LA CORUÑA / Mena y la OSG se asoman al abismo bruckneriano
La Coruña. Palacio de la Ópera. 12-I-2024. Orquesta Sinfónica de Galicia. Director: Juanjo Mena. Bruckner: Sinfonía nº 9.
En sus más de treinta años de existencia la Orquesta Sinfónica de Galicia ha ido adquiriendo una más que notable experiencia en la música de Anton Bruckner. Directores como —cito de memoria y seguramente olvide alguno— Víctor Pablo Pérez, Eliahu Inbal, Leif Segerstam, Jesús López Cobos, Dima Slobodeniouk, Christoph Eschenbach, Dennis Russell-Davies, Stanislaw Skrowaczewski o Markus Stenz se han acercado con excelencia a un compositor al que todavía le cuesta imponerse con naturalidad, no tanto en la programación de nuestras orquestas como en los gustos de un público quizá influido aún por tópicos y aprioris de los que cualquier lector haría una lista y, por tanto, huelga recordar aquí. De esos nombres, dos han sido titulares y todos muy especialmente queridos por la OSG, lo que influye sin duda en la asimilación de las maneras del compositor de Ansfelden por parte de una formación técnicamente más que sobrada para llevarlas a cabo.
En el concierto del viernes se unía a ese histórico la presencia de un maestro que goza también de las preferencias de los sinfónicos gallegos, el vitoriano Juanjo Mena, que se enfrentaba con estos a la más difícil de las sinfonías brucknerianas. Probablemente, en lo técnico, ni más ni menos difícil que las grandes suyas, pero un verdadero desafío en lo expresivo, en la forma de exponer las razones o las sinrazones de por qué no hubo un cuarto movimiento, de llegar a esa suerte de punto límite que nos haga estar de acuerdo o no en aquello que escribió el inolvidable Harry Halbreich: “el fin del Adagio es el reposo, el estado de beatitud que excluye todo nuevo acto, toda puesta en cuestión”. Y ello, claro, después de colocarnos en ese punto, en ese momento de la verdad, en el que pareciera verse el todo o la nada y que constituye el episodio álgido de ese mismo Adagio. Porque precisamente el camino hacia, la llegada a y la salida de ese punto crucial, la gestión de la tensión, por así decir, son las claves de la hoja de ruta de esta Novena. Mena la conoce muy bien y se asomó a ese abismo con emoción y audacia, a tumba abierta, nunca mejor dicho. Dejando además muy clara en determinados pasajes —las maderas en esa suerte de asombro en forma de ostinati a que las lleva el autor en la preparación del clímax— esa cercanía de Bruckner a la atonalidad que no es una teoría más o menos lucida sino, como en Liszt, una realidad que obliga a su escucha más allá de esos lugares comunes de que hablábamos al principio.
Mena planteó el Feierlich, misterioso inicial con el equilibrio necesario para que la estructura no tapara lo que contiene. Enmarcado por las grandes líneas de fuerza, por los cimientos de una arquitectura que parece implacable, el maestro expuso muy claramente todo lo que circula por ahí dentro, las células que muestran esa personalidad de su autor tan extraordinariamente compleja en su aparente simplicidad, la sucesión de cimas y valles sonoros que aclaran ese magma bajo el cual está el misterio que llegará más tarde. El Scherzo —que, como el primer movimiento, le duró a Mena, curiosamente o no tanto, lo mismo que a Günter Wand en su grabación con la Orquesta de la NDR— respondió espléndidamente a la dialéctica entre el drama y la inevitable, aparente y cierta al mismo tiempo, ligereza del trío. Del Adagio ya hemos dicho que constituyó la cima de una versión que se une a la gran historia bruckneriana de una Orquesta Sinfónica de Galicia —qué razón tenía el director vasco cuando en una entrevista en La Opinión volvía a hacer hincapié en la necesidad de un auditorio en el que no haya que luchar contra la acústica sino favorecerse de ella— que lució poderío y virtuosismo a partes iguales. Todos los atriles estuvieron a su máximo nivel y no tiene sentido destacar a nadie cuando el desempeño global es tan magnífico. Lo hizo Mena, sección por sección, al final del concierto, compartiendo siempre con ellos las aclamaciones de un público ante el que volvió a triunfar con todo merecimiento.
Luis Suñén
(foto: Pablo Sánchez Quinteiro)