JEREZ / Que veinte años no es nada
Jerez de la Frontera. Teatro Villamarta. 26-IX-2020. Ismael Jordi, tenor. Rubén Fernández Aguirre, piano. Obras de Turina, Tosti, Quintero, López, Massenet, Gounod, Soutullo y Vert, Vives, Donizetti, Flotow y Sorozábal.
Tendría que haber sido en el pasado mes de abril, pero la celebración por los veinte años de carrera del tenor jerezano Ismael Jordi tuvo lugar finalmente en la tarde del pasado sábado. Final y felizmente en lo sentimental y en lo artístico, porque a las emociones propias de estos momentos se sumó un acabado recorrido por las obras y repertorios que han jalonado el camino musical de Jordi, un tenor que se encuentra en la plenitud del dominio de los recursos técnicos y en la madurez de sus capacidades expresivas. Con cabeza fría y corazón caliente, con plena conciencia de los límites de su voz y con visión para planificar poco a poco y con tiempo su aproximación a nuevos repertorios, Ismael Jordi se ha ganado internacionalmente el respeto de los teatros por su profesionalidad, su seriedad y su entrega a los personajes con los que le toque revestirse.
A pesar de las emociones, Jordi empezó su generoso recital (más de 90 minutos sin interrupción) con la voz plenamente colocada para la música de Turina, ofreciendo unos ayeos aflamencados y unos reguladores de la mejor ley. Será esta cuestión, la del control pleno de la emisión y su capacidad para regularla en filados y smorzature, la que salió a relucir repetidas veces a lo largo del recital, porque se trata de uno de los recursos expresivos y técnicos que mejor definen a este cantante, capaz de dotar de sentido emotivo a un acento mediante el control de la emisión. Su fraseo fue siempre elegante, sustentado sobre un legato y una línea cantabile de la mejor escuela (la de sus maestros Kraus y Berganza, ahí es nada) que le hace rehuir de ataques bruscos y de saltos forzados. Así, en Salut demure del Faust de Gounod atacó el Do sobre la palabra “présence” de manera natural e hilada con la anterior, sin preparación ni rudeza en el salto. Hubo momentos de enorme intimidad sustentada sobre esa marca de la Casa Jordi que son el juego con las medias voces y la voz mixta, sorteando siempre el falsete como bien sostenía Kraus. Momentos tan bellos como la Chanson de l’adieu de Tosti o su primera interpretación ante el público de Porquoi me réveiller, cantada a flor de labios y que augura que pronto tendremos a un Werther de referencia internacional. No faltaron sus magistrales encarnaciones de Edgardo con un Tombe degli avi miei deletreada al mínimo detalle y siempre con esa emisión clara y esa articulación plenamente inteligible que caracteriza al artista jerezano. En los generosos bises, culminados con Una furtiva lagrima plena de emoción, sobresalió su versión de una canción tan conocida como Se nos rompió el amor del también jerezano Manuel Alejandro, cantada con seriedad y aligerando la emisión para demostrar que algunas de estas canciones bien pueden competir con otras más trilladas en el repertorio.
Jordi tuvo toda la sesión a su lado como apoyo seguro a Rubén Fernández Aguirre, un pianista que va mucho más allá del papel de acompañante porque en todo momento sabe arropar al cantante, adaptarse a sus improvisaciones y cambios sobre la marcha y desplegar un tejido sonoro más allá de la partitura, con repentizaciones y matices que quieren recordarnos detalles orquestales del original que también en el piano pueden sonar más allá de lo escrito. Cuando la compenetración voz-piano es tan absoluta, el éxito está asegurado.
Andrés Moreno Mengíbar
(Foto: Francisco Valenzuela)
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