LA CORUÑA / Salvatore Sciarrino, en nuestra hoguera de las vanidades
La Coruña. Museo de Bellas Artes. 01-X-2023. Yuko Kakuta, soprano. Vertixe Sonora. Salvatore Sciarrino: Vanitas.
A escasos días de que Vertixe Sonora inaugure su undécimo festival de música actual, el que es uno de los principales ensembles españoles especializados en dicho repertorio nos ofreció, dentro del ciclo “Conciertos de Otoño” del Museo de Bellas Artes de La Coruña, un anticipo de lo que será un final de 2023 cargado de actividades para Vertixe, adentrándose en la música del compositor italiano Salvatore Sciarrino por medio de una partitura tan personal y repleta de ecos como Vanitas, página del año 1981 subtitulada por su autor Natura morta in un atto.
No es, la de Sciarrino, una presencia habitual sobre los atriles de Vertixe, un conjunto más dado a propiciar la creación musical en tiempo real, contando ya casi trescientos estrenos mundiales desde su fundación, en 2011, hasta hoy. Sin embargo, el abordar las creaciones de maestros con la calidad del siciliano siempre resulta importante para que un ensemble de música contemporánea gane en técnica, poética y refinamiento, pues todo ello abunda y se da la mano en una partitura, Vanitas, de un lenguaje ya plenamente sciarriniano. En dicho lenguaje destaca la voluntad de crear un entramado musical a caballo entre una ascética ópera de cámara y un lied reformulado, ampliando los rizomas estéticos hasta la música popular estadounidense de comienzos del siglo XX, pues Vanitas dialoga, al modo de una «vasta anamorfosis» —nos dicen las notas al programa—, con Stardust, canción de inspiración jazzística compuesta en 1928 por Hoagy Carmichael con letra de Mitchell Parish.
Para reforzar dichos vínculos entre tiempos, espacios y estilos, antes de comenzar su interpretación de Vanitas, Vertixe dispuso sobre el escenario un tocadiscos portátil en el que escuchamos Stardust al completo, en versión de Doris Day registrada en los años cincuenta. En una decisión muy inteligente, el vinilo seleccionado por Vertixe emplazaba el tema de Hoagy Carmichael en el último corte, por lo cual, tras su audición, quedó el mecanismo del tocadiscos girando en bucle: infinita circularidad de lo temporal sobre cuyos giros entraron a escena el violonchelista alemán Thomas Piel, el pianista gallego David Durán y la soprano japonesa Yuko Kakuta, completando el trío para el que Vanitas fue compuesta; un trío dentro del cual voz y violonchelo presentan unos vínculos más íntimos y directos, mientras que el piano no sólo expone paisajes acústicos en la distancia y ecos del pianismo sciarriniano de finales de los años setenta, sino que en sus fantasmagorías melódicas es el instrumento en el que los ecos del jazz y la decadente pátina de Stardust con más fuerza resuenan.
Ahora bien, los ecos no se agotan en tales referentes, no dejando David Durán de rescatar evocaciones del Impresionismo, con veladas improntas de Claude Debussy y Maurice Ravel, por lo que, al concepto más netamente germánico del lied y a la ya citada presencia del jazz, le podemos sumar la de la mélodie francesa. Lo specchio infranto, quinta parte de Vanitas, es un perfecto ejemplo de ello, por cómo Durán casi parece convocar reflejos de los Miroirs (1904-05) ravelianos, en un movimiento al que se asomará, también, el desgarro en la voz, alcanzando el paroxismo y el grito, o los ataques más bruscos y acerados en el piano, con dejes del Expresionismo: y es que muchos son los sustratos históricos que florecen en esta reflexión sobre la caducidad de nuestras vidas y el acartonamiento de sus creaciones.
De hecho, en el mismo Lo specchio infranto pudimos escuchar a Thomas Piel remedar el mecanismo de un reloj, con sus tensos pizzicati sul ponticello en una explicitación de lo cronológico que no es, ni mucho menos, transversal a toda Vanitas, pues fue el propio violonchelo el que había comenzado la obra bajo una indicación de Senza tempo que refuerza la suspensión de una partitura que Vertixe ha convertido en un viaje espectral a través de un marchitamiento que la propia Yuko Kakuta teatralizó en escena cuando, tras sus últimos compases cantados, deshojó una rosa hasta privarla de su corola.
Antes de llegar a ese momento de extinción, Kakuta ha trabajado, una y otra vez, lo que en su día Lothar Knessl calificó de actualización de la sillabazione scivolata barroca, caracterizada por un crescendo muy breve, de apenas una sílaba estilizada, al que le sigue un decrescendo acelerado a base de pequeños intervalos zigzagueantes, casi indeterminados: procedimiento que habría de llegar a su cénit en óperas como Luci mie traditrici (1996-98), convirtiéndose en una de las firmas musicales por antonomasia de Salvatore Sciarrino. En Vanitas aún no se manifiesta de forma tan explícita y esquemática dicha articulación, apostando más por el tresillo, tanto en la propia voz como en un violonchelo que espejea el canto, los procesos de fonación y sus ahogos.
