José Miguel Pérez-Sierra: “Zubiaurre tenía un concepto moderno de la ópera”

El director José Miguel Pérez-Sierra encara el primero de los dos compromisos que, a pocas semanas de distancia, protagoniza en el podio del Teatro Real. El próximo 15 de mayo, Pérez-Sierra dirige en versión de concierto la ópera Don Fernando, el Emplazado, de Valentín de Zubiaurre. Representado en el coliseo madrileño en el año 1874, este título regresa al Teatro Real en lo que constituye un paso adelante en la progresiva recuperación del patrimonio lírico del Romanticismo español a través de una partitura que en su día fue recibida favorablemente por crítica y público.
¿Cómo definiría la música de Don Fernando, el Emplazado?
Es un estilo claramente italiano. Lo situaría entre el Donizetti serio y el Verdi joven, aunque tiene también algo del Verdi más maduro, de Rigoletto o Trovatore. Zubiaurre es conocido más como docente, pero todo lo que hizo fue un éxito. Su concepción de la ópera es bastante moderna; escribe escenas largas, complejas. En Don Fernando, el Emplazado, hay números cerrados, pero están bien enlazados. Los recitativos son amplios y Zubiaurre gestiona con acierto las situaciones teatrales, y esto es parte de su complejidad. Es importante encontrar no sólo el sentido musical, sino también teatral y dramático de la obra.
¿Y en cuanto a la escritura vocal?
Diría que es básicamente una vocalización de tipo verdiano, quizá con algunos rasgos de bel canto como puede haber en Trovatore.
Incluso el libreto en un primer momento estaba en italiano.
Entonces la ópera italiana vendía más, también en España, aunque posteriormente Zubiaurre hizo una versión en castellano.
El estreno o la recuperación en tiempos modernos de un título desconocido ¿se vive y se prepara con un sentimiento distinto al de una ópera de repertorio?
Mi experiencia en recuperaciones a nivel musicológico se ha desarrollado sobre todo con Rossini a través de mi relación con el maestro Zedda. No protagonicé ningún descubrimiento, pero sí aprendí a su lado una manera de ver y entender la música italiana del siglo XIX a partir del texto. En casos como el de Zubiaurre, los intérpretes tenemos una responsabilidad más pura hacia la música. Somos conscientes de que los designios de Don Fernando dependen en buena medida de lo que nosotros seamos capaces de proponer al público. El intérprete es un medio entre el autor y el espectador; nosotros hemos puesto todo nuestro mimo y nuestro empeño al servicio de la partitura para brindar al público la posibilidad de escucharla y de juzgar. Nuestra ilusión es que la gente piense que ha valido la pena recuperar Don Fernando y tenemos buenas expectativas al respecto.
¿Cree que la ópera de Zubiaurre tiene mimbres para subir a más escenarios?
Sin duda. También creo que es muy sano ampliar el círculo de las propuestas operísticas habituales. Todos nos debemos al público, y el público es nuestra razón de ser: hay que ofrecer lo que el público quiere ver, pero también hay que mostrar al público cosas que no conoce y que no por ello tienen menos interés. Es importante ampliar los gustos y los horizontes, y hoy en día los buenos programadores saben encontrar un equilibrio entre estas dos exigencias. Hay mucha riqueza escondida en la historia de la ópera, y no hablo sólo de descubrimientos como el de Don Fernando. Incluso grandes compositores como Verdi o Puccini tienen títulos muy poco programados. Es complicado, por ejemplo, ver en teatro una Fanciulla del West.
Gabriele Ferro y Alberto Zedda fueron dos directores fundamentales en su formación. ¿Qué aprendió de ellos?
Gabriele Ferro fue mi primer maestro. Es un director magnífico, muy completo y ecléctico. Pese a llevar en activo más de cincuenta años, en la última década ha dirigido por primera vez cuatro óperas de Janácek. De él aprendí a no encasillarme en estilos. Alberto Zedda ha sido un maestro a nivel cultural; me ha acercado a la musicología a través del mundo rossiniano que descubrí gracias a él. Al margen de su inevitable asociación con Rossini, también ha sido un director ecléctico, sobre todo en la primera parte de su carrera. Fue él quien estrenó en Italia la Primera sinfonía de Bruckner. Su manera de ver la música era muy moderna. Le conocí en sus últimos años, y pese a su edad, era complicado imaginar a un músico más joven que él en cuanto a energía. También ha sido importante Gianluigi Gelmetti, con quien estudié en la Academia Chigiana de Siena. Ellos tres me configuran de partida como director italiano.
Y luego viene su importante relación con Lorin Maazel.
Conocí a Maazel en 2009 en el Palau de Les Arts de Valencia, cuando ya había empezado mi actividad como director. Seguí sus ensayos y trabajé con él todo lo que pude hasta 2014. Para mí, fue una gran ayuda a nivel técnico. Creo que es probablemente el director con mejor técnica de la historia. El repertorio en el que más me impactó, y que tuve la oportunidad de trabajar con él, fue Puccini. Maazel entendía como nadie la música de Puccini.
¿Hay alguna ópera que desearía dirigir en un próximo futuro?
Pese a haber dirigido mucha ópera, hay títulos con los que no me he cruzado todavía y que me apetecerían, como Otello de Verdi. Tenía un proyecto para hacerlo, pero con la pandemia se canceló; espero que se reanude. También me gustaría llegar a dirigir todas las óperas de Puccini. Me quedan tres: La fanciulla del West, Le Villi y Edgar. ¶
Stefano Russomanno
El dosier del número de mayo de 2021 de SCHERZO está dedicado a Valentín de Zubiaurre y su obra Don Fernando, el Emplazado.
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