Josep Soler, por la senda del expresionismo
Tras la desaparición de Xavier Bengerel, Joan Guinjoan y Josep María Mestres-Quadreny, la música catalana ha perdido con Josep Soler al último de sus grandes compositores pertenecientes a la Generación del 51, cerrando así un ciclo en el que él era un eslabón muy particular.
Al margen de sus estudios musicales oficiales, Soler tuvo dos fuentes principales de formación. La primera, en Barcelona, la de Cristófor Taltabull (1888-1964), un compositor, discípulo de Pedrell, prácticamente desconocido incluso en Cataluña, pero cuyo magisterio invocaban varios miembros de esta generación. La segunda, y creo que principal, la de René Leibowitz (1913-1972), compositor y director de orquesta polaco naturalizado francés que fue uno de los mayores difusores, a través de sus conciertos y libros -muy famosos y seguidos- de la técnica dodecafónica que estudiara con el propio Schoenberg.
Además de la técnica introducida por la Escuela de Viena, Soler adoptó, tal vez porque casaba muy bien con su idiosincrasia, una estética expresionista que es uno de los aspectos, aunque no el único, del pensamiento de aquel grupo austriaco. Toda su obra recorre los abundantes meandros, a ratos muy personales, que el expresionismo recorrió. Y aunque la presencia de los tres vieneses principales es clara en su lenguaje, la más persistente será la de Alban Berg, que impregna gran parte de su producción, en la que podemos encontrar obras como Partita sobre el nombre de Alban Berg, Variaciones sobre un tema de Alban Berg y Variaciones y fuga sobre un tema de Alban Berg. Posteriormente, la presencia wagneriana cobra peso en su obra y se ha dicho que desarrolla un lenguaje armónico propio basado en el famoso “acorde de Tristán” de Wagner y en el “acorde místico” de Scriabin, lo que no impide que una cierta presencia vienesa y dodecafónica planee sobre sus obras.
Josep Soler dedicó un gran esfuerzo a la ópera y llegó a componer hasta 16 títulos, la mayoría de los cuales no se han estrenado o solo lo han hecho en fragmentos y en versiones de concierto. El Liceo barcelonés estrenó en 1986 Edipo e Iocasta, pero las restantes óperas grandes no se han conocido, incluyendo un enorme Jesús de Nazaret en el que cifraba grandes ilusiones. Sí se conoce, e incluso está grabada en disco, una ópera de cámara pequeña sobre Rilke titulada Murillo.
En el terreno sinfónico y camerístico, Soler recibió la atención debida, siendo autor de hasta ocho sinfonías, de conciertos para solistas y orquesta (violín, viola, violonchelo, percusión, piano etc.), de cuartetos y tríos, música vocal y pianística y composiciones de todo tipo, entre las que destacan algunas como Apuntava l´alba, Visiones del Cordero Místico o Sonidos de la noche, además de oratorios, cantatas y los seis volúmenes de Harmonices Mundi (cuatro para piano y dos para órgano), además de una versión de la Pepita Jiménez de Albéniz.
Soler recibió en vida numerosos galardones, como el Premio Ciudad de Barcelona, (1962 y 1978), el Premio Oscar Esplá (1982), el Nacional de Música de Cataluña (2001), Nacional de Música de España (2009) o el Premio Iberoamericano de Música Tomás Luis de Victoria (2011). Desde 1982 fue miembro de la Academia de Bellas Artes de Sant Jordi de Barcelona.
Además de componer, Josep Soler era un activo enseñante tanto en el conservatorio como particularmente. Aunque también enseñó en el Conservatorio Superior de Barcelona, su labor fue muy amplia en el Conservatorio Profesional de Badalona, del que finalmente fue Director Honorario. Multitud de compositores catalanes más jóvenes estudiaron con él y a todos los dotó de una gran solidez técnica, aunque muchos acabaron rechazando mantenerse en su estética. Entre los más notorios se puede señalar a Benet Casablancas y Agustí Charles.
A soler le interesaba mucho el hecho religioso, circunstancia que está presente en muchas de sus obras. Su concepción del hombre era sumamente pesimista sin dejar de abrir un resquicio a la redención. Y aunque básicamente escribía en torno a temas de la religión cristiana o también hebrea, se interesó en ocasiones por otros que tenían que ver con el Islam. Todo ello le venía muy bien a esa corriente expresionista por la que siempre transitó de manera amplia.
No se debe ignorar el aspecto de pensador musical que tenía Soler y que quedó reflejado en algunos de los varios libros que publicó. Entre ellos destacan Fuga, técnica e historia, J.S.Bach, una estética del dolor o Musica Enchiriadis, pero también una serie de volúmenes en los que se mezclaban ensayos musicales, a veces llenos de interesantes observaciones, con poemas y textos de otra naturaleza. Para él, la música era una disciplina intelectual y eso lo recogía tanto en su obra estrictamente compositiva como en su aspecto de ensayista.
La obra de Josep Soler ha sido objeto de algunos estudios y tesis doctorales, pero sin ninguna duda el tratado más amplio y serio sobre el compositor es el publicado por Ángel Medina en 1998 con el título Josep Soler, músico de la Pasión. La muerte del compositor podría ser un momento oportuno para ponerlo al día.
Tomás Marco