LA CORUÑA / Noche triunfal para la OSG
La Coruña. Palacio de la Ópera. 19-V-2023. Orquesta Sinfónica de Galicia. Director: Antonello Manacorda. Liza Ferschtman, violín. Obras de Brahms y Chaikovski.
Programas como el que aquí se trata —Concierto para violín de Johannes Brahms, Quinta Sinfonía de Chaikovski— los carga el diablo. Por una parte, gran repertorio, del que gusta al abonado que quiere, como él dice, disfrutar. De otra, demasiado trillado para el aficionado conspicuo que tiene sus versiones en su altar y que, con toda la razón del mundo, saca la regla de cálculo y compara al milímetro. El viernes, unos y otros parecieron converger en la aprobación unánime de lo escuchado con un triunfo clamoroso del que se hizo eco la propia orquesta, que aplaudió sin reservas a solista y maestro. Este crítico, sin embargo, tiene alguna frente a lo escuchado, lo que, naturalmente, no quiere decir que tenga también razón.
El programa se hacía un poco cuesta arriba por lo enésimo de su escucha, pero también suponía la posibilidad de probar a sus protagonistas con piezas esenciales del repertorio, así la Quinta de Chaikovski, que partía del precedente más bien desustanciado de la Patética dirigida hace unas semanas por Vassili Sinaiski. Manacorda, maestro de espigada figura y elegantes maneras, fue mejor, pero volvimos a esa sensación de que se quedaban cosas por el camino, esas que tienen que ver con una obra que es un estado de ánimo, del dolor a la esperanza más o menos falsa. Todo parecía en su sitio, sí, pero tras las lecciones recibidas desde Svetlanov hasta Currentzis pasando por Rostropovich sabemos ya que en esta música ese sitio corresponde a un drama inocultable, aunque lo brillante se nos imponga a lo hondo porque en realidad preferimos vivir soñando. Eso pasó en la lectura de Manacorda, a la que le faltó un bisturí más afilado. Magnífico el clarinete de Juan Ferrer al inicio de la sinfonía —estupendo con Iván Marín en ese par de momentos en los que se pide campana arriba— y el trompa Nicolás Gómez Naval en el del Andante cantabile, ejemplos ambos de una orquesta que, al parecer gozosamente a la altura de las circunstancias, daba la sensación de haber podido estar finalmente por encima de ellas.
En la primera parte, la holandesa Liza Ferschtman, discípula de Herman Krebbers y David Takeno, nos ofreció una lectura del Concierto de Brahms en la que la solidez técnica se impuso al estilo. Es indudable que Ferschtman es una muy buena violinista, pero esta vez, como a lo largo de toda la sesión, faltó ese componente indefinible pero muy claro que diferencia una prestación aplicada de una versión sobresaliente, de esas, es verdad, que no se dan todos los días. Pudo ser una muestra la cadenza del primer movimiento, tan impoluta como mecánica y a la que se sumó en el último momento el inevitable teléfono móvil de cada viernes. La lección para cualquier amante del violín tradicionalmente más intachable se impuso a la inmersión en un dominio expresivo que sólo aparecía en esos momentos en los que Manacorda decidía recordarnos cómo es Brahms —lo que no sucedió en el tan esperado arranque del Andante, a pesar del buen hacer del oboe solista. Ante las ovaciones, Ferschtman regaló como encore una Sarabande de Bach.
Luis Suñén