LA CORUÑA / De los salmos al bolero
La Coruña. Palacio de la Ópera. 4-X-2019. Johannes Moser, violonchelo. Coro y Orquesta Sinfónica de Galicia. Director: Dima Slobodeniouk. Obras de Stravinski, Saint-Saëns, Groba y Ravel.
Arrancó su temporada la Orquesta Sinfónica de Galicia y su titular Dima Slobodeniouk —quien prosigue su carrera internacional debutando en estos meses con NHK de Tokio, Tonhalle de Zúrich, Sinfónica de San Francisco y Orquesta de Cleveland— con un programa mosaico en el que se fundían lo sacro, lo virtuosístico, la apelación a las raíces populares y lo espectacular. La Sinfonía de los Salmos de Stravinski es obra que supera la descontextualización a que le lleva una contemporaneidad que pareciera desconocer, muchas veces, el valor de una época en la que se suponía que un compositor podía sumar a la inquietud por lo que sucede fuera de él su más o menos compleja vida interior, en este caso lo espiritual, lo religioso, lo sacro. Que eso se sostenga en el tiempo es el mérito del creador que sabe, como Stravinski, que la gran música se defiende sola, salga de las leyendas de la vieja Rusia, de los salmos o de los poemas de Dylan Thomas. Slobodeniouk entendió muy bien esa intemporalidad stravinskiana que, como todo en arte, nace de un momento muy concreto y supo mostrar lo que el tiempo ha preservado de emocionante en una partitura que lo es, además de magistral en su mera construcción formal. Todo confluyó en el maravilloso tercer movimiento que fue, además, donde el Coro de la OSG, muy bien preparado por Joan Company, ofreció un plus de expresividad.
La parte virtuosística de la velada llegó de la mano de uno de los grandes violonchelistas del presente, el germano canadiense Johannes Moser que a sus cuarenta años recién cumplidos parece haber alcanzado ya esa madurez que se le auguraba desde sus principios, cuando ganó el segundo premio del Concurso Chaikovski de Moscú en 2002. Precioso sonido, limpidez en el ataque, línea impecable —no en vano tiene en la familia dos cantantes de la categoría de su madre, Edith Wiens, y su tía, Edda Moser—, técnica infalible y una expresividad nunca afectada para un concierto plenamente romántico como el de Saint-Saëns, una de esas obras maestras que el aficionado suele dar por amortizadas hasta que vuelve a escucharlas. El acompañamiento de Slobodeniouk y la Sinfónica de Galicia fue impecable y muy atento a destacar la estructura de una obra a la que, de cara al oyente, y al sucederse sin solución de continuidad, le viene bien ese cuidado.
Rogelio Groba (Ponteareas, 1930) ha estado muchos años ligado a A Coruña como director de su Banda-Orquesta Municipal. Como compositor posee un importante catálogo del que la OSG ha rescatado cinco de sus dieciséis Danzas meigas, ejemplos de la sabiduría orquestal del autor, de su buen tino para ligar lo popular a lo sinfónico sin convertir la imagen en estampa, de la libertad con la que sabe manejarse alguien que cree en su estética y que posee los medios para hacerla entender. Las versiones fueron tan luminosas como la propia música a que sirvieron.
Cerraba el concierto el Bolero de Ravel, que, según comentaba en unas declaraciones a la prensa, Slobodeniouk dirigía por vez primera. La versión no fue más allá de una lectura sin demasiada brillantez en la que faltó una progresión más sutil de la dinámica y que desde el principio pareció más ligada a la letra que a su posible y puntual transgresión imaginativa. Hubo control —cosa que la obra necesita— pero faltó ese recreo que también pide y sólo parecieron sacar un poco los pies del tiesto el trombón Jon Etterbeek y el saxo soprano Antonio García Jorge.
Luis Suñén