LA CORUÑA / ‘Roméo et Juliette’: un buen trabajo
La Coruña. Teatro Colón. 27-IX-2023. Temporada Lírica de Amigos de la Ópera. Mario Bagh, Sofía Esparza, Borja Quiza, Francisco Corujo, Gabriel Alonso, Luis López, Patricia Illera, Fernando Latorre, Irene Zas, Jacobo Rubianes, Enrique Martínez, Christopher Robertson. Orquesta Sinfónica de Galicia. Coro Gaos. Director musical: Alain Guingal. Director de escena: Daniele Piscopo. Gounod: Romeo y Julieta.
Charles Gounod definía lo francés como la suma de “precisión, limpieza y gusto, es decir, lo opuesto al exceso, la pretenciosidad y la desproporción”. Y su obra en general y en particular responde a esas premisas dirigidas directamente al público burgués que tanto le amaba. Roméo et Juliette, acabada de ver el miércoles en La Coruña por vez primera, se estrenaría en París, en el Théâtre-Lyrique, el 27 de abril de 1867 —año de la Exposición Universal— con un éxito enorme que le asegurará nada menos que noventa funciones más. Será revisada en 1873 para su representación en la Opéra Comique y, con el añadido del ballet y algunos fragmentos descartados de la versión manuscrita, más cortes menores, para la del 28 de noviembre de 1888 en la Opéra Garnier.
El hábil libreto de Barbier y Carré sigue adecuadamente la progresión argumental de la obra de Shakespeare e incluso, en algunos momentos, es bastante fiel al texto. Ve muy bien el crítico Richard Langham Smith que los libretistas “domestican a Shakespeare para el público del Théâtre-Lyrique, pero reteniendo igualmente aquellos detalles que debían ser preservados”. Tal vez por eso, si bien es cierto que no hay en la ópera exceso alguno de sensualidad, tampoco aparecen rastros de sensiblería, y planteamiento, nudo y desenlace llegan por los caminos de una muy bien dosificada lógica dramática, esa que atesora el original shakespeariano.
Para poner en pie una tragedia tan pulidamente suavizada en su versión operística mientras se conservan sus líneas de fuerza, es fundamental que del foso y la escena surjan marcos adecuados a esa intención. De lo primero se ocupó con estupenda mano un maestro veterano, curtido y bien conocido en este repertorio como el galo Alain Guingal al mando de una estupenda Orquesta Sinfónica de Galicia que volvió a mostrar su versatilidad y, sobre todo, su evidente clase individual —magnífico el clarinete— y colectiva. Quien lo tuviera catalogado como un maestro eminentemente práctico se llevaría una sorpresa importante pues, sobre acompañar muy cuidadosamente a los cantantes, cuestión esta que se le suponía de sobra, fue capaz de desarrollar un discurso orquestal a tono con la necesidad de lo que sucedía en la escena, expresivo, elegante incluso en determinados momentos y en el que no hubo ni un instante en el que decayera una tensión que supo exponer primero y mantener después. Hubo algún detalle muy especial, como la intención por subrayar la evocación, al inicio del cuarto acto, del aria de Romeo en el segundo. Se suprimió el ballet, una pena musicalmente pero seguramente un alivio en lo coreográfico.
La producción, procedente de los Amigos Canarios de la Ópera, fue muy superior a la que vimos de Aida hace un par de semanas a cargo del mismo equipo. Como clave del diseño escenográfico de Riccardo Roggiani enmarcaba la acción una escalera de honor de dos brazos rematada en su cima a modo de balconada. Bajo ella cambiaban los elementos que caracterizaban cada acto, ninguno de ellos marcado precisamente por el lujo que se le supondría a una de las grandes familias de Verona, sino más bien pobremente caracterizado todo, las viandas, las bebidas, el jardín, la capilla… Pero la cosa acababa funcionando en el reducido espacio del Colón, los figurines respondían a la homogeneidad que no hubo en Aida y la dirección de actores de Daniele Piscopo a las necesidades de la acción. Nada del otro mundo, pero sí un buen ejemplo de simplicidad y sentido práctico. Excelente la idea de que Julieta no sacara el puñal de su regazo sino que este le fuera entregado por un joven caballero que había asistido desde la escalera a toda la escena final, como fingiéndose dormido.
La pareja de protagonistas resultó una muy agradable sorpresa. El tenor coreano Mario Bahg y la soprano navarra Sofia Esparza debutaban sus papeles en estas funciones coruñesas y los dos superaron la prueba con sobresaliente. Bagh lo resolvió todo con línea impecable, limpieza en los agudos y una elegancia canora que mostró con suficiencia en un “Ah! lève-toi, soleil!” muy bien rematado en piano. Esparza, por su parte, recorrió con arrojo y buen gusto el camino que lleva a Juliette de lo lírico a lo dramático, con un “Ah, je veux vivre” tan estupendo como el posterior “Dieu, quel frisson… Viens, viens!”. Ambos solventaron los cuatro dúos de amor que les plantea Gounod con frescura renovada pero también con ese punto expresivo que cada uno requiere, de la esperanza al acabamiento. Borja Quiza, siempre tan buen actor, fue un estupendo Mercutio, magnífico de voz y de intenciones en su Balada de la Reina Mab. Francisco Corujo mostró un excesivo vibrato como Tybalt. Muy bien Luis López como Frère Laurent, quizá un poco tonante de más al inicio de su parte, antes de mostrar con claridad la bondad de su personaje. Fernando Latorre fue un correcto Compte Capulet al que se le escapa la realidad, Christopher Robertson un Duque de Verona con la necesaria prestancia a pesar de cierto vibrato e Irene Zas una Gertrudis de manual. El personaje del paje Stéphano, si agradecido en lo teatral, plantea más problemas de lo que parece en lo vocal y a Patricia Illera quizá le faltara algo del brillo que pide tan pizpireto carácter. El resto del reparto cumplió sin fisuras.
El coro Gaos se defendió, tuvo mejores y peores momentos, pero ya hemos dicho aquí más de una vez que tampoco se le puede pedir nada por encima de sus posibilidades reales. Lo de los coros es un asunto pendiente en La Coruña y parece lógico pensar que, teniendo en el foso el lujo de la OSG, quizá hubiera que plantearse que en el futuro estuviera en el escenario su homónimo coral, reforzado tal vez por este Gaos que derrocha voluntad, pero llega donde llega mientras, eso sí, sabe ganarse el aplauso del respetable.
Luis Suñén
(fotos: Alfonso Rego)