LA CORUÑA / OSG, Schuen y Gonzalez-Monjas: naturaleza y dolor
La Coruña. Palacio de la Ópera. 19-I-2024. Andrè Schuen, barítono. Orquesta Sinfónica de Galicia. Director: Roberto González-Monjas. Obras de Tarrodi, Mahler y Honegger.
El concierto de abono del viernes de la Orquesta Sinfónica de Galicia ha confirmado la magnífica sintonía entre la formación coruñesa y su nuevo titular, Roberto González-Monjas. Si aquella ha demostrado una vez más que se encuentra en un estupendo estado de forma, el director vallisoletano —quien, por cierto, acaba de ampliar su contrato con el Musikkolegium Winterthur hasta finales de junio de 2027— ha hecho lo propio volviendo a poner de manifiesto lo acertado de su nombramiento. Esta temporada son sólo cuatro —de veinticuatro— los programas a su cargo. La próxima, de responsabilidad plenamente propia, deberán ser más, por la lógica del crecimiento conjunto, del desarrollo de sus ideas musicales y porque, y no es mala razón, el público así lo quiere como demuestran los comentarios a la conclusión de cada una de sus apariciones. El tándem funciona y hay que disfrutarlo a tope.
Una de las especialidades de la OSG en las últimas temporadas es la presencia de autores nórdicos contemporáneos, lo que hace a su audiencia tener una idea bastante aproximada de una manera de componer que constituye una de las tendencias más evidentes del panorama actual. Hay algo que distingue a los compositores escandinavos y que uno resumiría en la dependencia casi freudiana de Sibelius y en su extraordinaria mano para articular su estética a través de un dominio orquestal de la mejor escuela. Añadamos una envidiable capacidad para envolver a los oyentes en una suerte de magma sonoro articulado a través de timbres y, sobre todo, de dinámicas que dramatizan el discurso sin descoyuntarlo, sin crear más problemas de lo necesario.
La sueca Andrea Tarrodi (Estocolmo, 1981), de producción amplia y recepción más que notable por todas partes, responde a esos parámetros. Hija del gran trombonista Christian Lindberg y de la clarinetista y editora Julianna Tarrodi y sobrina del laudista Jakob Lindberg, su personalidad se desdobla en la —muy buena, por cierto— cantante, digamos que de cabaret, Anki Svan, con lo que la suma de sus dos caras nos daría un curioso retrato mitad cabaretero y mitad clásico. En su obra orquestal están presentes el cielo, el agua, los pájaros, la tierra, el fuego, el aire… Y en Ascent (2015) —subtitulada Concierto para orquesta—, también, con el añadido del paisaje urbano. Todo aparece, se desarrolla y concluye a lo largo de un bien tramado arco expresivo, estupendamente escrito pero al que le falta, en la modesta opinión de este crítico, ese impulso que transforma lo bien hecho en emocionante o, si se prefiere, lo correcto en admirable —ya sé que es mucho pedir. Es, en definitiva, lo que se va mostrando como una continuidad evidente en inspiración y resultados, con ejemplos como Birds of Paradise (2008) o la Symphony in Fire, Water, Eart and Air de 2021. González-Monjas —que acaba de grabar, de Tarrodi, Fragments of Enlightenment (2022) con su orquesta suiza para la firma helvética Claves— tradujo a la perfección ese universo tan atrayente para algunos, aunque resulte algo limitado para otros.
Gran atractivo del programa era también la presencia del barítono italiano Andrè Schuen, que, a sus cuarenta, es ya uno de los más destacados cantantes de su cuerda tanto en concierto como en ópera. Uno diría que tardó un poco en asentarse en lo más grave de su registro en el primero de los Kindertotenlieder mahlerianos para luego —luchando, naturalmente, con la mala acústica que, para los cantantes y haciendo flaco favor a su nombre, luce el Palacio de la Ópera— ir desgranando una interpretación modélica del que es uno de los ciclos más impresionantes del repertorio. La voz está fresca —en lo más agudo de la cuarta canción quizá quedara algo apretado— porque Schuen cuida su repertorio, y el estilo bien bregado en el Lied, con lo cual sabe que el texto requiere una expresividad absolutamente amoldada a su acompañamiento, en esta ocasión mucho más que un mero complemento. Hubo detalles de verdadero maestro —no en vano el cantante se formó con Wolfgang Holzmair— en esas inflexiones que emocionan de verdad en determinados momentos, sin forzar jamás la línea ni caer en el arrebato dramático. No fue frío sino muy respetuoso. Ya sabíamos que González-Monjas acompaña a los cantantes con muy especial atención. Volvió a suceder y la orquesta adquirió el protagonismo que le otorga Mahler con excelentes intervenciones de oboe, corno inglés, fagot y trompa.
Ocupaba la segunda parte la Tercera Sinfonía de Honegger, que daba la OSG por vez primera en sus programas. Se hace poco pero es muy atractiva. Estrenada en 1946 se trata de una reacción a los desastres de la Segunda Guerra Mundial que su autor, ciudadano suizo, pasó relativamente tranquilo en París. El subtítulo de “Litúrgica” tiene que ver con la denominación de cada uno de sus tres movimientos: Dies irae, De profundis y Dona nobis pacem. La obra —que tendría una continuación mucho más luminosa con la Cuarta, “Deliciae Basiliensis”— es, al mismo tiempo, adusta y emocionante, seca a veces y de una expresividad transparente otras y revela muy bien una cierta estética de la época, tan válida como otra cualquiera. La relación entre lo dramático y lo lírico, lo inquietante y lo meditativo fue magníficamente planteada y admirablemente resuelta por González-Monjas y toda la OSG —estupendos los metales y el clarinete bajo— en una versión modélica de la partitura que tuvo como epítome el paso del clímax del último movimiento a su tranquila conclusión. Puro virtuosismo.
Luis Suñén
(foto: Pablo Sánchez Quinteiro)