LA CORUÑA / OSG: elegancia y músculo
La Coruña. Palacio de la Ópera. 7-X-2022. Javier Perianes, piano. Orquesta Sinfónica de Galicia. Director: Otto Tausk. Obras de Saint-Säens y Beethoven.
Uno diría que los conciertos para piano y orquesta de Saint-Saëns han tenido más suerte en los discos que en las programaciones. En aquellos, recordemos de memoria, Rubinstein, Casadesus, Entremont, Thibaudet, Rogé, Lortie, Descharmes, Kantorow o Chamayou nos han dejado estupendas versiones capaces de revelar la originalidad que estas partituras atesoran. Sin embargo, da la sensación de que las salas de concierto les resultan demasiado ajenas. Seguramente es el propio interés de los pianistas lo que está haciendo que Segundo y Quinto se escuchen más a menudo y permitan al respetable conocer del compositor francés algo más que El carnaval de los animales o la Sinfonía nº 3.
Precisamente con uno de estos conciertos, el Quinto, el subtitulado “Egipcio”, volvía Javier Perianes al abono de la Orquesta Sinfónica de Galicia. La pieza es una de esas obras maestras que muestran la adecuación plena entre intenciones y resultados, como el guante perfecto que se adapta a la mano sin un solo pliegue molesto y, además, hace que esta se mueva con toda naturalidad, sin que nada se escape entre los dedos. Exige un virtuosismo de primera clase, posee una línea cantabile fresca y nada impostada, sus temas se memorizan desde el primer momento y, dentro de lo que puede esperarse de un compositor que presumía de conservador, pero cuyo formalismo convendría poner en cuarentena, tiene hasta su aquel de audacia, como ese Andante en el que conviven lo egipcio, lo español y hasta el gamelán, propio también de la invención de un viajero hasta cierto punto —siempre, en todo, hasta cierto punto— extravagante.
A ello hizo honor un Perianes que está en el mejor momento de su carrera, lo que equivale a decir que se halla en la cumbre de su generación pianística —como esto no es la clasificación del Tour pongan ustedes a su lado a quien más les guste. Ya no hace falta hablar, al referirse a él, del camino a la madurez porque ahí está ya bien a la vista a sus cuarenta y cuatro, es decir, llegando cuando tenía que llegar, sin prisas, sin falsas expectativas, tocando cada día más y mejor y todavía con mucho por delante. Hablábamos, pues, del virtuosismo. Precisión, también, pide el Egipcio y aquí estuvieron ambas cosas, sin impostación ni retórica mayor que la que a veces pide el propio sentido del humor del compositor. Hablar de técnica en el pianista onubense es referirse al dominio del medio y su combinación con el modo clarísimo de entender la partitura. Todo fluyó con una naturalidad que se hizo muy especial en ese momento formidable que es el episodio central del citado Andante, ese punto en el que la ligereza se hace evocación tan elegantemente leve como perceptiblemente emocionante. Como encore una prodigiosa Serenata andaluza de Falla al que asistió entre los profesores de la orquesta un Otto Tausk que sirvió en el concierto un acompañamiento muy convincente, bien planificado, dando a la orquesta su papel sin complicaciones y siempre atento a su solista.
En la segunda parte, el maestro holandés titular en Vancouver, con quien la OSG parece sentirse muy a gusto, ofreció una Heroica beethoveniana bien musculada, directa al grano, valga decir que cómoda para todos y, como sucedió en el pasado fin de semana con la Tercera de Brahms, muestra de cómo la orquesta tiene asimilado este gran repertorio. Todo depende de lo que se pretenda. El oyente que la conozca, que, como la propia formación coruñesa, la tenga asimilada de sobra, echaría de menos eso que diferencia una buena lectura —y esta lo fue— de lo que todos sabemos qué es. De ese paso siguiente que revela aquí y allá esas cosas que parecen pequeños detalles, pero son más que eso y ayudan a conformarla en plenitud, es decir, como, en definitiva, la queremos escuchar. Y eso fue lo que, a pesar de la buena línea general, faltó por momentos. Hubo quizá una cierta desproporción entre una muy nutrida cuerda y las maderas —estas a dos, como debe ser— que se quedaban por momentos demasiado en segundo plano —estupendos en todo caso Villa al oboe y Ortuño a la flauta— y ahí se perdían matices. En las trompas se echó de menos que no sonaran más a caccia, como procede sin duda en el Scherzo: más arriesgado pero, si sale bien, también mucho mejor. Algo más de imaginación no hubiera ido mal a una versión que, como decían los viejos críticos, se escuchó sin sobresaltos. Con lo bien que vienen a veces los sobresaltos…
Luis Suñén