LA CORUÑA / Brocha gorda
La Coruña, Palacio de la Ópera, 31-V-2019. Obras de Pizzetti, Debussy y Strauss. Orquesta Sinfónica de Galicia. Carlo Rizzi, director.
La Orquesta Sinfónica de Galicia quiere mucho a Carlo Rizzi y lo demostró al no levantarse y dejar que el maestro recogiera a solo los aplausos del público. Sin embargo, el concierto no resultó precisamente de los mejores de la temporada. Solo los Tres preludios sinfónicos para el “Edipo Rey” de Sófocles, de Pizzetti, cuya programación, por infrecuente, fue muy de agradecer, tuvieron una traducción adecuada a lo que la música plantea, a esa suerte de emoción controlada, de decadentismo que caracteriza al autor italiano, menos brillante que Respighi, menos indagador que Malipiero.
El resto del programa obedeció a un paradigma rector que prima la seguridad sobre el riesgo, aunque sea controlado, la fuerza decibélica —así en las intervenciones de los metales en Aus Italien— sobre el equilibrio sonoro y la llegada más bien brusca a esas sensaciones de plenitud que requieren de una planificación más cuidadosa. La Iberia de Debussy no tuvo ni luz ni misterio, y sus perfumes nocturnos brillaron por su ausencia, como la alegría de la mañana de fiesta o lo que se ve por calles y caminos. Y en esa visión plana y sin verdadero carácter —a pesar de lo movido del gesto rector— tampoco los excelentes solistas de la OSG parecieron encontrar mayor motivación que la que ofrece el sentirse seguros.
No mejoraron las cosas en Aus Italien, primera contribución al género sinfónico de Richard Strauss —sinfonía o poema en cuatro partes, casi tanto da—, obra muy brillante, a la que se le ve alguna costura pero que bien hecha es resultona —y aquí los que peinamos canas no olvidamos aquel debut y despedida de Riccardo Muti con la ONE cuando el napolitano tenía veintinueve años y la misma semana que Lorin Maazel dirigía a la Sinfónica de RTVE. Aquí se prefirió la visión general, una brocha gorda —como decía Joaquín María Bartrina y de Aixemús: “Si quieres ser feliz, como me dices, no analices”— que impidió que destacaran los detalles de formidable orquestador que ya aparecen en la obra del entonces veinteañero Strauss, sobre todo en los dos movimientos centrales —Las ruinas de Roma y La playa de Sorrento. Y, como en Debussy, falta de matices, de planos bien diferenciados, de compromiso expresivo, de acentuación de los logros tímbricos o de ese color que la obra posee y que esta magnífica orquesta es capaz de hacer con excelencia. Como el final tiene su punto demagógico con el Funiculì, Funiculà, la audiencia, que siempre tiene razón, se vino arriba y aplaudió de lo lindo.
Y permítanme una nota final. Este mismo concierto se dio en Vigo el día anterior a ofrecerse en La Coruña. En el Auditorio de la ciudad —1421 butacas— se dieron cita, aproximadamente, unas cincuenta personas para escucharlo. La OSG tiene un convenio con la Xunta de Galicia para extender sus actividades más allá de la ciudad herculina. Y, en el caso de Vigo, un acuerdo con el Auditorio y con el Ayuntamiento de la ciudad. Está muy bien que sus luces de Navidad se vean desde la estratosfera pero que a un concierto de una orquesta como la OSG en la ciudad más poblada de Galicia, y por mucho que el Auditorio no esté en el centro, vayan cincuenta personas es una vergüenza que alguien se debiera hacer mirar. Al parecer, el año que viene la Sociedad Filarmónica de Vigo va a implicarse en el ciclo previsto de ocho conciertos, cuatro de ellos en el Auditorio y otros cuatro en el Teatro Afundación —antes García Barbón—, ese sí en pleno centro. Veremos.
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