En estos espejeos, el diálogo entre Yuko Kakuta y Thomas Piel ha sido ejemplar, reforzando el carácter liederístico de Vanitas, por los vínculos prosódicos que ambos músicos comparten, cambiando ligeramente los colores y las armonías en función de cada entrada y fraseo. Al respecto, señalar que la voz de Yuko Kakuta es más aguda que la que tenemos como versión discográfica de referencia, la registrada en 1988 por Sonia Turchetta para el sello Stradivarius (con Rocco Filippini al violonchelo y Andrea Pestalozza al teclado). Ello aumenta los contrastes cromáticos, así como genera otro tipo de expresividad en los portamenti de Kakuta, el más marcado de los cuales no desciende, como Turchetta lo hacía, a la cuerda de contralto, si bien muestra una impostación que lo hace más tenso, expresivo y dramático, convocando ecos del teatro nō: uno de los diálogos interculturales que Vertixe pretendía evidenciar con la presencia de la soprano nipona, ya no sólo en el propio canto, sino en el vestuario y en la dramaturgia desplegada por Kakuta.
Tanto en L’eco como en Lo specchio infranto el expresionismo y el delirio se han manifestado, igualmente, en el piano, alcanzando el Steinway de David Durán una virulencia y unos volúmenes atronadores: motivo por el cual Vertixe decidió emplazar a Yuko Kakuta a unos metros de distancia del piano, para que su enorme presencia (en una sala de reducidas dimensiones) no tapase a la voz de la soprano. En dichos pasajes más masivos, el mecanismo y la digitación de David Durán resultan portentosos, con los melismas, constelaciones y centelleos arquetípicos del pianismo sciarriniano, en una interpretación de verdadera categoría, como también lo ha sido su manejo de los pedales en los compases más sinuosos y ondulantes en cuanto a modulación escultórica del eco.
De igual categoría ha sido el trabajo del siempre formidable Thomas Piel. Su violonchelo no presenta ni la masividad ni la verticalidad del piano, plegándose al concepto vocal que impone su tratamiento prosódico en línea con la soprano, en continuos flautandi, reguladores dinámicos y ausencia de vibrato: pura luz que estiliza y confiere otro brillo a los versos del texto cantado por Kakuta, en el que encontramos fragmentos recompuestos por Salvatore Sciarrino de poemas de Giovan Leone Sempronio, Giambattista Marino o Robert Blair, entre otros escritores.
Alcanzado Ultime rose, movimiento conclusivo de Vanitas, el violonchelo de Thomas Piel gana un enorme protagonismo, desligándose de su línea más puramente vocal y adentrándose en una plétora de armónicos, dobles cuerdas y técnicas extendidas colindantes con el ruido que el chelista alemán ha desgranado de forma excepcional, en algunos de los compases más impactantes y bien resueltos por Vertixe. Mención especialísima, por lo que al trabajo de Thomas Piel se refiere, para ese último y descomunal glissando que acomete en el compás 74 de la partitura y con el que se cierra Vanitas: «glissando lentísimo y continuo, imperceptible» —indica Sciarrino— que Thomas Piel realiza agarrando la cuerda grave con los dedos pulgar e índice, en un recorrido de más de cuatro minutos de duración que, parafraseando el título de otra partitura compuesta en 1981 por Salvatore Sciarrino, ha sido toda una Introduzione all’oscuro, por cómo Piel ha ido desvelando los gradientes armónicos y los matices de las tinieblas, cual haz electrónico, con una afinación primorosa, sin apenas sentirse el cambio de arco y mostrando una minuciosidad en la regulación dinámica que ha supuesto un broche de oro para los 53 minutos y 25 segundos que ha durado la interpretación de Vanitas en La Coruña (tres minutos y medio más lenta que la grabación del sello Stradivarius).
Bien adentrados ya en el siglo XXI, Vanitas nos recuerda que, tras tanto postureo y cooltura como nos rodea, la mayor parte de las veces no se esconde más que una auténtica hoguera de las vanidades, en el sentido etimológico más habitual en castellano; pero, también, vacío e impostura. A dichas acepciones se suma, proveniente de la pintura, la de la naturaleza muerta, y, si bien en la Vanitas sciarriniana se juega con los ecos musicales como brotes de memoria en proceso de descomposición, en La Coruña Vertixe nos ha mostrado que tanto dichas reverberaciones como la propia partitura del maestro palermitano están tan vivas hoy como hace cuatro décadas, a pesar de la contaminación acústica que, una vez más y procedente del exterior, hemos padecido en el auditorio del Museo de Bellas Artes herculino: todo un contrapunto cutre y verbenero a la elegante densidad poética sciarriniana; algo que, más allá del interés sociológico de dicha contraposición, no es de recibo, cuando se desarrolla en escena una interpretación del calibre, la generosidad y la altura artística como la disfrutada el pasado 1 de octubre por parte de Yuko Kakuta y Vertixe.
Paco Yáñez
(Fotos: Manuel González)