LA CORUÑA / Orquesta Sinfónica de Galicia: un milagro

La Coruña. Palacio de la Ópera. 7-X-2022. Helena Juntunen, soprano. Orquesta Sinfónica de Galicia. Director: Dima Slobodeniouk. Obras de Alma Mahler/Panula y Gustav Mahler.
Hace poco más de quince días alguien trató de segarle a la Sinfónica de Galicia la hierba debajo de los pies filtrando información de lo discutido en una reunión que pretendía ser una encerrona contra su gerente, Andrés Lacasa. Lo que querían los promotores de la maniobra —los que salieron en los papeles y los que no— era, aprovechando que Dima Slobodeniouk termina su contrato, remover de su puesto a Lacasa y crear una crisis de la cual salir como salvadores, de lo que no hay necesidad alguna de salvar porque está vivo y coleando. En veinticuatro horas el bumerán se volvía contra sus lanzadores y el comité de empresa de la orquesta hacía público un comunicado de apoyo al gerente en el que, en definitiva, se reivindicaba a sí misma frente a la manipulación de que estaba siendo víctima.
Con ese panorama previo empezaba esta semana la que será la trigésima temporada de la que para muchos es la mejor orquesta española y la última de un titular que ha dirigido en los últimos años, entre otras, a la Filarmónica de Berlín, Concertgebouw, Cleveland, Sinfónica de Londres, Gewandhaus, Radio de Baviera, Sinfónica de Chicago y unas cuantas más. Quiere decirse que, tras nueve años en A Coruña, su horizonte necesita seguir expandiéndose y para eso hace falta tiempo y espacio. Ya hablaremos del asunto cuando se especule con posibles sustitutos y la ignorancia de la realidad vuelva, que volverá, a pedir su turno.
No sé en qué medida ese ruido tan imprevisto como molesto haya podido influir en el resultado de este primer concierto de la temporada —segundo en realidad pues este crítico no asistió al del miércoles sino al del jueves—, que ha sido un poco decepcionante. Pero déjenme que les diga una cosa, y es que, por una vez, me da igual. ¿Qué no fue la mejor de las Cuartas de Mahler posibles? Pues no. Pero sí fue un milagro que, en semejantes circunstancias, fuera dicha con tanta verdad, aunque no con el grado necesario de exquisitez que convierte la presunta ingenuidad en obra de arte, con más alegría autoafirmativa que sutileza requintada, sin esa segunda lectura de lo más obvio que siempre esperamos en Mahler y quizá en esta Cuarta, como a su modo en la Séptima, más que en ninguna otra de sus sinfonías. Personalmente, no entré en ella hasta el clímax del tercer movimiento, demasiado tarde, aunque quedara aún la excelente forma de negociar el último por parte de Slobodeniouk como consecuencia lógica —y coherente— de ese planteamiento inicial más agreste que refinado. Sobre esa sensación general de apuesta por lo directo, sobresalieron trompas y flautas y, naturalmente, el concertino Massimo Spadano con sus dos violines que tanto sorprenden al espectador no avisado. Y fue una alegría reencontrar al oboe principal, Casey Hill, después de tanto tiempo.
En la primera parte de la sesión se ofrecieron —no sé si como estreno en España, pero no me extrañaría— cuatro canciones de Alma Mahler en la orquestación de Jorma Panula —el gran pedagogo de la dirección de orquesta—, quien ha hecho lo propio con todas las que compuso tan extraordinaria mujer. El trabajo de Panula no remite a lo que podría pensarse por el momento en que se compusieron las piezas originales, es decir, una cierta opulencia hasta decadente si se quiere. Al contrario, con un orgánico bastante reducido, sin metales y con una cuerda nada abundante, el resultado es hasta un punto frío por no decir algo seco, también es verdad que la voz corre así sin los obstáculos mayores que le plantearía un acompañamiento más denso.
Recordemos que Alma publicó sus canciones entre 1910 y 1915, aunque se compusieran antes, y que en ellas aparecen las influencias naturales de la época, no la de su marido —uno de los textos, por cierto, es de quien lo sería también después, Franz Werfel— pero sí la del Hugo Wolf menos duro y la del inevitable Richard Strauss, que aparece muy claramente en Leise weht ein erstes Blühn sobre texto de Rilke. In meines Vaters Garten — Hartleben— es casi una balada y las otras dos, Ansturm —Dehmel— y Der Erkennende —Werfel—, tienen algo como de breve fragmento escénico. A la expresividad que su planteamiento requiere respondió maravillosamente la soprano finesa Helena Juntunen, dueña de un registro bien amplio, capaz de irse al grave sin mayores dificultades, que a veces recuerda por el color a la gran Lucia Popp y que luce un muy característico vibrato natural. Ha sido Zdenka y Mimi, Condesa de Bodas y Doña Elvira, y hasta Marie en Wozzeck. Actuó pero no sobreactuó y, por eso, supo darle el tono justo al lied con el que concluye la Cuarta de Mahler. Con él se cerraba también este concierto que tanto tuvo de milagro.
Luis Suñén