John Williams por partida doble
JOHN WILLIAMS / YO-YO MA:
A Gathering of Friends. Yo-Yo Ma, violonchelo. Jessica Zhou, arpa. Pablo Sáinz- Villegas, guitarra. New York Philharmonic Orchestra. Director: John Williams. SONY 19439983662 (1 CD)
JOHN WILLIAMS:
Violin Concerto nº 2. Selected Film Themes. Anne-Sophie Mutter, violín. Boston Symphony Orchestra. Director: John Williams. DEUTSCHE GRAMMOPHON 002894861698 (1 CD)
Hace diez años Williams soplaba sus 80 y aún había que pelearlo frente a los amparadores de la alta cultura que no le perdonaban que hubiera hecho más por la ‘música seria’ con sus bandas sonoras que varias generaciones de compositores escolásticos llamados al gran designio de la ‘música de creación’ o del ‘verdadero arte’ (por si el entrecomillado gráfico se quedara corto, visualícenme agitando alevosamente los dedos índice y medio de ambas manos). Cuánto han cambiado las tornas una década más tarde: de esas condescendencias pasamos al escenario de una preocupación, excesiva y entrañable, por canonizar en vida al maestro neoyorquino. Ablandados por su provecta senectud y aplastados por su consagración global como leyenda viva de la música, los custodios agachan la cabeza y se tragan la mala baba.
Dos discos monográficos de Williams con sendos artistas de categoría estelar ratifican este mes esa consagración: A Gathering of Friends, con Yo-Yo Ma (Sony) y el Concierto para violín nº 2 y temas fílmicos selectos con Anne-Sophie Mutter (DG).
La intrahistoria del primer álbum se remonta a la creación y estreno del Concierto para violonchelo que escribió para Ma en 1994, un encargo de Seiji Ozawa y la Boston Symphony para la inauguración del Auditorio Ozawa de Tanglewood. Desde entonces lo han girado extensamente y grabado en disco —Yo-Yo Ma plays the music of John Williams— y casi treinta años después, esta obra postonal y conciliadora —de lo mejorcito del canon concertístico de Williams, justo por debajo del insuperado concierto de fagot Los cinco árboles sagrados— ha conocido una revisión profunda (2021) surgida del pulimiento natural de las repetidas lecturas: de ella sale más sintético y depurado, aunque a primer oído las modificaciones no resulten significativas. Contrastando tiempo a tiempo se advierte que Williams ajusta en pequeño pensando a lo grande, simetrizando más todavía la arquitectura y facilitando las improvisaciones del héroe quijotesco que es el chelo. La reforma más radical se localiza en la resolución del tiempo final —Song—, donde Williams atenúa unos veinte compases de la parte orquestal para que el violonchelo cierre la obra en lírico diminuendo. Buena decisión, sin duda.
La mayor apuesta y valor del disco, con perdón del Concierto, es la primera grabación de Highwood’s Ghost, un encuentro para violonchelo, arpa y orquesta encargado por el Festival de Tanglewood en 2017 para el centenario de Leonard Bernstein. Y lo es porque Williams no tiene rival escribiendo para arpa, instrumento al que ha dedicado páginas muy bellas, desde el imborrable tema amical de E.T. El extraterrestre transformado en la concertante Stargazers al concierto On Willows and Birches. El Highwood del título es la mansión Highwood Manor de Tanglewood donde Bernstein refirió a Williams la presencia de cierto espíritu burlón. Estrenada por Andris Nelsons en agosto de 2018 al frente de la Orquesta de Tanglewood con Ma y Jessica Zhou, la obra es una exquisitez de principio a fin: la presentación del ‘fantasma’ es suspensiva y atonal, casi programática, pero en la exposición y el largo dúo la música crece en sus propios términos sobre una figura alterada —Re sostenido/Mi bemol/Do sostenido— que desbarata el entendimiento; es el arpa quien atempera en pos del acuerdo armonioso de las voces y así, entre filigranas, acaba la obra.
El resto del álbum, adaptaciones hechas a medida de Ma y el otro amigo del disco, el riojano Pablo Sáinz-Villegas —A Prayer for Peace— resulta ligero y amable en comparación, pero el nivel de exquisitez se mantiene. Quizás debiera metafísicas del individuo, la combatividad realista de Andrezj Wajda repasa los acontecimientos relevantes de la historia reciente del país apelando a la dignidad humana. Basado en un cuento de Jaroslaw Iwaszkiewicz, en El bosque de los abedules (Brzezina, 1970) Wajda aparca el presente para adentrarse en el melodrama literario. La dignidad descansa en las ganas de vivir de un joven enfermo de tuberculosis frente al hastío vital de su amargado hermano sano. La historia de dos hombres heridos. El filme desborda melancolía y Korzynski muestra la interrelación del individuo con la naturaleza a partir de una bellísima escritura para cuerda, clavecín y madera. Un espejismo. Con las conflictivas El hombre de mármol (Czlowiek z marmuru, 1977) y su continuación, El hombre de hierro (Czlowiek z zelaza, 1981), Wajda regresará al cine militante.
En la primera, trata la transformación del sujeto en objeto a través de un proceso de descubrimiento que utiliza el medio cinematográfico como elemento de interlocución. Desde esa perspectiva, la partitura de Korzynski aspira a convertirse en un reflejo irónico del hombre moderno transfigurado en objeto de alienación, reducido a una gris subsistencia adornada por banderas rojas y desfiles triunfales. Arp Life, la banda electrónica creada por el polaco en 1976, interpreta una composición de tono circular, fría y mecánica, que eludiendo los elementos decorativos y sentimentales relega a un segundo plano el punto de vista del individuo en su confrontación con la maquinaria propagandística estatal. Sin embargo, en El hombre de hierro la música adquiere posiciones más humanistas. El hombre, que inicialmente es cómplice de la manipulación informativa, acaba tomando conciencia de que no puede mantenerse al margen. Debe luchar. Korzynski subrayará ese posicionamiento desde un lirismo fatalista y conmovedor, convirtiendo la esperanza en el último reducto al alcance de sus compatriotas. ¶
David Rodríguez Cerdán
(Artículo publicado en el nº 386 de Scherzo, de julio de 2022)