es capaz de sacar lo mejor del evidente talento de quienes ya sabemos que tienen oficio por arrobas. Una enorme versión.
Comenzó la sesión con el Concierto para violín y orquesta de Glazunov, una suerte de perita en dulce, difícil, muy difícil de tocar pero estupendamente abrochado, tan breve y de una intensidad siempre cómoda para el oyente. Sergei Dogadin, primer premio en el Concurso Chaikovski de Moscú de 2019, lo empezó con mucha prudencia, lo que hizo que el vuelo que la pieza debiera alcanzar en circunstancias normales se quedara un poco corto. Respondió bien a los retos de la cadenza y se creció al final, pero la versión, a pesar del buen acompañamiento de Petrenko —que ya le dirigió en su debut en 2002— resultó para este crítico bastante sosa. Muy aplaudido, ofreció como regalo al respetable Flamenco Fantasy, un pequeño horror de Aleksey Igudesman. Lo que pasara en Glazunov estaba olvidado. Y es que esto de los encores no tiene remedio.
Luis Suñén
(foto: Pablo Sánchez Quinteiro)