LA CORUÑA, OSG / Ehnes y Mena: eso que llamamos clase

La Coruña. Palacio de la Ópera. 17-III-2023. Orquesta Sinfónica de Galicia. James Ehnes, violín. Director: Juanjo Mena. Obras de Walton, Britten y Elgar.
Un muy interesante programa británico el que proponía este fin de semana —viernes en La Coruña, sábado en Valladolid en devolución de visita a la Orquesta Sinfónica de Castilla y León— la Orquesta Sinfónica de Galicia y que ha dado como resultado el que ha sido y será uno de los mejores conciertos de la temporada. Artífices de ello un solista y un director impecables, sabios y conocedores, dueños de eso que a veces nos cuesta definir en el arte y en la vida, que está más allá de las apariencias, y que llamamos clase. Un solista y un director que, además, han demostrado más de una vez sentirse bien a gusto en el repertorio que se nos ofrecía y que por eso hubiera sido extraño que nos defraudaran. James Ehnes tiene grabado, con excelentes resultados, el Concierto de Britten con Kirill Karabits y la Sinfónica de Bournemouth y Juanjo Mena ha desarrollado una afinidad evidente con la música inglesa desde su muy fructífera titularidad en la Filarmónica de la BBC. Naturalmente, la propia OSG ha aportado también la clase que le caracteriza y que en sesiones como esta aflora uno diría que incontenible.
Comienzo rutilante con la Obertura “Scapino”, una muestra del oficio de William Walton, lo que quedó de un proyecto mayor para la Sinfónica de Boston y que es un destilado del saber hacer de un compositor que decidió no sacar los pies del tiesto más de lo estrictamente necesario, no arriesgar a pesar de tanto talento y navegar con pericia por el mar proceloso de la contemporaneidad. La OSG dejó bien claro que venía de su mes sin conciertos de abono dispuesta a todo y, por eso, a lucirse sin miedo en pieza bien exigente y de la mano de un maestro al que aprecia muy de veras y que daría durante toda la velada una verdadera lección.
En el Concierto de Benjamin Britten, James Ehnes demostró el porqué de su lugar primerísimo en el escalafón actual. El sonido de su Stradivarius Marsick, de 1715, proveniente de la Fulton Collection, es precioso, sí, pero, además, la afinación es perfecta y la línea expresiva de una hondura suprema. Todo llega desde una técnica tan apabullante como naturalmente aplicada para que las dificultades de la pieza, que las tiene por arrobas, surjan como peldaños necesarios para llegar a la cumbre que se demanda del solista y que él se exige. Cada detalle apareció límpidamente expuesto, como en una clase práctica, y magistral, de cómo resolver todos los problemas de la partitura sin perder ni un punto de su intensidad y, para ello, matizando las dinámicas atentísimamente. Una muestra, en suma, de a dónde debe conducir un virtuosismo que quedó quintaesenciado en la cadenza. Si, además, se cuenta con un acompañamiento tan cuidadoso, tan implicado, tan consciente de la belleza de esa música, a veces muy inquietante, como el ofrecido por Mena y la Sinfónica de Galicia —sobresaliente para el timbalero José Trigueros en el primer movimiento—, el resultado no puede ser sino excepcional. Así fue y el violinista canadiense —al que el público brindó un muy elocuente y largo silencio tras el final del Concierto— ofreció como encore el Andante con moto de la Sonata nº 2 de Bach. Que vuelva, por favor.
En la segunda parte, un Mena a la vez cómodo y concentrado y una OSG pletórica, con impecables trompas y trombones, nos dejaron una grandísima versión de la Primera Sinfonía de Edward Elgar. Desde el Nobilmente del arranque hasta su recuperación postrera —esplendoroso todo el Finale— el discurso fluyó de manera admirable. Ya sabemos lo importante que es en la obra el diseño de cada tema para que el oyente los vaya advirtiendo en sus distintas reapariciones, pues precisamente ahí, en la imbricación de los motivos principales, está una de sus claves. El maestro vitoriano supo, desde su madurez cada vez más hecha, exponer con toda claridad ese entramado y darle al conjunto, a partir del análisis de una estructura que él parece reconocer llena de sabiduría constructiva, toda su grandeza. Así tuvo pleno sentido, por ejemplo, el porqué de la continuidad entre Scherzo y Andante, dicho este como para convencer a los más escépticos en la materia de la inutilidad de los tópicos que han afligido a esta partitura y a su autor. Un magnífico concierto, ejemplar desde cualquier punto de vista.
Luis Suñén