LA CORUÑA / James Conlon, desde el sonido

La Coruña. Palacio de la Ópera. 19-III-2021. Orquesta Sinfónica de Galicia. Director: James Conlon. Obras de Schumann y Brahms.
Bien podía haber nombrado este crítico en su pieza sobre James Levine aparecida en SCHERZO el pasado jueves a James Conlon (Nueva York, 1950) a la hora de considerar a los directores norteamericanos que habían destacado tras la desaparición de Leonard Bernstein. Que sea más joven que los dos citados y las urgencias de tiempo para entregar el artículo hicieron que quizá alguien lo echara de menos, empezando por mí mismo. Quede aquí constancia del olvido y de la disculpa.
Conociendo las afinidades de Conlon con cierto repertorio de la primera mitad del siglo XX, su compromiso moral —ahí está la Fundación Orel que creara hace años— con esas músicas y esos autores que fueron tachados de degenerados por lo que hoy es un modelo para ciertas políticas, resultaba a priori un poco decepcionante el programa elegido por el director neoyorquino para su concierto con la OSG. Pero, claro, cuando ese programa se ofrece en las condiciones en las que lo hicieron la orquesta coruñesa y su invitado, de la cierta desilusión se pasa al entusiasmo por haber escuchado en condiciones óptimas obras que están en el núcleo de cualquier afición. Y en ese sentido, fue una pena —lo es cada concierto— que no pudiera asistir más público al Palacio de la Ópera porque las versiones de Conlon fueron de las que deslumbran al recién llegado y descubren, todavía, cosas al que se cree de vuelta. Cuando hay comprensión cabal de la música, técnica para para ponerla en pie —aun en la sobriedad gestual del maestro, su tipo físico tan abrochado— y esa forma de mantener la fluidez de un discurso en el que se sabe distinguir los momentos clave, el resultado no puede ser sino muy bueno, como lo fue el viernes por la tarde.
Todo empezó por el sonido, por una brillantez sonora que hacía pensar que, con todos sus problemas, mejor en el Palacio de la Ópera que en ese Coliseum que nos ha salvado pero que da para lo que da. Pero no nos confundamos: era el sonido de la orquesta y no su circunstancia lo que ahí destacaba. La cuerda, algo reducida para lo habitual, se desempeñó con una intensidad y un poderío que explican una parte del por qué esta orquesta gallega es tan buena. Conlon equilibró perfectamente cada sección y recalcó determinadas frases muy inteligentemente —violas o segundos violines— dando alas igualmente a una sección de vientos que estuvo a la altura de su valor. Citemos, como ejemplo de un nivel muy alto entre todos, a los trompas, que aguantaron muy bien el tipo en su siempre difícil papel en la Segunda de Brahms, y al clarinete Juan Ferrer, que se gustó de veras. Buen detalle igualmente el cambio del tipo de timbales de Schumann a Brahms, a ellos José Belmonte. Entre todos hicieron que la orquesta sonara como sabe y que no cesara ni un momento la sensación de estar haciendo como es debido semejante música.
Entre los momentos especialmente bien resueltos, con sabiduría y con fuerza, con emoción también, habría que citar la transición entre los dos bloques principales del primer movimiento en la Segunda de Schumann, el modo de tratar el tercero, con ese punto premahleriano que lo arrebata o la energía controlada del Finale. Esa misma energía —partiendo de la lógica— con la que se abordó la extraordinaria coda de la Segunda de Brahms después de haber ido construyendo pieza a pieza, pero sin perder el relato, la sinfonía completa. Un grandísimo concierto.
Luis Suñén